La ganadora del último premio Planeta, Paloma Sánchez Garnica, ha visitado la ciudad de Berlin donde ha ambientado sus últimas novelas, que se desarrollan en diferentes momentos clave del siglo XX, aunque es inevitable establecer un paralelismo con el momento actual. «Vivimos una época muy peligrosa de confrontación», alerta la autora en un encuentro con los medios en la capital germana.
A ‘La sospecha de Sofía’ (publicada en 2019 y con 19 ediciones), siguió ‘Últimos días en Berlín’ (finalista del Planeta 2021 y con 17 ediciones) y culminó con ‘Victoria’ (Premio Planeta 2024 y con 8 ediciones). Las tres novelas fueron publicadas sin seguir un orden cronológico, pues son independientes y «autoconclusivas», pero ahora Planeta las ha unido en una trilogía ordenada basada en la época que narran: 1933-1945 (‘Últimos días en Berlín’), 1945-1964 (‘Victoria’) y años 60 y la reconstrucción del muro (‘La sospecha de Sofía’).
«Parece que no aprendemos de una historia que se repite cíclicamente. Si uno mira lo que pasó hace 80 años y lo que está pasando ahora, diríamos que el fascismo cambia de cara pero no de alma. En la Guerra Fría, había dos bloques claramente diferenciados pero ahora no y tenemos al mando a gente muy loca dirigiendo el mundo. Trump o Putin son dos egocentristas imprevisibles. No sé a dónde nos llevará esto. Vivimos en un difícil equilibrio, un conflicto mundial del que no sabemos si vamos a salir», afirma.
Aunque la autora no se define como «analista político», se considera humanista y defiende «la capacidad de transformación del ser humano en democracia y la capacidad de la diplomacia», al tiempo que lamenta que solamente se dé voz a «los histriónicos y a los que aparecen con pelos naranjas».
En este punto, la escritora cita conflictos como los que están ocurriendo en Ucrania o Gaza, con ciudadanos «a los que, de repente, todo eso se les rompió». «Pero el ser humano tiende a aparcar todo los que no le afecta directamente y a seguir viviendo», denuncia. No obstante, expresa su confianza en «una sociedad que se acerca a la lectura, a través de la cual puede entender para ser más tolerante» y comprender de dónde viene el ser humano. «Eso es lo que hace a una sociedad fuerte y crítica», argumenta Sánchez-Garnica, para quién «cualquier libro con una ventana del pasado siempre enseña».
«No estamos exentos de los males del pasado y cualquier amenaza, cualquier conflicto que ha habido antes, nos puede suceder a nosotros. Vivimos en una sociedad muy acomodada, casi adocenada, aburguesada, y nos podemos llegar a creer libres de todo conflicto porque tenemos una memoria muy frágil», puntualiza y defiende: «Escribir es una forma de resistir y de entender el mundo».
Por este motivo, insta a la «responsabilidad de los ciudadanos», con el fin de «no dejarse llevar por los mensajes facilones y hacer el esfuerzo de cribar y analizar la información para no dejarse manipular» y reconoce que no recurre a las redes sociales, que asegura haber abandonado «porque había tanto odio que hacía daño». «Siempre ha habido odio aunque la confrontación ahora está en términos superlativos», lamenta, además de poner el foco en el papel de los medios de comunicación.
En cualquier caso, Sánchez-Garnica descarta escribir una novela «con la actualidad tan pegada a la nariz» pues, como asevera, «no sería objetiva», un hecho que califica de «error como escritora». «Ahora estoy escribiendo mi décima novela y estoy intentando y haciendo lo posible para que sea la mejor. No pienso en lectores, en si va a gustar o no. Tengo que tener la sensación de que lo que estoy escribiendo me apasiona y me fascina», incide, un sentimiento que también busca en su rol de lectora.
