“Me da vergüenza llamarla mamá” confiesa el hijo mayor al referirse a la mujer que le dio la vida y que, hace tres décadas, tomó una decisión que alteró para siempre el rumbo de su familia.
Su testimonio, recogido por el diario británico MailOnline, responde a las declaraciones públicas de su madre, quien en los años noventa abandonó a su marido y a sus tres hijos durante unas vacaciones en Kenia tras enamorarse de un guerrero masái.
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La historia comienza en un pueblo turístico de la costa keniana, Mombasa. La madre, una mujer inglesa de 34 años, quedó cautivada por un joven masái, diez años menor que ella, que realizaba danzas tradicionales para turistas.
El inicio de una vida nueva
Poco después, se instaló en Mombasa con el guerrero. La relación avanzó con rapidez. Después de estar un tiempo en Kenia, decidieron mudarse juntos de nuevo al Reino Unido, donde se casaron el día de San Valentín, en 1995, vestidos con trajes tradicionales masái.
De esa unión nació una hija, que actualmente tiene 27 años. Sin embargo, la convivencia no tardó en mostrar signos de desgaste. “Me sentía como si solo fuera un vale de comida”, relató la mujer.
También afirmó que su mayor pesar no fue el fracaso sentimental, sino el efecto de sus decisiones sobre sus hijos: “Cometí un gran error y me arrepiento mucho, sobre todo del impacto que tuvo en mis hijos”.
El matrimonio se rompió a los pocos años. Según ella, su marido empezó a pedir una vida más lujosa: una casa más grande, ropa de marca y dinero para enviar a sus familiares a Kenia.
Ahora, el único recuerdo bonito que conserva con cierta alegría es ver al guerrero practicar las danzas tradicionales de su tribu: “Decía que se estaba preparando para la batalla y que quería saltar alto como un elefante. A los niños les encantaba, pero un tiempo después me ponía nerviosa”.
El silencio del hijo mayor
A pesar de todo, la madre aseguró haber hecho las paces con su pasado y mantener una relación estable con sus cuatro hijos. No obstante, el testimonio de su primogénito contradice rotundamente esta afirmación.
El hijo mayor, que reside en Seúl, con su esposa e hijos, aseguró no haber hablado con ella en más de una década. “Mi madre no solo abandonó a su familia, sino que literalmente arruinó nuestra infancia”, afirmó.
“Nunca ha sido el tipo de madre que se preocupa por el bienestar emocional de sus hijos e, incluso ahora, décadas después, sigue demostrando quién es realmente, desahogándose sin pensar en quiénes lo sufren”, añadió.
La distancia es total. “Su descripción de una buena relación con sus hijos es completamente falsa. Mi hermano se fue a Canadá y yo a Corea para alejarnos de ella”, explicó. “Nunca ha conocido a sus nietos”, concluyó.
“He trabajado duro para superar todo esto: fui a terapia, construí una vida estable y me convertí en padre. Amo a mis hijos de una manera que ella nunca nos amó”, insistió el hijo mayor.
De esta manera (el convertirse en padre) le hizo comprender aún más el daño sufrido. “Ser padre me ha hecho más consciente del daño causado a mi infancia. Ahora me concentro en darles a mis hijos el amor, la estabilidad y la presencia que nunca recibí”, sentenció.