Tomás Melli salió a las 5 de la mañana antes que nadie, solo, y en su cara recibió el golpe de un clima bajo cero. Cuando llegó a la montaña, todos los que emprendían la travesía aquel día lo sobrepasaron: “Hasta mi sombra me pasaba de lo lento que iba”, confiesa con una sonrisa.
El camino era tan difícil que puso en duda su misión. Al día siguiente, cuando creyó que todo mejoraría, la situación no hizo más que empeorar, el cielo se llenó de nubes negras y comenzó a llover. Durante cuatro horas cayó agua, los senderos se transformaron en ríos y más adelante tuvo que caminar en el barro durante más de 5 kilómetros. Los nervios, en su máxima tensión, comenzaron a ganar la pulseada. ¿Qué hago acá?, se preguntó una vez más. Y, una vez más, lo recordó.
“Los primeros diez días Dios me tiró con todo lo que pudo para empujar en mi resolución”, cuenta Tomás. “Yo estaba por una causa que trascendía a mi persona: encontrar una cura al Parkinson. No por mí, para mí ya es tarde. Es una causa para darle esperanza a los que vienen”.
La historia del hombre de Cucha a Cucha: “Yo quería trabajar en Argentina”
Ciudadano de Cucha Cucha, así se define Tomás. Allí se crio, en la pequeña localidad cerca de Chacabuco, ciudad donde en su adolescencia cursó el secundario para luego mudarse a Santa Fe a fin de cursar sus estudios universitarios. En la facultad conoció a su mujer, con quien atravesó un noviazgo feliz. Más tarde llegaron el título de ingeniero químico, el casamiento y los dos primeros hijos. El presente y el futuro le sonreían, consiguió un buen puesto de trabajo y durante los siguientes seis años se forjó una buena vida en Argentina.
1985 fue el año que le dio cierre al ciclo de vida que atravesaba para darle comienzo a una nueva etapa. Su empresa le ofreció realizar un doctorado en Minnesota, que aceptó con la idea de quedarse junto a su familia durante aquellos años, para luego retornar a su querido país. Su plan se puso en duda cuando una empresa petrolera estadounidense le propuso un trabajo y la posibilidad de quedarse en Estados Unidos.
“Pero yo quería trabajar en Argentina”, cuenta Tomás. “Otra empresa multinacional me ofreció volver, corría el año 1989, el país era un caos y volví con mi mujer embarazada: resulta que me quedé sin trabajo antes de empezar. Fui a veintitrés entrevistas de trabajo, el nacimiento era inminente, nada surgía, desesperado llamé a Estado Unidos y pregunté si su oferta seguía en pie. Me dijeron que sí”.
Emigró solo, después lo siguieron su mujer y sus hijos. Durante muchos años vieron al gran país del norte como un lugar temporario de trabajo, hasta que con el paso de los calendarios y los eventos fundamentales de las vidas de sus hijos, aquella tierra se transformó en un lugar permanente: “Diecinueve puestos laborales dentro de la empresa después, me encuentran viviendo en Houston, Texas. Fue fortuito, impulsado por las circunstancias de la vida. A la Argentina volvemos todos los años y actualmente estamos construyendo nuestra casa de retiro en Córdoba”.
El Parkinson que nadie anticipaba: “Fue una puñalada para mí”
Antes de su diagnóstico, los últimos treinta años de Tomás habían sido tiempos de siembra, mucho esfuerzo y recompensas que pudo disfrutar sobre todo cuando vio la evolución de su vida a través de sus tres hijos, todos con maestrías y doctorados de las mejores universidades y con una buena perspectiva para su futuro.
Tras vivir un comienzo laboral turbulento, Tomás había tenido una carrera de ascenso constante, colmada de contribuciones en investigación, desarrollo e ingeniería que auspiciaron su llegada al último escalón, a sus 60 años, con un puesto gerencial a nivel mundial.
Todo marchaba tal como lo había deseado, sin embargo, pocas palabras bastaron para que su presente colapsara: “Lo último que quería escuchar era que tenía Parkinson”, asegura hoy al compartir su historia.
Nadie lo había sospechado. Cargaba con una laringitis que no lograba curar, había perdido el olfato y le costaba tragar bien. Aquellos últimos dos síntomas característicos bastaron para que los médicos indicaran un estudio para evaluar un posible Parkinson.