Sobre esa esperada décima novela, Sánchez-Garnica sólo avanza que ya no se desarrolla en Berlín a pesar de que aún quedan hechos históricos que le gustaría tratar, como los años 20 del siglo pasado. «Esa década me parece alucinante. No digo que no vaya a volver pero ahora tenía la necesidad de irme. Y aunque es una historia que no se desarrolla en la actualidad, llevo ciento y pico páginas y veo que la historia se repite, con mecanismos diferentes, con formas diferentes, pero al final con las mismas consecuencias», asevera.
«NO SOMOS CONSCIENTES DE LO QUE SUCEDIÓ EN BERLIN»
Pese al cambio de registro, la escritora reconoce que Berlín le ha dado «tres historias y tres novelas» que le han conseguido acercar a los lectores. «Berlín fue el ejemplo de todo lo que no debió de ocurrir. En la Segunda Guerra Mundial, fue una ciudad absolutamente devastada por las bombas, con una población agonizante que luego fue responsabilizada de todos los males. Es una ciudad con una historia increíble, que se ha destruido y ha reconstruido», relata.
En este punto, enfatiza que «la ciudad estuvo rodeada por un muro, que separó familias y amigos», un muro que se construyó en la madrugada del 13 de agosto de 1961. «No somos conscientes de lo que supuso, sería como si en una ciudad como Madrid, por ejemplo, que se hiciera un muro en toda la M-30 y los del centro fueran con una moneda y con un sistema y todo alrededor, completamente diferente», explica.
Así, rememora que «BerlÍn era el centro de todas las miradas cuando, en la Segunda Guerra Mundial, se unieron dos enemigos naturales –Estados Unidos y la Unión Soviética– para acabar con el nazismo pero cuando termina la guerra se vuelven a erigir como los grandes enemigos que son y contener por un lado el capitalismo y por otro, el comunismo». Fue entonces cuando se popularizó la frase «mejor un muro que no la guerra», que pone el foco en la necesidad de buscar la paz, aunque ello implicara la separación.
«No somos conscientes de lo que sucedió allí», reitera, para rememorar que ella estuvo en la ciudad «40 días justo» antes de la caída del muro de Berlín (el 9 de noviembre de 1989) y pudo ver «esos dos caras» de la ciudad: el contraste entre una urbe «llena de vida y luz y otra, que era entrar en una máquina del tiempo, totalmente gris, lenta y fría».
En este punto, la autora confiesa que le hubiera gustado vivir «esa madrugada del 9 al 10 de noviembre del 89, cuando cayó el muro» y se pregunta cómo pudieron salir sus ciudadanos de esa situación, cómo vivieron tantos años separados. Además, enfatiza que la ciudad fue reconstruida para el pueblo, «cuando en realidad fue para los elegidos, para los premiados que habían hecho trabajos para el poder, algo que se percibe al visitar la zona este». «Y todo esto es lo que trato de comprender a través de la escritura», apostilla.
Sobre el salto a la gran pantalla de sus novelas –la película de ‘La sospecha de Sofía’ se estrena después del verano, con Álex González como personaje principal y Aura Garrido como Sofía, bajo la dirección de Imanol Uribe– enfatiza «que escribir una novela no tiene nada que ver con hacer una película» y, a pesar de no haber intervenido en la producción, apostilla: «Cuando cedo los derechos, lo que pido es no cambiar el final».
Al ser preguntada sobre el impacto de la Inteligencia Artificial (IA) en la cultura, recuerda que, «en el mundo del arte, siempre ha habido gente que se ha apropiado del trabajo de otros». A su juicio, «la IA está ahora en pañales y es una inteligencia sin alma». «Todo está escrito pero cada autor da a sus libros su marca y su alma. La IA no va a poder jamás escribir poesía», concluye.
Por último, la autora descarta recuperar a alguno de los personajes de su trilogía de Berlín para iniciar una saga. «Eso sería forzar: cuando acabo una novela, los personajes se van y olvido hasta sus nombres e historias», zanja.