Todo empezó como un juego. Campamentos familiares en una isla entrerriana, caminatas entre el pasto húmedo y la fascinación por esos organismos silenciosos que brotaban de la sombra.
“Mi vínculo con los hongos empezó desde muy chica — recuerda Ayelén Malgraf, bióloga especializada en micología radicada en Salta—. Esa fascinación infantil me llevó a estudiar biología y especializarme. Siempre sentí que los hongos eran una forma silenciosa pero poderosa de vida, con un potencial enorme, todavía poco explorado”.
Hoy, Ayelén no solo los estudia: en su empresa Fungipor, los cultiva y los convierte en embalajes compostables: una idea que nació del cruce entre su pasión por la micología y una inquietud ambiental urgente: la contaminación por plásticos de un solo uso.
“La pregunta que nos cambió fue: ¿Y si no fabricamos nuestros envases… sino que los cultivamos?”, cuenta.
El experimento comenzó con residuos agrícolas, moldes improvisados y muchas pruebas fallidas. Hasta que un bloque cultivado con residuos de café tomó la forma esperada.
“Era irregular, imperfecto… pero tenía estructura. Lo miramos y dijimos: ‘Esto puede ser un envase’”. Ese fue el punto de inflexión. Ya no se trataba sólo de ciencia aplicada, sino de imaginar futuros posibles.
Ese fue un momento bisagra. No estábamos simplemente moldeando un objeto, estábamos haciendo crecer una nueva forma de producir
Ayelén Malgraf
Natural y compostable
Desde entonces, Malgraf trabaja en el desarrollo de biomateriales hechos a base de micelio, la red subterránea de los hongos que utiliza como aglutinante natural.
“Desde el inicio quisimos evitar el uso de materia prima que compitiera con la alimentación, así que miramos lo que ya existía: residuos. Cáscaras, rastrojos, bagazos. Todo lo que el agro descarta, nosotros lo transformamos en alimento para el micelio. Es un sistema que no solo evita residuos, sino que los resignifica”, explica la bióloga.
El resultado: embalajes 100% compostables que, en condiciones de compost domiciliario, se descomponen en menos de 45 días. “Es una vuelta al origen. No es solo un packaging, es un organismo que vivió, cumplió su función, y ahora regresa al ciclo natural”.
Su propuesta obtuvo el Sello de Bioproducto Argentino, una certificación que valida procesos sustentables y basados en biomasa local.
El packaging era un territorio perfecto: altamente contaminante, de uso breve y con una necesidad urgente de cambio
Ayelén Malgraf
Respeto por los ciclos naturales
Pero Ayelén no se detiene ahí: actualmente se forma en packaging y diseño regenerativo, convencida de que la biología puede dialogar con la industria desde otro lugar: “No hay una línea de montaje automática. Hay un ciclo natural que respetamos.”
Recientemente, la científica contó su experiencia en una clase magistral junto a la diseñadora industrial Gabriela Soler, especializada en sustentabilidad, ecodiseño y diseño para la economía circular.
Un trabajo en equipo
El trabajo se expande a través de una red interdisciplinaria que conecta ciencia, diseño, agroindustria y emprendedores. “La regeneración no se hace en soledad. Se hace en red. Como los hongos. Invisibles al principio, pero conectando todo bajo la superficie”, dice.
Hoy, sus principales clientes son marcas de cosmética natural y bodegas que buscan reemplazar el telgopor por materiales biodegradables.
El objetivo es escalar con empresas líderes que permitan amplificar el impacto. Porque “no se trata solo de un producto nuevo, sino de una forma distinta de pensar cómo vivimos, producimos y consumimos”.
Observar: el punto de partida
A quienes buscan iniciarse en un modelo más sostenible, Ayelén les sugiere empezar por lo más simple: observar.
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“Preguntarse: ¿De qué está hecho esto? ¿Dónde termina cuando ya no lo uso? Ese ejercicio de conciencia es el primer paso. Elegir mejor no siempre es más caro ni más difícil. A veces es solo decidir con más intención.”
Con hongos, residuos y mucha ciencia, esta científica demuestra que otra forma de producir no solo es posible, sino que ya está en marcha.