Hace cuarenta años, Tarón y el Caldero Mágico se convirtió en una de las producciones más ambiciosas —y problemáticas— en la historia de Walt Disney Studios. Aunque buscaba renovar la imagen de la compañía, terminó desencadenando una crisis que puso en duda la continuidad de su división de animación.
Una apuesta ambiciosa
En 1985, Disney estrenó Tarón y el Caldero Mágico, una película animada dirigida por Ted Berman y Richard Rich, basada libremente en las novelas de Lloyd Alexander. El filme seguía a un joven protagonista y su grupo de amigos en una peligrosa misión para evitar que un ser maligno obtuviera un objeto mágico con gran poder. Con esta historia, la compañía intentaba atraer a una nueva generación de espectadores mediante una estética más oscura y compleja.
De acuerdo con el documental Despertando a la Bella Durmiente (2009), producido por Don Hahn, el presupuesto alcanzó los 44 millones de dólares, convirtiéndola en ese momento en la película animada más cara del estudio. Esta fuerte inversión reflejaba el intento por reinventar el género, aunque el resultado no fue el esperado.
Un fracaso en taquilla
Según reportes recopilados por varios medios, en su estreno en Estados Unidos la película recaudó apenas 21,2 millones de dólares, menos de la mitad del presupuesto invertido. La cifra causó alarma entre los ejecutivos, ya que fue superada por otras producciones animadas del mismo año, como Los osos amorosos (1985), realizada con un presupuesto mucho menor. Incluso el reestreno de 101 dálmatas (1961) generó mejores resultados en taquilla.
El fracaso económico fue acompañado por una reacción tibia del público y la crítica. Esto llevó a Disney a tomar decisiones atípicas con respecto a su distribución: la película no fue reestrenada en cines, como solía hacerse cada siete años con los clásicos del estudio.
Una película marginada
Durante años, el estudio prefirió mantener en segundo plano la existencia de Tarón y el Caldero Mágico. Disney tardó 13 años en lanzarla en formato VHS, limitando su acceso en el mercado doméstico. Esta decisión evidenció la intención de la compañía de distanciarse de una obra que consideraba problemática.
A nivel internacional, la película tuvo un desempeño dispar. En España, registró 686.830 euros en recaudación y fue vista por 410.706 espectadores, cifras modestas comparadas con otros títulos. En contraste, en Francia superó los tres millones de entradas vendidas, lo que sugiere que encontró cierto eco entre públicos europeos. Aun así, este éxito localizado no compensó el fracaso global.
Contexto de crisis
Durante la década de 1980, la división de animación de Disney atravesaba una etapa de incertidumbre. Nuevas tendencias y competidores comenzaron a desplazar el dominio que el estudio había mantenido durante décadas.
El golpe financiero de Tarón y el Caldero Mágico acentuó la crisis creativa y puso en duda la viabilidad de futuras superproducciones animadas.
La recuperación no llegó sino hasta 1989, cuando el estreno de La Sirenita, dirigida por Ron Clements y John Musker, marcó el inicio de un renacimiento. La película recaudó más de 569 millones de dólares a nivel mundial y ganó dos premios Óscar, consolidando el regreso de Disney al liderazgo en animación.
Un legado inesperado
Aunque durante años fue considerada la “oveja negra” del catálogo animado de Disney, con el tiempo Tarón y el Caldero Mágico ha sido revalorizada por parte del público. Algunos aficionados destacan su tono sombrío y su intento de romper con la fórmula tradicional del estudio.
El caso de esta película revela los riesgos de apostar por la innovación sin un respaldo sólido del mercado. También demuestra cómo una sola producción puede tener un impacto estructural en la estrategia de un gigante del entretenimiento, dejando una marca duradera tanto en su memoria institucional como en su catálogo artístico.
