Es uno de los edificios más imponentes de Buenos Aires. Tiene una ubicación privilegiada: Avenida del Libertador al 2882, entre Ugarteche y Scalabrini Ortiz. Ocupa media manzana. Lo llaman “el Palacio Devoto”, aunque para los bisnietos de Bartolomé Devoto, ese nombre suena vulgar. Hace días, el quinto piso fue noticia porque su venta lo ubicó entre los departamentos más caros de la Ciudad. Por sus 1227.26 metros cuadrados (862 cubiertos y el resto repartido en dos terrazas) pagaron 9 millones de dólares.
Carlos Ángel Méndez Green Devoto (80) y su primo Luis Ortiz Basualdo (51) dicen que la riqueza del edificio no está reflejada en su valor de mercado. “Sería imposible”, coinciden. Sostiene que el verdadero cimiento de esta joya arquitectónica porteña es la historia de su familia, marcada por la inmigración, el progreso, amores impensados y secretos familiares.
Ahora, en el fantástico segundo piso, reciben a LA NACION para desenterrar parte de ese legado. Se presentan, con mucho orgullo, como herederos directos de Bartolomé Devoto, un joven italiano que llegó al país con las manos vacías y fundó un imperio.
-¿Cómo arranca la historia su familia en la Argentina? ¿Quién fue Bartolomé Devoto?
Carlos: -Bartolomé Devoto era nuestro bisabuelo. Él era oriundo de Lavagna, un pueblito costeño en la región ligur de Italia. Llegó desde Génova en 1850 con sus tres hermanos. Primero vino Cayetano, después Bartolomé con Antonio, el que dio origen al barrio Villa Devoto. Más tarde, Tomás, el menor. Eran de una familia humilde y muy jóvenes, Bartolomé tenía 15 años cuando llegó a Buenos Aires.
-¿Cuál fue el primer trabajo?
Carlos: -Los hermanos empezaron trabajando en una casa de Ramos Generales de Silvestre Demarchi, un inmigrante del cantón Ticino que había llegado dos décadas antes. Eran muy trabajadores -o como les gusta decir ahora acá “laburantes”- y vinieron al país a “hacerse la América”. Nada de nobleza: no tenían títulos ni una posición social “paqueta”. No eran nobles ni paquetes, eran inmigrantes comunes que, a fuerza de trabajo, terminaron haciendo una fortuna.
-¿Cómo fue posible ese salto? ¿Cómo pasaron de llegar con lo puesto a construir una de las más grandes fortunas de Buenos Aires?
Luis: -Ellos, junto a otras familias italianas, se metieron en el comercio entre Italia y Argentina. A finales de 1800 tenían acceso a todos los negocios de exportación de cereales (llegaron a exportar el 10 por ciento del trigo argentino) y de la mercadería que venía de Italia para acá. Sembraron 300.000 hectáreas en La Pampa, fundaron la destilería Devoto Rocha, el Hospital Italiano, el Banco Italia y el Banco Río de la Plata. En esa época, todo era nuevo en el país, se hacían las cosas desde cero: ellos compraron tierras en el interior y fundaron pueblos (entre otros, Santa Isabel, en Santa Fe).
-El apellido Devoto trascendió las fronteras. Entiendo que también se hicieron fuertes en Paraguay.
Carlos: -Tenemos un campo con títulos a nombre de mi bisabuela, la esposa de Bartolomé. Son unas 80.000 hectáreas en el margen paraguayo del río Pilcomayo. Con el tiempo, amigos del presidente Higinio Morínigo se instalaron ahí, construyeron sus casas y expropiaron las tierras… ¿Por qué un campo en Paraguay? Y ahí empieza la parte más curiosa, casi un acertijo que todavía no pude terminar de resolver. Después de la Primera Guerra Mundial, en Europa cambió el sistema de percusión de los fusiles, el mecanismo que hace estallar la bala. Se pasó a la percusión central. Todo el armamento que circulaba en Latinoamérica había quedado obsoleto, seguía siendo de percusión lateral. Entonces, uno de los Devoto -nunca supimos si fue nuestro bisabuelo o su hermano- vio una oportunidad: se fue a Italia, compró armas de descarte, que allá ya no servían y las trajo para vender acá. Paraguay estaba en plena guerra y parece que pagó parte de ese armamento con tierras, con esas 80.000 hectáreas que, hasta hoy, siguen siendo parte de una larga discusión.
Durante toda su vida, Bartolomé Devoto siempre mantuvo un bajísimo perfil. Carlos dice que, entre los cuatro hermanos Devoto, a Bartolomé lo apodaban irónicamente “el popular”, justamente porque prefería mantenerse alejado de las luces y el protagonismo.
-En Buenos Aires, ¿dónde se instaló la familia?
Carlos: -En los comienzos, no sabemos. Pero después vivieron en la manzana delimitada por Santa Fe, Rodríguez Peña, Callao y Marcelo T. Era toda de ellos.
