Menem (Argentina/2025). Dirección: Ariel Winograd. Showrunners: Mariano Varela (también creador), Ariel Winograd y Fernando Alcalde. Guión: Mariana Levy, Federico Levín, Silvina Olschansky, Luciana Porchietto y Guillermo Salmerón. Fotografía: Félix Monti y Magdalena Ripa Alsina. Música: Sergei Grosny. Edición: Andrés Quaranta. Elenco: Leonardo Sbaraglia, Juan Minujín, Griselda Siciliani, Jorgelina Aruzzi, Marco Antonio Caponi, Guillermo Arengo, Martín Campilongo (Campi), Mónica Antonópulos, Valentín Wein, Cumelén Sanz, Agustín Sullivan, Candela Vetrano, Alberto Ajaka, Diego Pérez. Disponible en Amazon Prime Video. Nuestra opinión: muy buena.
Además de ser el mejor director de comedias de los últimos tiempos en el escenario audiovisual argentino, primero en el cine y más recientemente en miniseries producidas para las plataformas de streaming, Ariel Winograd es un autor. El personaje principal de sus creaciones es siempre el mismo, matizado con distintas variantes en cada nueva aparición: una figura, por lo general masculina, convencida de que puede llegar mucho más lejos de lo que la realidad y su propio talento le imponen.
Detrás de esa conducta hay sueños, ambiciones y una valoración de sí mismo tan elevada y tan artificial que le impide anticiparse al momento inevitable del derrumbe, tan ruidoso y desmesurado como el momento del encumbramiento. Esa caída se siente sobre todo en el cuerpo y en el ánimo. El personaje de las ficciones de Winograd vive su apogeo a partir de sensaciones y efectos que resultan casi siempre artificiales. El costo de la decadencia, en cambio, es bien tangible. Duele de verdad.
La creación más reciente de Winograd comienza con uno de los peores momentos en la vida de su protagonista. Estamos en marzo de 1995 y en la Quinta de Olivos amigos, familiares y funcionarios rodean al presidente Carlos Saúl Menem en las horas posteriores a la trágica muerte de su hijo. En un momento la cámara se acerca a alguien en particular. Con el tiempo descubriremos que se trata de Olegario Salas, un modesto fotógrafo riojano originalmente dedicado en su provincia a todo tipo de acontecimientos sociales.
La trama nos llevará de inmediato, a partir de ese sombrío momento inicial en un largo flashback hacia el pasado. Exactamente once años atrás, cuando Menem puso en marcha su campaña presidencial soñando por entonces con la utopía de un triunfo sobre Antonio Cafiero en la única gran elección interna de verdad que tuvo el peronismo en su historia. La realidad se dio vuelta y aquél “Síganme” original que había empezado como una aventura solitaria y casi folclórica terminó con el riojano en la Casa Rosada como el hombre más poderoso de la Argentina.
Desde el vamos queda en claro que la vida de Menem y de su entorno durante ese lapso no va a soslayar ni ocultar los principales hechos de ese tiempo que lo tuvieron como protagonista, pero más clara todavía es la decisión de no convertir esta miniserie de seis episodios (de 40 minutos cada uno, aproximadamente) en una miniserie política.
En todo caso, la realidad de ese tiempo (reducida a varios highlights significativos de esos once años) funciona como excusa y disparador de otra clase de búsquedas. A Winograd, por las razones apuntadas al principio, le fascinan personajes como Menem. Y también, como lo demuestra la serie que hizo alrededor de la figura de Guillermo Coppola, parece sentir una atracción irresistible por todo lo que ocurrió en la Argentina durante la década de 1990. Años llenos de excesos, exuberancias varias, historias de ascensos veloces y de ejercicios vanos y caprichosos, sobre todo desde el poder, que terminaron reconfigurando por completo a la Argentina.
