“Si cierro los ojos, siento que estoy en mi pueblo”, dice María de los Ángeles a LA NACION mientras sostiene una caja de dulces de cayote con nuez y abraza a Gustavo, su marido. Hace tres años se mudaron de Monteros, Tucumán, a la ciudad de Buenos Aires por trabajo. Hoy, en medio de la feria Caminos y Sabores —que reúne a familias productoras, cocineros, emprendedores y artesanos de todo el país en La Rural de Palermo— encontraron un atajo para volver, aunque sea por unas horas, a su tierra y sus sabores. No hizo falta viajar mil kilómetros: bastó caminar entre los stands para que la memoria les devolviera la caña dulce, las empanadas, el quesillo.
Desde el mediodía, una fila constante de visitantes se forma en la entrada de La Rural, sobre avenida Sarmiento 2704, Palermo. Muchos consultan el mapa de la feria —impreso o colgado en los accesos— y se pierden a propósito entre los caminos. Es al cruzar la puerta de los pabellones donde se despiertan los sentidos: el aire se llena de aromas que brotan de cada rincón. Huele a salame ahumado, a pan dorado recién horneado, a quesos cremosos y dulces que se mezclan con el perfume de hierbas frescas y especias molidas ahí mismo. Frascos de mermeladas rojas y naranjas, aceites que brillan como oro líquido, dulces de leche de un marrón intenso: todo se exhibe sobre tablas de madera. Cada pasillo es un laberinto de charlas cruzadas, bolsas que chocan, niños que corren, adultos que mastican con los ojos cerrados para guardar el momento.
Una hora después de la apertura, el lugar se ve lleno. Familias con carritos improvisados y mochilas repletas recorren cada sector como si fuera un mercado de pueblo. Algunos se sientan a comer lo que compraron en las mesas repartidas por los rincones: pan, salames, dulces, botellas de licor que pasan de mano en mano. Entre risas y bolsas abiertas, la feria se vuelve un picnic colectivo. Mónica Sánchez, de San Pedro, camina con sus hermanas entre el Camino de los Aceites y el de las Infusiones. “Venimos todos los años. Decimos que no vamos a gastar tanto, pero mirá esto”, bromea mostrando tres bolsas colmadas. “Lo lindo es que jugás, probás y siempre te llevás algo. Te volvés a casa contenta”, cuenta a LA NACION mientras Celeste, su hermana, mastica un trozo de salame picante.
A unos metros, Graciela y Martín, matrimonio de General Pico, La Pampa, descansan sobre un banco improvisado de cajones de madera. Tienen bolsas con conservas, dulce de membrillo y una botella de licor casero. “Vinimos a ver a nuestra hija que vive en Capital y armamos plan de feria. Nos encontramos con productores de allá y de otras provincias, terminamos probando de todo”, dice Graciela a este medio. Martín agrega, sonriendo: “Te querés llevar todo, pero hay que volver cargado en micro”.
Van pasando las horas y los pasillos se van llenando de más gente. Unos pasos más allá, Paula y Darío, de Neuquén capital, abren una bolsita con nueces caramelizadas y miran un plano arrugado de la feria. “Vinimos de vacaciones a visitar a la familia y nos encontramos con esto. Es como recorrer todo el país en una tarde”, cuenta Paula a LA NACION. “Ya elegimos aceitunas, licor y ahora vamos por los alfajores”, agrega Darío mientras señala un stand.
En un banco cercano, Marta Ortiz, de Luján, revisa su compra: quesos de cabra, longanizas, panes saborizados, conservas y bombones. “Vengo con presupuesto fijo y siempre gasto de más”, admite a este medio mientras guarda un paquete que acaba de ganar en una ruleta.
Distinción y aprendizaje
Cada tanto, un aplauso interrumpe el murmullo: cuatro amigos de Mar del Plata levantan una llave de madera, símbolo de reconocimiento a su stand de GIN. Con la voz quebrada y lágrimas, uno de ellos expresa ante el público presente: “Somos cuatro amigos que venimos hace cinco años. No vivimos de esto, le ponemos toda la garra y bueno… esto es una locura. No lo podemos creer, estamos muy agradecidos. Los invitamos a todos a que pasen a probar nuestro Gin, que lo degusten, que está hecho con mucho amor, con mucho esfuerzo”.
Hugo, jubilado de Río Negro, avanza con un carrito cargado de conservas de trucha, dulces de membrillo rubio y salamines. “Esto lo guardo para el invierno. Es mi provisión”, dice a este medio, mientras se abre paso entre bolsas que chocan en los pasillos. Cerca de él, una familia de Salta elige aceitunas y especias para llevar de regreso al norte. Al costado, Griselda, abuela de Avellaneda, se sienta con sus dos nietos junto a una pared para compartir un sándwich de salame y pan casero. “Es la primera vez que vengo. Tenía miedo de gastar de más, pero está bueno venir a picar cositas y mirar todo. Ellos se volvieron locos con los bombones”, dice a este medio, mientras los chicos se ríen con la boca llena de dulce de leche.
En uno de los extremos, Roxana Aramayo, cocinera jujeña, enseña a un grupo a preparar empanadas salteñas. La masa se estira sobre una tabla de madera mientras un chico de diez años se cuela entre los adultos para robar la primera. “Esto es compartir lo nuestro, como en casa”, explica Roxana a LA NACION mientras saluda a cada curioso que se suma a la ronda.
Por el Camino Federal, Florencia y Javier se besan frente a un mostrador de chocolates artesanales. Se conocieron en esta feria hace dos años. “Es nuestro aniversario de sabores”, cuenta Florencia a este medio, mientras él le ofrece un bombón. Detrás de ellos, dos mendocinas brindan con licor y se sacan selfies para registrar cada bocado.
No lejos de allí, un grupo de estudiantes de gastronomía de Córdoba escuchan atentos a un productor que muestra quesos de distintos tipos. Vinieron de vacaciones, sin plan de competir ni vender nada. “Para nosotros cada bocado es una clase”, dice Maximiliano Ayusa, de 21 años, a LA NACION. Lucía, su compañera, toma notas en un cuaderno arrugado y asiente mientras prueba un trozo de queso azul.
Mientras avanza la tarde, los sonidos cambian: bolsas que crujen, cubiertos golpeando bandejas de madera, cucharitas hundiéndose en salsas picantes. Se escucha una zamba suave desde un parlante improvisado. Una pareja de turistas de Brasil saca fotos de cada mesa. “Nos llevamos miel, alfajores y el recuerdo de que la Argentina es pura comida rica”, dice uno de ellos a este medio. Entre risas y bolsas que se chocan, todos coinciden en una frase que se repite: “Siempre queda algo para la próxima vez”.
El mapa —ese plano que se dobla y se abre una y otra vez— guía a los visitantes por cada Camino de los Dulces, de las Picadas, de las Infusiones, del Turismo y la Tradición. Hoy sábado, Caminos y Sabores abre sus puertas entre las 12 y las 20. Mañana domingo será el último día de esta 19ª edición: abrirá de 12 a 20, en La Rural, Avenida Sarmiento 2704, Palermo. Hasta entonces, cada pasillo seguirá latiendo entre aromas, colores y voces que recuerdan que, a veces, basta cerrar los ojos para volver… y volver otra vez.