A las 4:30 de la mañana del 6 de julio, en un rincón semirrural de Manavgat, una ciudad del sur de Turquía frecuentada por turistas europeos en busca de playas y ruinas romanas, el silencio del campo fue rasgado por un rugido. No fue una fábula ni una metáfora bíblica: un león real, de carne, garras y colmillos, se paseaba entre los olivos y los invernaderos, como si el mismísimo asfalto le perteneciera.
Su nombre era Zeus, pero no tenía la majestad de un dios griego ni el destino de una criatura mitológica. Zeus era una bestia cautiva del zoológico Land of Lions, un parque privado que ofrecía experiencias de “contacto salvaje” a familias con niños. A esa hora, nadie lo buscaba con binoculares. Nadie lo admiraba. Todos corrían detrás de él.
Fue visto primero en un video borroso, vagando delante de un tractor. La imagen, sin ubicación ni hora verificables, empezó a circular en redes sociales como si el león fuese un meme viviente, uno más de los miles de animales fuera de contexto que pueblan TikTok. Pero esa noche no era entretenimiento.
En una granja a las afueras, Süleyman Kir y su esposa Gülperi dormían bajo una manta, como cualquier otra pareja campesina. El relato de ella llegó poco después, con la voz temblando entre enfermeros y policías:
“Algo me tocó la punta del pie, como si fuera una rata. Pensé que era una rata… pero de repente saltó sobre Süleyman. Estábamos ahí juntos”.
El ataque fue feroz. El animal, que según las autoridades había burlado los cercos eléctricos del zoológico, lo mordió en el cuello, en las piernas, en la oreja. Pero Kir, un hombre delgado de rostro curtido y manos de tierra, no se dejó vencer. Desde la camilla, aún con la sangre fresca en las vendas, su voz sonó firme:
“Yo tenía una manta encima. Escuchamos un ruido. Cuando me la saqué, el león saltó sobre mí. Luchamos. Grité pidiendo ayuda. Me mordió las piernas, el cuello. Lo agarré por el cuello y lo asfixié. Entonces corrió, diez metros”.
Las imágenes del rescate muestran un caos primitivo: la víctima es cargada en la caja de una camioneta, sin ambulancia aún, mientras los uniformados merodean con linternas temblorosas buscando un felino de 200 kilos en la penumbra. En una de esas secuencias, un policía se cubre la boca. Nadie habla. Solo se escucha el viento.
El gobernador local confirmó más tarde que el león fue abatido por las fuerzas de seguridad. El intento de capturarlo con vida había fracasado. Lo encontraron al borde de un canal de riego, exhausto, herido. Lo rodearon. No hubo vuelta atrás.
El zoológico Land of Lions fue clausurado de inmediato. Según registros municipales, la instalación había sido objeto de advertencias previas por condiciones inadecuadas de seguridad y mantenimiento. En la entrada todavía cuelgan banderines multicolores con imágenes de cachorros de león abrazando a niños. Un absurdo.
Turquía, país de contrastes brutales, donde en las orillas del Mediterráneo se mezclan mezquitas otomanas, hoteles all-inclusive y circos de fauna exótica, tiene una regulación ambigua respecto a la tenencia de animales salvajes. En Manavgat, donde el calor alcanza los 40 grados y los turistas a veces montan camellos decorativos para fotos, la idea de un león suelto caminando entre granjas revela una grieta: la fantasía del entretenimiento salvaje se volvió, por una noche, terror real.
Zeus murió sin ceremonia. Süleyman Kir, en cambio, sobrevivió.
“Lo ahorqué con mis manos”, dijo.
Sus palabras no son las de un héroe, sino las de un hombre que solo quería vivir. Ahora, bajo un ventilador en el hospital central de Antalya, con antibióticos y suero, piensa en volver a su granja. El gallo aún canta al amanecer.