Winograd recurre circunstancialmente a la historia política de ese tiempo porque le interesa otra cosa. El encumbramiento de Domingo Cavallo (y la posterior pelea con Menem por cuestiones de cartel y celos políticos en el crédito del triunfo sobre la inflación gracias a la convertibilidad), el empoderamiento de María Julia Alsogaray (a quien se le dedica casi un episodio completo), la última rebelión carapintada y la decisión política del indulto son herramientas al servicio de un solo objetivo: construir el retrato de Menem como un hombre que sueña con el poder y sobre todo se siente muy cómodo con él hasta que se da cuenta de que tiene que pagar un altísimo precio por esa ambición. Es, lisa y llanamente, un hombre que le vendió el alma a algún diablo.
Personajes reales y ficticios orbitan alrededor de esa indagación. Algunos (Duhalde, Alfonsín) pasan casi de largo. Otros (Cavallo, Alsogaray, Bernardo Neustadt) tienen su lugar en esta tragicomedia. Y hay también figuras inventadas, como los asesores todoterreno que acompañan desde el vamos a Menem y encarnan Marco Antonio Caponi y Guillermo Arengo, creados a partir de la mezcla entre varias figuras de la realidad: Alberto Kohan, Carlos Corach, Eduardo Bauzá, Erman González, Rubén Cardozo.
El escenario se completa con otro grupo, también repartido entre la realidad y la ficción, que viene de La Rioja: Zulema Yoma (Griselda Siciliani) y sus hermanos Emir (Alberto Ajaka) y Amira (Violeta Urtizberea), Carlos Menem Jr. (Agustín Sullivan) y Zulemita (Cumelén Sanz), y sobre todo Olegario Salas (Juan Minujín), que se transforma en el fotógrafo presidencial, y su esposa, encarnada por Jorgelina Aruzzi, de imparable ascenso social.
Con algunas variaciones estéticas, unos cuantos hallazgos cómicos (hay graciosísimas leyendas impresas que definen a cada personaje a modo de presentación) y un tono preponderante de fábula que se alimenta de hechos reales, Menem se va definiendo a partir del contraste entre los dos personajes centrales, casi transformados en enemigos íntimos. El fotógrafo (un extraordinario Juan Minujín), que se mete cada vez más en el corazón del poder y descubre sus miserias, a veces explicadas a la cámara rompiendo la cuarta pared) y el Presidente, encarnado por Leonardo Sbaraglia a través de una caracterización que adquiere el perfil de una verdadera proeza. Sbaraglia reproduce en la superficie toda la gestualidad corporal de Menem, pero esa imitación casi perfecta deja la apariencia para transformarse enseguida en una portentosa representación, sobre todo concebida desde la mirada.
El actor sabe utilizarla, según las circunstancias, para mostrar chispa y oscuridad. La cumbre de esa actuación, de las mejores de toda la carrera de Sbaraglia, es la formidable escena final. Allí quedan revelados todos los matices de una personalidad que no resiste ser definida a partir de una sola faceta. Desde esta misma perspectiva podemos entender y hasta justificar que en un momento de la trama, después de varios episodios de comedia franca y sátira feroz, nos encontremos con todas las derivaciones del atentado a la AMIA y su impacto en las vidas de quienes manejaban por entonces el poder.
La decisión de asomarse a la realidad argentina de esos años y observar al poder desde un lugar más cercano al cuento y la parábola que al documento político abrirá más de una polémica. Winograd, en este caso compartiendo la responsabilidad creativa con el showrunner Mariano Varela, consigue otro gran retrato de época (un escalón por debajo de la magnífica Coppola, el representante) y saca una vez más lo mejor de sus talentosos intérpretes.
Siciliani y Aruzzi, por ejemplo, aciertan en todo, empezando por el graciosísimo acento que utilizan para disparar frases y sentencias de potente efecto irónico. Arengo, Caponi, Ajaka, Campi (como Cavallo) y Mónica Antonópulos (como María Julia) encuentran siempre el tono exacto para sus caracterizaciones. Los rubros artísticos y técnicos (de la dirección de arte a la elección de la banda sonora con temas de la década) también funcionan muy bien.