Santi Talledo está viviendo un gran momento. En los últimos meses, el actor, guionista, presentador y director alternó sus compromisos semanales en Nadie Dice Nada, el programa estrella del canal de streaming Luzu TV con varias presentaciones de su primer libro, Cero Miligramos, que escribió junto a uno de los socios de su productora, Diego Vago.
La novela, que se publicó a fines del año pasado, tiene el mismo nombre que el podcast sobre salud mental que Santi conduce —uno de los más escuchados en Spotify— y que la serie que está produciendo. A todo eso, se le suma el lanzamiento de La Voz Argentina, que estrenará a mediados de julio y donde tendrá el rol de host digital junto a Sofi Martínez.
Es un presente repleto de vorágine, que lo entusiasma por todos lados. Pero Santi asegura que lo que más satisfacción le da es el impacto —inesperado para él— que el podcast y el libro tuvieron en cientos de personas, sobre todo jóvenes, con distintas problemáticas de salud mental. Y es que en los últimos años y a partir de compartir su propia experiencia con trastornos como la ansiedad o las fobias, el actor se convirtió en una voz destacada en la concientización sobre los padecimientos psíquicos que atraviesan miles de niños, adolescentes y adultos de la Argentina.
“Todo esto fue muy sanador. Es algo que toda la vida supe que tenía que hacer. En parte, me lo debía a mi yo pequeño, donde no había nada de esto”, dice Santi en diálogo con LA NACION. “Hay personas que me cuentan, por ejemplo, que gracias al podcast pudieron llegar a un diagnóstico o pedir ayuda. Es fuertísimo y me da una satisfacción enorme. Muchos entienden que no son los únicos a los que le pasan estas cosas y que hay una solución. Eso a mí me llena por completo”.
“Fue la peor etapa de mi vida”
El diario que había escrito a sus 12 años. Esa radiografía íntima fue para Santi —que saltó a la fama cuando, siendo un adolescente, protagonizó la serie Patito Feo—el puntapié para hablar abiertamente y por primera vez en sus redes sociales, de los padecimientos de salud mental que venía atravesando desde su infancia.
Fue en 2018 cuando se reencontró con esas páginas donde, sin perder el humor filoso que lo caracteriza hasta hoy, el Santi niño contaba cómo era una cotidianeidad atravesada por padecimientos psíquicos de todo tipo: muchos ataques de pánico, ansiedad, depresión y fobias. Entonces, ante miles de seguidores —hoy tiene un millón en Instagram —, decidió compartir algunos fragmentos de esas páginas.
“Me encontré con la peor etapa de mi vida psicológicamente hablando, pero al mismo tiempo el diario tenía algo muy tragicómico, porque siempre fui de hacer humor con mis desgracias. Dije: ‘Yo esto lo tengo que compartir’”, recuerda Santi. “Lo mostré en las redes con una mezcla de miedo y vergüenza. Por esa época no se hablaba tanto de salud mental y se viralizó de una forma que me sorprendió muchísimo. Me hizo entender que la gente estaba necesitando que alguien hable de esto, la verdad”, agrega.
Todo lo que vino después fue un aluvión imposible de prever en ese momento: desde las repercusiones del podcast hasta el libro.
—¿De dónde nace el nombre Cero Miligramos?
—Nace de un tabú. Cuando tenía 17 años actué en mi primera novela, Patito feo. Ahí estaba bastante medicado y para mí era una vergüenza, por lo que la sociedad me devolvía con respecto a eso. Entonces era un secreto, tanto para la producción como para mis compañeros de elenco. Me escondía para tomar la medicación. Después de toda esa etapa, el tabú y el estigma me empezaron a carcomer mucho la cabeza y le dije a mi psiquiatra que ya no quería tomar más medicación. Tenía 19 o 20 años y fuimos bajándola gradualmente hasta llegar a cero milagros.
—¿Y qué pasó?
—No pude. Fue una tortura, la verdad. Ahí entendí que tengo una enfermedad como hay otras para las cuales la gente se medica sin chistar. Porque si vas al médico, tenés algún problema de salud y te da una medicación, apenas salís vas a la farmacia, la comprás y la tomás. Cuando estuve limpio de medicación entendí que no tomarla evidentemente afecta mi calidad de vida, porque tengo una depresión y unas fobias que me ganan. Para mí, la medicación es bienestar.