Tomás jamás olvidará el anuncio. La noticia llegó como uno de esos golpes en el estómago que quitan la respiración y, por un momento, toda esperanza de una buena vida: “Fue una puñalada para mí, una sentencia de muerte, sabés que no hay cura para esto”, rememora. “Yo quería seguir trabajando y no quería hacer público que lo tenía. Mis opciones eran ocultarlo y mentir para seguir; o no decir nada y retirarme. Decidí retirarme en silencio y comenzar otra etapa de mi vida”.
Entrar en movimiento, tener una causa y otro suceso que lo lleva al Camino de Santiago: “Como siempre en la vida, empujado por las circunstancias”
Tras el primer impacto casi demoledor, la retirada en silencio del universo laboral y la asimilación del trago amargo, llegó la apertura hacia los consejos y el deseo por transformar el diagnóstico en un propósito.
El movimiento físico fue el primer consejo médico, una carta a favor de Tomás, amante del montañismo. Decidió entonces emprender desafíos sin precedentes en su vida, metas complejas para cualquier mortal, que lo obligaran a conectar con su cuerpo, con la naturaleza, en definitiva, con el presente.
Primero alcanzó picos medianos, luego montañas más altas, hasta que cierto día se propuso llegar a la cima del Aconcagua. Para entonces, ya se había acercado a la fundación de Michael J. Fox, que recauda fondos para la investigación con miras a encontrar mejoras y una posible cura al Parkinson.
“En un desafío en donde por cada pie recorrido del Aconcagua se recauda 1 dólar, me sumé al reto”, cuenta Tomás. “Llegamos a recaudar 40 mil dólares para la investigación, pero por una tormenta de invierno no pudo llegar a la cima”.
Pero esa no fue la única tormenta que coartó los planes. Cuando en enero de 2025 decidió volver a la montaña, Tomás fue diagnosticado con cáncer de próstata. Abandonó la idea del Aconcagua, pero decidió que no soltaría su gran deseo de contribuir a la causa de juntar fondos para encontrar una cura al Parkinson. Fue así que buscó un nuevo desafío para continuar con las recaudaciones, y lo halló en una travesía que transformó su vida por completo, hacer el Camino de Santiago: “Andar 800km. Como siempre en la vida, empujado por las circunstancias”.
La confianza por parte de todos, menos de la oficina de caminantes: “Pensaban que me iban a tener que rescatar”
Nadie se sorprendió, tampoco su mujer o sus médicos. Estos últimos al principio se asombraban por sus desafíos, a veces con un poco de susto, pero finalmente redujeron su función a dar el apto y declarar en broma: no hay forma de pararlo.
“Todos me han alentado física, mental y espiritualmente. Son entusiastas de verme hacer las cosas que me gustan hacer. Por mi lado, hacer algo que tenga un impacto que trascienda a mi ser”, dice Tomás.
Tampoco nadie creyó que no podría lograrlo, tal vez, porque su plan de entrenamiento -el mismo que usaba para el montañismo- fue riguroso, con cardio, aerobics, pesas, y buena alimentación. Lo más complejo sería cruzar los Pirineos, aparte de caminar por más de treinta días. Entonces, a la par del entrenamiento, emprendió circuitos de 10 hasta 33 kilómetros diarios, a los que, para su sorpresa, se sumaron algunos amigos: “Mis amigos fueron de gran ayuda”, afirma emocionado.
Los que sí se sorprendieron fueron los de la oficina de los caminantes en el punto de partida, en Saint-Jean-Pied-de-Port. Llegar desde Houston hasta ese rincón de Francia ya había resultado una odisea cansadora, entre aviones, trenes y taxis. De hecho, Tomás casi pierde uno de los vuelos. Aun así, arribó entusiasmado a buscar el carnet, pero cuando supieron que tenía Parkinson le dijeron que no podría hacer el paso tradicional por los Pirineos: debía ir por el cruce menos empinado hacia Roncesvalles, que se realiza en dos días.
“Es cierto que es complejo cruzar los Pirineos, por sus subidas pronunciadas y bajadas abruptas”, aclara Tomás. “Pensaban que me iban a tener que rescatar. Yo sabía que lo podía hacer, pero me dejaron más nervioso de lo que estaba antes. Me llevó más tiempo y esfuerzo, pero pude ir por donde quería. Aun así, la noche anterior a salir, entre la emoción, la discusión en la oficina y la ansiedad, no pude dormir”.