“Una historia picante”
A medida que la fortuna de los hermanos Devoto crecía, también apareció el amor. Bartolomé se casó con Virginia Arrotea Alvear y juntos tuvieron una hija. Pero la felicidad fue breve: madre e hija murieron a causa del tifus, una enfermedad común en Buenos Aires de comienzos del siglo XIX.
Carlos: -¿Querés que contemos esto o lo dejamos afuera?
Luis: -Sí… lo que sabemos… Cuando Bartolomé quedó solo, vivía en una casona en Rodríguez Peña 1046…
Carlos: -Te pido que pares ahora porque ahora viene una historia picante…
Luis: -Y también la más divertida.
-¿Qué pasó con Bartolomé después de la muerte de su esposa?
Carlos: -Bueno… este señor tenía lo que podríamos llamar una vitalidad sexual notable. Y lo digo con cuidado, porque en estos tiempos en los que todo se homologa es necesario hablar con claridad.
-¿Era un Don Juan?
Carlos: -No, para nada. Era un monógamo convencido, pero sexualmente incentivado. Y se enamora, digamos, de la hija de una mujer que trabajaba en el servicio doméstico. En aquella época, el personal doméstico era numeroso. La madre era lavandera y la hija tenía 17 años. Bartolomé le echó el ojo y no perdió el tiempo. Estuvieron juntos mucho tiempo y la relación prosperó. Pero para casarse, Bartolomé puso una condición: “Cuando me des un hijo varón, me caso con vos”, le dijo. El tipo era riquísimo, tenía un poder enorme. Y ella, Juana González, una mujer con un carácter decido, aceptó sin dudarlo.
-¿Y nació el hijo varón?
Carlos: -No, al principio nacieron mujeres a la bruto, entre ellas nuestras abuelas… hasta que llegó el varón y Bartolomé cumplió su palabra, se casó con Juana. Nació Bartolito, que murió a los 15 años, y después vino José Bruno, al que llamaban Pepe, que tenía una característica, tenía enanismo. Todavía me acuerdo de él en las reuniones familiares, era encantador.
Luis: -A Pepe lo tuvo a los 75 años. Bartolomé ya estaba grande.
En total, Bartolomé y Juana tuvieron seis hijos. “María Rosa, la abuela de Carlos, que se casó con Green. María Teresa, mi abuela, que se casó con Ortiz Basualdo. María Luisa, que se casó con José Bustillo, el hermano del arquitecto Alejandro Bustillo… Esa pareja no tuvo hijos. Después llegó Bartolito, el varón que murió joven, más tarde Jeanette, la más chica entre las mujeres, que tampoco tuvo hijos, y finalmente Pepe -enumera Luis-. Todo esto sucede antes de 1920, cuando falleció Bartolomé Devoto”.
Carlos: -Mi héroe.
El Palacio Devoto
Para los primos Carlos y Luis, es importante dejar en claro que su familia no era de alcurnia: “Ellos no eran de la aristocracia: eran hijos de inmigrantes, laburantes. Después algunos sí se casaron con personas de la aristocracia porteña… algunos. Claramente no fue el caso de Bartolomé”, asegura Luis.
-¿Qué pasó después de la muerte de Bartolomé?
Luis: -Cuando Juana heredó la fortuna de su marido, dijo que no quería ser accionista de fábrica. Lo que ella quería era conservar propiedades agropecuarias y urbanas. Ahí hicieron una partición de la herencia y con eso, ella armó su nuevo esquema patrimonial.
Carlos: -Se quedó con Estancias y Colonias Trenel, unas tierras que habían comprado los hermanos Devoto. Algunos historiadores dicen que eran 300.000 hectáreas, otros 400 mil. En la familia solían decir que Colonia Trenel era más grande que Bélgica. Juana era una mujer elegante, muy bondadosa y con enorme visión para los negocios.
Según cuenta la leyenda familiar, Juana González, la esposa de Bartolomé, no tenía la mejor relación con Elina Pombo, la mujer de Antonio Devoto, su cuñado. “Elina se creía una reina”, solían decir con sorna en la rama de Bartolomé. Los hermanos, conscientes de que las diferencias entre sus esposas podían complicar las cosas más adelante, tomaron una decisión práctica: prefirieron evitar conflictos y repartieron la fortuna en vida. Como Antonio no tenía hijos, se quedó con las acciones de las empresas, un patrimonio más fácil de dividir llegado el momento. Bartolomé, en cambio, optó por conservar los bienes inmuebles: estancias, campos y propiedades urbanas que luego marcarían el rumbo de su descendencia.
-¿Cómo era Juana?
