El frío polar que marca el termómetro tiene varios correlatos políticos y económicos en la Argentina de estos días. Aunque, como corresponde a un país de contrastes abruptos, también se están recalentando varias situaciones, ante las urgencias del calendario electoral y la compleja situación de la microeconomía.
Los próximos días serán cruciales en varios frentes, empezando por las definiciones sobre la oferta para las elecciones bonaerense.
Por un lado, ayer volvió a ratificarse la gélida relación entre la política y un sector cada vez mayor de la ciudadanía. En las elecciones municipales de Santa Fe se verificó otro récord de ausentismo, después del de las elecciones constituyentes provinciales de hace dos meses y medio.
Esa tendencia, que se va consolidando, no le sirvió al mileísmo para recibir la noticia esperada del triunfo de la lista libertaria para concejales en Rosario, la tercera ciudad más poblada del país. Aunque el segundo puesto le permita celebrar haber dejado en tercer lugar allí al oficialismo provincial. Es un avance respecto de 2025, pero no equipara lo logrado en la ciudad de Buenos Aires y en la capital salteña. Todo es relativo.
La otra cara de esa elección de ayer, mirada con interés en la Casa Rosada, refiere a la alta probabilidad de que la bajísima concurrencia a las urnas se replique en las muy simbólicas elecciones bonaerenses.
Esa perspectiva genera dudas, pero, también, optimismo, ya que los comicios porteños y rosarinos parecen haber desarmado la vieja máxima electoral que decía que la baja concurrencia beneficiaba a los oficialismos locales por la capacidad de movilización de su aparato político frente a la apatía de los votantes espontáneos.
“Hasta ayer, en mesas no políticas la gente no sabía qué se votaba, ni le importaba. Creo que es un dato muy preocupante que a nadie le importe. Como que una elección ‘no sirve para solucionar mis cosas’”, reflexionaba y se lamentaba un alto funcionario del gobierno provincial, que encabeza el radical Maximiliano Pullaro.
La lista oficialista hizo una mejor elección que la pronosticada, aunque salió tercera en la ciudad más grande de Santa Fe, pero compensó en el plano provincial, donde sigue predominando. La subsistencia de un reparto en tercios resultó, además, una buena noticia para el mandatario (que empieza a exhibirse fuera de las fronteras provinciales), ante la posibilidad de una polarización aguzada que afectara a sus candidatos y su propia proyección.
La posible transpolación del generalizado comportamiento abstencionista al territorio bonaerense, donde hoy no asoma la amenaza de una tercera fuerza, no solo alimenta las expectativas optimistas del gobierno nacional sino que impacta en la conformación de su oferta.
El poder territorial sería desde esa perspectiva una carta de negociación devaluada para los intendentes de Pro más renuentes a aceptar un arreglo que les obligaría a hacer concesiones sin beneficios a cambio, como es el que ya dan por cerrado Karina Milei y su armador Sebastián Pareja con el superacuerdista Cristian Ritondo, portador aventajado de la bandera blanca macrista.
La convicción de que la absorción del macrismo es un hecho al que solo le restan algunas formalidades motoriza, al mismo tiempo, diferencias entre las dos ramas de la militancia mileísta, dividida entre Las Fuerzas del Cielo, autodefinidas como “la guardia pretoriana” de Milei y que se referencian en el súperasesor Santiago Caputo, y los “territoriales” de la hermanísima, Pareja y los primos Menem. Se trata de una tensión por ahora semicongelada, que tendrá algunos picos calientes en las próximas dos semanas, cuando se distribuyan lugares en las listas.
Debajo de la reverencia y la idolatría unívoca hacia el Presidente, ese conflicto es una realidad que el gurú y Karina Milei reconocen. Lo hacen después de insistir en la buena sintonía que tienen entre ellos. Inclusive, Caputo suele admitir que ve en esa competencia aspectos benéficos para sostener la pasión militante. Como si la potenciara. La lógica populista de la construcción agonal, entre amigos y enemigos, tendría ahora una derivación vertical, puertas adentro del armado libertario.
El acto del jueves pasado en La Plata dejó algunas muestras gratis de esa disputa que, de todas maneras, se busca disimular en público, aunque no siempre se logra. Allí mandaban los territoriales y tenían un lugar secundario los pretorianos, cuyos principales referentes habían preferido quedarse en la Casa Rosada y otros reductos porteños.
El renovado glosario de insultos que descargó Milei contra el gobernador Kicillof (mientras el jefe de Gabinete abandonaba su informe ante el Senado, tras ser calificado de mentiroso por una senadora kirchnerista) ofició de aglutinante interno y sirvió para recordar a sus seguidores que el enemigo está afuera.
No obstante, fue un desvío de la estrategia central de sostener como rival dominante a Cristina Kirchner, más ahora en su condición de primera jefe del Estado con una condena firme por una delito de corrupción, que la inhabilita para ser candidata, lo cual es fuente, además, de mayores conflictos para la mayor fuerza opositora al gobierno nacional.
Una vez más, los estrategas mileístas adecuan el libreto a las improvisaciones de su actor protagónico. “Nuestro mayor activo es que Javier siga siendo como es. Y a eso se debe ajustar la estrategia”, reconocen en el entorno de Caputo. El Presidente no los defrauda, siempre encuentra una cima más de incorrección por superar y la traspone para regocijo de sus fanáticos. Y ante la tolerancia de algunos votantes con más apego al respeto, pero que privilegian la política económica, a pesar de que muchos de ellos empiecen a sentir signos de fatiga también en ese terreno.