Un ángel que resguarda las espaldas y una travesía cargada de metáfora: “El camino uno empieza solo, y después la vida te va trayendo amigos”
“Los primeros días Dios me tiró con todo”, confesó Tomás. Pero, poco a poco, el argentino comprendió que, tal vez, los momentos más duros son los que esconden las máximas recompensas.
En medio de las dificultades y las dudas acerca de si seguir, fue durante una de las instancias más críticas en el cruce de los Pirineos, que un señor se acercó y le preguntó si quería recibir su ayuda. Tomás le explicó que para mantener el equilibrio era mejor caminar solo. El buen hombre asintió, y minutos después, Tomás descubrió que se había quedado detrás suyo. Y así anduvo: todo el trayecto resguardando sus espaldas, cuidando de que no se caiga. Al final del tramo le confesó que su padre había muerto de Parkinson: “Nos hicimos muy buenos amigos con Enrie, luego se sumó Heidi y los tres, siempre apoyándonos, llegamos juntos a Compostela”.
En los 800 kilómetros hubo días que Tomás los caminó con fiebre, otros donde tuvo que recibir asistencia médica, pero hubo tiempos de alegría, amistad y apertura hacia la belleza de la vida: “El camino uno empieza solo, y después la vida te va trayendo amigos que se transforman en tu familia, tu día a día, tus cosas. Como la vida misma: hasta ayer fueron extraños y de pronto forman tu universo”.
Una caminata de película, un amor incondicional y el anhelo de hallar una cura: “Aunque para mí sea tarde, presenta un mejor horizonte para otros”
Tomás tardó en asimilarlo, pero con el diagnóstico, la vida no había llegado a su fin, tan solo le abría las puertas a una nueva etapa, que incluyó muchos desafíos, entre ellos el Camino de Santiago, que como todo en la vida, también estaba por concluir.
Pero algo más aguardaba. 114 kilómetros antes de llegar a la meta trajo uno de los mejores regalos de la travesía y de la vida. Allí, con una sonrisa y esas infinitas ganas de abrazarlo, estaban su mujer y sus amigos, aquellos que lo habían acompañado en su entrenamiento y que le habían manifestado el deseo de sumarse a su causa y unirse al Camino de Santiago. Treinta y cinco días eran demasiados para los quehaceres de cada uno, pero poco más de cien kilómetros antes de la llegada, ahí estaban, listos para caminar con él el último tramo.
“Al final, mi esposa y diez de mis amigos decidieron acompañarme en los últimos 100 kilómetros. Es el mejor regalo desinteresado que ellos podrían haberme hecho, celebrar conmigo, estar conmigo no solo en los momentos duros, sino que también en los momentos de gozo”, dice Tomás emocionado.
“Llegar a la meta se sintió como algo jamás vivido”, continúa Tomás, quien llegó a la meta 6 de junio de 2025. “Durante esta travesía ochenta nuevos donantes se sumaron, todo lo recaudado va en su totalidad a la fundación de Michael J. Fox. Un sacerdote leyó estos nombres en la meta. Y nuevos familiares o amigos de quienes sufren se acercaron a la causa”.
“Para mí representa un pequeño grano de arena que pude aportar para la investigación. Y si a través de la caminata yo les puedo dar el ejemplo a quienes sufren e intensificar su ejercicio para mejorar su calidad de vida, para mí es misión cumplida”, continúa Tomás. “El esfuerzo que me llevó pasar estos 35 días no me dieron tiempo para recordar que tengo Parkinson, así que, amigos míos, ¡no se den por vencidos! Y quienes quieren colaborar para encontrar una cura, por favor háganlo, ¡se los agradezco tanto!”.
“Herido no quiere decir muerto, hay mucho camino por recorrer, y tuve el placer de hablar sobre esto en toda la caminata con mis compañeros de ruta”, agrega. “Una caminata como esta es como una película de la vida: lluvia, tormentas, enfermedades, dolores, incertidumbres; sol, amigos, dar y recibir. Ver quiénes te ayudan cuando hace falta”.
“Y darse cuenta de que llegar a una meta es llegar a un punto, pero que uno debe continuar. Esta caminata no fue por un desafío personal, o una diversión, lo hice para una causa más profunda, como es encontrar una cura a un mal como este. Recaudar fondos da una gota de esperanza. Aunque para mí sea tarde, presenta un mejor horizonte para otros”, concluye.
Sitio para contribuir: tommywalks.org