Carlos: -Una mujer sumamente piadosa. Ella mandó a edificar, en Boedo, la iglesia que dedicó a San Bartolomé. También donó al Cardenal Copello la residencia familiar de Rodríguez Peña para que la casa albergara al Instituto de Cultura Superior Religiosa. Siempre estaba dispuesta a ayudar… quizás por su origen humilde nunca se olvidaba de los que menos tenían.
-¿Cómo surge la idea de construir el Palacio Devoto?
Luis: -Juana heredó en 1920 y enseguida empezó a construir edificios en Santa Fe y Callao, en Tucumán y Lavalle, un edificio que da a las dos calles, todos edificios de rentas. En París, también. Ella priorizaba la renta sobre el lujo, por eso mandaba a construir. Y este fue el último edificio que mandó a construir.
Carlos: -Además, Juana siempre tuvo obsesión de mantener a la familia unida. Con esa idea había construido la casa quinta de Villa Devoto y las casonas familiares en París y Mar del Plata. Después de enviudar, en 1937, encargó a Alejandro Bustillo, su arquitecto de confianza y pariente, porque era el hermano de su yerno, esta residencia sobre avenida del Libertador. Su idea era que cada uno de sus hijos habitara en un piso diferente.
La familia se mudó en 1938 y Juana se instaló en el primer piso. Pero alcanzó a disfrutarlo poco: falleció apenas dos años después, en 1940.
El Palacio Devoto se encuentra sobre la avenida del Libertador, entre las calles Ugarteche y Raúl Scalabrini Ortiz, en pleno corazón de Palermo. Su arquitecto Alejandro Bustillo fue el mismo que proyectó el Hotel Llao Llao y el Banco Nación, y era muy popular entre las elites porteñas de la época. “La capilla San Eduardo, que está en el Llao Llao, fue donada por Juana González de Devoto”, agrega Carlos.
El edificio de estilo francés academicista se distingue por su elegante fachada revestida en piedra, con detalles en mármol y materiales que fueron traídos especialmente de Europa. Cada departamento, uno por piso, fue pensado con el confort y la privacidad de una casa: tienen cinco dormitorios, cinco baños, palier privado, hall de entrada, living amplio, comedor principal, escritorio, un living íntimo, comedor diario, cocina separada, lavadero, dos dependencias de servicio y cuartos para las niñeras, baulera y cocheras fijas. La superficie de cada unidad ronda los 1.600 metros cuadros.
-¿Cómo era la vida en el edificio?
Luis: -Juana vivía en el primer piso. La abuela de Carlos estaba en el tercero, y la mía en el cuarto. A cada uno de sus hijos les dio un piso, incluso a los que no tuvieron hijos… menos a Pepe.
-¿Por qué?
Carlos: -En realidad Pepe vivió un tiempo acá, pero después se mudó a un departamento espectacular sobre Libertador, pasando Salguero. Era muy fiestero, le gustaban mucho las mujeres y eso molestaba bastante a las hermanas. Un día le dijeron: “Pepe, si querés seguir con tu ritmo, acá no”. Se terminó casando con una mujer llamada Carmen -muy enamorados, pero no tuvieron hijos- y se calmó… (ríe) Antes de eso era bravo, viajaba con Macoco Álzaga y otro más que ahora no me acuerdo el nombre… y en uno de esos viajes cerraron el Folies Bergère. Así era el nivel.
-¿Y quién se mudó al piso de Pepe?
Carlos: -Ese era el segundo piso. Cuando Pepe se fue, se alquiló a la familia Madanes. Más adelante le tocó a mi madre y, con el tiempo, me quedó a mí.
Luis: -A medida que iban falleciendo, los pisos se iban redistribuyendo. La que se había casado con Bustillo se mudó al primero, la señora de Green -que tenía tres hijos- pasó al tercero… Ortiz Basualdo y la señora Devoto tuvieron ocho hijos.
Carlos: -Y Jeanette se quedó con el quinto, que es el que hace poco salió la noticia de que se vendió. ¿Y por qué se vendió a ese precio, si los otros valen casi el doble? Porque tiene la mitad de metros. Los demás tienen 1600, este tiene mucho menos… Eso sí, tiene una terraza enorme con vista a Colonia del Sacramento. Es una belleza. Cuando ella murió se mudó Silvita Green, una prima hermana mía. Ella se instaló ahí. Mi madre, que se había casado con Méndez, inauguró un piso en Cavia y Castex.
-¿Qué recuerdos tienen de la vida en el Palacio Devoto?
Carlos: -Acá veníamos a almorzar los domingos. Comíamos seguido arroz a la cubana. En el sexto piso estaban los empleados del servicio doméstico y también había viviendas sobre la calle Ugarteche. Trabajaba mucha gente.
“Nosotros, los Green y los Ortiz Basualdo somos las dos únicas líneas descendientes directamente de Bartolomé Devoto”, dicen los primos casi al unísono. Porque para ellos, el verdadero legado no se mide en herencias, sino en lo que se transmite al contarlo.