Por eso mismo, dicen algunos observadores, Milei ha subido aún más el volumen y el nivel de sus diatribas y descalificaciones. La mayor parte de los destinatarios de su arsenal descalificador, fuera del kirchnerismo, han sido quienes señalaron fisuras en la marcha de la economía.
Después de cada uno de los nuevos improperios, algunos expresados en crípticas siglas solo accesibles a iniciados en su credo, el Presidente y su milicia comunicacional salieron a blandir cifras macroeconómicas positivas. Como si estas no pudieran coexistir con realidades sectoriales o particulares bastante menos halagüeñas, que ya no solo se animan a exponer en público los “econochantas” o los “mandriles”, como Milei estigmatiza a cualquier contradictor.
Cada vez son más los empresarios y economistas afines, que, aun manteniendo su apoyo, en general, advierten con sumo cuidado y mucho temor sobre realidades acuciantes de algunas actividades, sobre el empleo y sobre la capacidad de consumo. En otro apartado van las discusiones sobre la (no) acumulación de reservas, que un día no es un problema para el equipo económico, sino hasta un beneficio, y horas después anuncia con su arsenal propagandístico que volvió a comprar dólares.
También calentaron algo el frío generalizado en las últimas semanas algunos gobernadores peronistas y excambiemietas que habían sido hasta acá efectivos acompañantes del Gobierno y a los que en las últimas horas se procuró volver a cobijar. Fue una admisión de algunos errores en la política oficial, que trajo tensiones entre un sector encarnado en Santiago Caputo y el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, por un lado, y Karina Milei y los Menem, por el otro.
“No podemos esperar que nos sigan dando muestras de amor si nosotros nos metemos en sus territorios para armarles rivales y, además, les retaceamos recursos y no cumplimos promesas que les hicimos, lo que impacta en su electorado, que, además, en muchos casos es también el nuestro”, admitieron cerca del supergurú. Es esa una nueva demostración de que las diferencias respecto de la estrategia electoral en las provincias siguen abiertas, a pesar de algunos resultados, que llevaron al Presidente a reinvidicar las condiciones políticas de “El jefe”, como le gusta llamar a su hermana y cuyo título subrayó tras los procesos electorales en los que los libertarios mejoraran su performance.
Esos debates de fondo que tanto alteran al Presidente y los suyos, no afectan, sin embargo, el entusiasmo libertario, mientras empieza a acelerarse la cuenta regresiva para las cruciales elecciones bonaerenses. El perokirchnerismo, su principal oponente, sigue sin lograr descongelar las estancadas discusiones internas, a pesar de los intentos, operaciones y trascendidos que buscan instalar.
La relación entre las fracciones continúa signada por la misma desconfianza entre cristicamporistas y kicillofistas, que se arrastra desde hace meses, y por las profundas diferencias sobre la narrativa por desplegar en la campaña. Demasiado para el poco tiempo que resta (ocho días) para inscribir las alianzas.
Ni siquiera sobre el nombre del frente se ha logrado avanzar un centímetro. El gastado sello de Unión por la Patria, del que pretenden desasirse Axel Kicillof y los intendentes aliados, sigue vigente solo por la inercia de las formas en los bloques legislativos. A pesar de la nostalgia cristicamporista, carece de potencial convocante fuera del núcleo duro de militantes.
De todas maneras, nadie parece dudar de que, aunque sea con remiendos de última hora, habrá una sola lista perokirchnerista para los cargos legislativos. Lo que difícilmente pueda traducirse como una expresión de unidad.
En la escala municipal, el panorama es menos aclaro. Ahí, las martingalas podrían ser numerosas. Desde la presentación de listas cortas (solo de candidatos a concejales y sin legisladores de la sección), hasta boletas enfrentadas de postulantes a ediles.
Detrás de todo esto asoma La Cámpora como el generador del nuevo clivaje dentro del peronismo. Camporismo versus anticamporismo es la antinomia de la hora, potenciada por la condena a Cristina Kirchner.
La resolución de la Corte Suprema de Justicia que dejó firme la pena de prisión a la expresidenta y exvicepresidenta no le ha servido al peronismo, en general, y menos al bonaerense, como catalizador y mucho menos como aglutinador sostenible.
Por el contrario, parece haber endurecido posiciones y diferencias, que han dejado a Kicillof en la posición más incómoda. El gobernador, que sufre el efecto de pinzas articulado por los Kirchner madre e hijo, con la asistencia del siempre movedizo Sergio Massa y el excéntrico agitador Juan Grabois, es, al mismo tiempo, tironeado por varios intendentes que lo apoyan.
Son muchos los jefes comunales peronistas que se niegan a hacer de la consigna “Cristina libre” su propuesta de campaña, como pretende el cristicamporismo. Para ellos, la expresidenta, que ya dejó de ser un faro y es cada vez menos un ancla, empieza a ser un salvavidas de plomo. Una percepción que se agudiza en los intendentes del interior bonaerense. La ya conocida y practicada microsegmentación de la campaña podría tener que recurrir ahora a la nanotecnología.
En ese contexto de realidades hiperfragmentadas de lo que alguna vez fue una fuerza monolítica y hegemónica, todos están urgidos a encontrar algunos puntos básicos de acuerdo para conformar primero un frente electoral, que debe ser inscripto el 9 de julio, con la designación de los respectivos apoderados, y luego armar y distribuir los lugares en las respectivas listas.
Será una semana decisiva en la que el frío dominante en las calles y en algunas relaciones políticas puede llegar a quemar.