La narcocultura, definida como el conjunto de elementos materiales y simbólicos asociados al narcotráfico y sus protagonistas, ha cobrado fuerza desde los años setenta y se ha expandido a través de expresiones como la música, el cine, la arquitectura y la vestimenta.
Aunque suele considerarse el tema como un reflejo de causas económicas o sociales, Guillermo Núñez Noriega, especialista en estudios de género de los hombres y las masculinidades, señala que alcanza una dimensión simbólica que construye subjetividades, prácticas, relaciones e identidades.
Sin embargo, en los grupos delictivos es cotidiana la reproducción de discursos y prácticas homofóbicas en la cultura popular, lo que contribuye tanto a la marginación como a la estigmatización de las personas no heterosexuales, reforzando un orden de género excluyente y violento.
A pesar de ello, un capo rival de Pablo Escobar expresaba libremente su homosexualidad e incluso hizo negocios con narcotraficantes mexicanos como Miguel Ángel Félix Gallardo, conocido como el Jefe de Jefes y Amado Carrillo Fuentes, alias ‘El Señor de los Cielos’, aceptaban su orientación sexual.
Quién es El Pacho Herrera
Se trata de Hélmer Francisco Herrera Buitrago, conocido como “Pacho” Herrera, uno de los líderes más influyentes del narcotráfico colombiano, cuya vida y muerte marcaron una etapa decisiva en la historia criminal de Colombia.
Más allá de su papel como cerebro financiero y logístico del Cártel de Cali, la figura de Pacho Herrera ha sido objeto de interés por un aspecto poco común en el mundo del crimen organizado: su orientación sexual.
De acuerdo con reportes periodísticos e información del periodista José Guarnizo, Herrera era abiertamente homosexual, pero esto en el contexto de la mafia colombiana de 1980 y 1990 podía significar una sentencia de muerte.
En su libro “La Patrona de Pablo Escobar”, Guarnizo lo describe como “uno de los pocos homosexuales que ascendió en la pirámide de la mafia” y esto sumado a su discreción y refinamiento, lo diferenciaba de otros capos y alimentó numerosas especulaciones y relatos en torno a su vida privada.
Jamás negó ni escondió sus preferencias, a pesar de que vivía en una época en la que no existía la inclusión, ni se hablaba de la diversidad sexual y menos en Latinoamérica.
La carrera criminal de El Pacho
Su trayectoria criminal se entrelazó con el auge y caída del Cártel de Cali, una de las organizaciones más poderosas del mundo durante las décadas de 1980 y 1990. Aunque su nombre no fue tan popular, se consolidó como pieza clave en la estructura financiera y operativa de la organización, rivalizando incluso con el temido Pablo Escobar y el Cártel de Medellín.
Su bajo perfil le permitió moverse con relativa libertad en los círculos criminales y empresariales, evitando la exposición pública que caracterizó a muchos de sus contemporáneos. Esta estrategia de discreción consolidó su posición en el Cártel de Cali pero además le dio la oportunidad de sobrevivir a las constantes amenazas de las autoridades y de organizaciones rivales.
Durante la década de 1980, Pacho Herrera estableció contacto con los hermanos Rodríguez Orejuela, quienes ya habían fundado el Cártel de Cali y buscaban expandir sus operaciones en el mercado estadounidense.
Las negociaciones entre Herrera y los Rodríguez Orejuela permitieron que el cártel consolidara su presencia en las calles de Nueva York, donde la demanda de cocaína crecía de manera exponencial. Por más de una década, Herrera Buitrago operó como representante del Cártel de Cali en Estados Unidos, gestionando la logística y distribución de grandes cargamentos de droga.
Pese a su bajo perfil, el ascenso de Pacho Herrera no pasó desapercibido, lo que lo convirtió en objetivo de investigaciones policiales y en blanco de la competencia. La rivalidad entre ambos cárteles se intensificó durante 1980 y 1990, generando una ola de violencia que sacudió a Colombia y a los países consumidores de droga.
La presión de las autoridades y la amenaza constante de sus enemigos llevaron a Pacho Herrera a tomar una decisión drástica. El 1 de septiembre de 1996, decidió entregarse voluntariamente a las autoridades colombianas; fue juzgado por delitos de narcotráfico, enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
Luego de recibir su condena el 19 de septiembre, fue recluido en el centro penitenciario de Palmira, donde continuó siendo una figura influyente dentro y fuera de la cárcel. Sin embargo, el 5 de noviembre de 1998, fue asesinado mientras se disputaba un partido de fútbol en una de las canchas del penal
Las investigaciones identificaron como responsable a un abogado, quien ejecutó el crimen en medio de la confusión del evento deportivo. Las autoridades concluyeron que el asesinato fue ordenado y orquestado por el Cártel del Norte del Valle, una organización rival que buscaba eliminar a uno de los últimos líderes históricos del narcotráfico colombiano.