En ese proceso de llegar a cero miligramos, Santi fue tomando nota de lo que su mente proyectaba: escenarios catastróficos que hacían de su diaria, un infierno. A partir de ese material, empezó a escribir una serie que quedó encajonada.
“Años después la volví a sacar y les dije a los socios de mi productora que quería escribir un libro. Así fue como nació la novela, mientras producimos la serie, que lleva tiempo. Además, surgió la idea del podcast donde hablamos de varios de los temas que se van a ver en la serie, pero de forma mucho más profunda, con testimonios y especialistas”, cuenta Santi. “Arrancamos la primera temporada y no te voy a mentir, dijimos: ‘Bueno, vamos a hablar de esto y veamos cómo le llega a la gente‘. Y fue una locura. El proyecto empezó a crecer de una manera gigante”.
Santi cuenta que, sin que hubiese podido preverlo, con el podcast se generó una rueda perfecta: una comunidad grande de personas hablando sobre salud mental y dentro de la cual, incluso, varios oyentes pudieron ponerle nombre a las problemáticas que atravesaban gracias a ese proyecto, y decidieron dar su testimonio en la segunda temporada. “Se fueron llenando todos los casilleros. Eso es lo más importante del proyecto: el poder acompañar a la gente y que sepa que no está sola en lo que está viviendo”, asegura el actor.
Ataques de pánico y bullying
Cuando Santi tenía 12 años, sus papás recorrieron un abanico de consultorios médicos para intentar buscar una respuesta a lo que le estaba pasando: “Empecé a sentir de un día para el otro que me asfixiaba con lo que comía. Entonces, empecé a no comer porque todo se me quedaba atorado en la garganta. Era psicológico, pero en ese momento fuimos a todos los médicos posibles para descartar que no fuera nada físico”, detalla.
Y agrega: “Después de que vieron que estaba todo bien, me empezaron a a mandar a psicólogos y psiquiatras para intentar descubrir de dónde venía eso e intentar mejorar, porque no podía salir de mi casa, ni siquiera estar en el colegio porque todos los días tenía un ataque de pánico, era constante. Y eso me llevaba a deprimirme”.
Todo eso en una época en donde, sin redes sociales, el acceso a la información era muy limitado. “No era como hoy, que podés escuchar a alguien dando su testimonio. Pensaba que era el único al que le pasaba eso y fue muy duro, porque me sentía muy incomprendido. Sumado al bullying que me hacían en la escuela por mi sexualidad. Todo eso desató una bola que fue creciendo. Fue una batalla muy dura”, reconstruye.
—¿Cómo te afectó el bullying?
—Me afectó mucho, la verdad. Me hacían bullying por mi sexualidad. O sea, yo no era gay en ese momento, pero estaba esto de los rasgos: por ejemplo, todas mis amigas eran mujeres, porque yo no empatizaba con toda esa cosa muy masculina del fútbol y lo agresivo. Hubo un momento en que empezó a aparecer la cuestión de la joda, el “puto”, y todo eso. Y me empezó a afectar, porque cuando empecé la secundaria yo ya estaba con problemas de salud mental y al bullying por mi sexualidad se le sumaba que no podía estar en clase, que estaba siempre en la oficina de la directora esperando que me vengan a buscar, y la gente me jodía por eso también. Entonces, a la lucha interna por mi sexualidad, que yo la intentaba tapar, y obviamente eso me causaba problemas de salud mental por no poder decir todo lo que me pasaba, se le sumaba el bullying por esos problemas también. Era una tortura.
—Vos hablás mucho sobre el peso de lo no dicho y cómo impactó en tu salud mental. ¿Cómo fue cuando finalmente pudiste expresar por primera vez tu sexualidad?
—Llegó un punto en que, literal, ya no podía más y dije: ‘Yo necesito decir esto’. Necesito empezar a vivir siendo lo que soy y sacarme este disfraz que estoy teniendo para el afuera, que me está quitando toda mi autenticidad. De chico tenía un brillo que fui perdiendo con el tiempo porque empecé a crear otro personaje para taparme: me fui poniendo capas, capas y más capas. Es horrible porque uno va perdiendo su esencia. Claramente estaba forzando un personaje para el afuera. Es muy triste ver eso. Creo que eso también te apaga y te lleva a estar mal y a empezar a acumular cosas que si no las decís, por algún lado van a salir.
—¿Cómo cambiaste cuando ese Santi pudo salir a la luz?
—Fue una locura. Hermoso, la verdad. Me di cuenta de que era algo que yo esperaba desde hacía mucho más de lo que pensaba. Me reconecté como un montón de cosas. Fui atando cabos y dije: ‘Yo era esto’. Es muy triste ver cómo te aplasta la sociedad en ese sentido y te lleva a querer ser otro.
—¿Te parece que los adultos, padres y docentes, a veces minimizan el impacto que puede tener el bullying en los chicos?
—No solo minimizan sino que no entienden. Me acuerdo que en el segundo colegio al que fui (del primero me tuve que ir porque el bullying era insoportable), me empezó a pasar lo mismo. Pero un día en que me fui de clase porque no me sentía bien, una profesora de biología usó toda esa hora para hablarles a mis compañeros de lo que me pasaba. Nadie lo entendía y ella se los explicó de una forma que al otro día, los que me jodían vinieron a pedirme disculpas. De grande me di cuenta de lo importante que es tener una figura así, en cualquier ámbito. Esa persona me marcó porque pudo expresar lo que le pasaba a un compañero de una clase. Y el resto, al entenderlo, me vinieron a bancar. Ahí cambió completamente la relación. Por eso estamos luchando para que haya una ley de educación emocional, porque es clave poder entender y acompañar lo que le pasa a las personas, desde la familia hasta la escuela. Creo que eso ayudaría y salvaría a muchos, y es algo que no tenemos.
“Tuve una recaída muy fuerte”
A fines de marzo, Santi compartió con sus seguidores de Instagram un mensaje que empezaba así: “Como ya estoy mejor, les cuento que estas últimas semanas fueron muy difíciles a nivel psicológico para mí. Siempre voy a sentir la necesidad de hablar sobre esto. Porque así nació Cero Miligramos: contándoles acerca de mi salud mental para que lo que estuvieran en la misma situación se sientan un poco más comprendidos”.
Y aseguraba: «Hacía mucho que no tenía una recaída tan grande. De esas que te agarran y te llevan al pasado más oscuro al cual uno siempre teme volver»
—¿Qué repercusiones tuviste cuando decidiste compartir esa crisis?
—Hace cuatro años que no me pasaba de tener una crisis y esta última fue muy fuerte. Elegí contárselo a la gente que me seguía porque es una comunidad tan fiel que creo que se merecían sentir esta esta cercanía de decirles: ‘Che, hoy soy yo el que está mal, me está tocando a mí. Después de mucho tiempo recaí y me voy a levantar‘. Es muy loco porque hay un momento en el que estás en medio de la tormenta y el miedo más grande que sentís es el de retroceder, el de volver a estar tan mal como alguna vez estuviste. Después me di cuenta de que hoy estoy más plantado, parado de otra forma. Pero fue una alerta que me llevó a tomar las riendas de cosas que tenía sueltas y que venía postergando. Me llevó a una psiquiatra nueva para revisar la medicación y para ver qué herramientas podía obtener en ese momento.
—¿Qué le dirías a adolescentes o jóvenes que están atravesando alguna problemática de salud mental y que aún no pudieron ponerlas en palabras o pedir ayuda?
—Les diría que no tienen por qué estar mal, que pueden estar bien. Porque muchas veces la gente piensa que no hay solución a lo que le pasa, como me pasó a mí, que muchas veces tuve esos pensamientos de decir: ‘¿Por qué no se termina mi vida acá?‘ Y algo que siempre repito, que escuché en el capítulo que hicimos sobre suicidio en el podcast, es que la gente que se quita la vida no es que quiere dejar de vivir, quiere dejar de sufrir. Pero es tan fuerte el sufrimiento que uno busca apagarlo como puede. Entonces, es muy importante dejar de sufrir. Y se puede, porque yo lo viví. No lo estoy diciendo porque lo leí: estuve en ese lugar y es horrible. Es difícil, pero se puede salir adelante. Para eso, hay que pedir ayuda, entender lo que uno tiene y saber que hay una solución para eso.