Solo era cuestión de tiempo y de que no se quisiera cambiar el curso de las cosas, sin escuchar alertas emitidas, incluso, desde muy cerca del Presidente.
Al final, los legisladores que responden a varios gobernadores que le habían dado soporte y viabilidad a los objetivos del oficialismo hasta muy poco, asociados a los opositores más cerriles, terminaron por avanzar, al mismo tiempo, con una serie de proyectos parlamentarios que para el Gobierno constituyen “una especie de golpe institucional”.
Lo sucedido adquiere relevancia tanto por el impacto fiscal que tendrán esas iniciativas así como por el hecho de que sus impulsores hayan burlado el cerrojo que por decisión de la Casa Rosada senadores y diputados libertarios intentaron imponer para evitar el debate y sanción de proyectos muy sensibles políticamente, como es la recomposición de los haberes jubilatorios sancionada ayer en el Senado.
La decisión de vetar esas leyes y exponerse a que el Congreso desbarate luego esa potestad presidencial para dejarlas en vigor sería otra gran derrota, que complicaría aún más las cosas para el Gobierno. Expondría una nueva y mayor fragilidad política, que no pasará inadvertida para los tomadores de decisiones económicas que tanto importan para la gestión libertaria.
La calificación de maniobra golpista a la sesión de ayer del Senado fue hecha, notablemente, por alguien tan moderado como el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, quien se esforzó por circunscribirla al kirchnerismo, en un intento por relativizar la mayoría de más de dos tercios del cuerpo alcanzada.
También fue una forma de reinstalar el temor al fantasma desestabilizador del espacio que lidera Cristina Kirchner, al que se ha buscado potenciar como rival excluyente luego de que la expresidenta fuera condenada por corrupción y quedar fuera de combate electoral (aunque no político).
El efectista reduccionismo, cargado de connotaciones negativas, sin embargo, no impide advertir a simple vista que el abanico de senadores reunidos ayer y de diputados congregados el martes pasado para tratar otros proyectos que el Gobierno rechaza (destinan fondos para el Hospital Garrahan y para las universidades) excede largamente la capacidad de representación que hoy tiene un kirchnerismo menguado y en faz aún más menguante.
Acusar a sectores irreductibles impulsados por motivos espurios, para Francos también resultó una forma de atenuar su frustración y fracaso en las gestiones llevadas a cabo para evitar este desenlace. El umbral de tolerancia y la abnegación del jefe de Gabinete está a punto de romper varios récords. Mucho de lo que él arma políticamente es sistemáticamente desarmado en la Casa Rosada, en Olivos o en el Palacio de Hacienda. A pesar de que el ministro coordinador es responsable de la administración y jefe de los miembros del Gabinete. En el papel de la Constitución.
Detrás de las sesiones y tratamientos que, con razón, tanto incomodan al Gobierno hay mucho más que la oposición cerril de las huestes parlamentarias de Cristina Kirchner, dispuestas a dañar los inocultables logros del Gobierno en materia de ordenamiento macroeconómico, como dicen Milei, sus colaboradores y sus publicistas. En realidad, es también el fruto de una sucesión de decisiones de gobierno y formas de hacer política del mileísmo.
Son acciones que no se adoptan sin el aval, las directivas y convicciones del propio Presidente, acicateado por la influyente hermanísima Karina, su simbiotizado ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, y (en algunos casos) por el otro Caputo, el superasesor Santiago. Probablemente, sin reparar en las consecuencias indeseadas o solo atendiendo a objetivos aislados sin perspectiva panorámica ni visión política.
Sin embargo, en la cima no todas son coincidencias. Hay discordancias que empiezan a hacerse públicas. Como suele ocurrir cuando se repiten y se agravan los problemas.
“Si encima que les cortamos los fondos y las obras, pretendemos coparles el territorio por las malas, en lugar de buscar algunas alianzas, es imposible que nos apoyen o que no nos quieran facturar lo que nos dieron y cobrarse lo que les hicimos”. Según fuentes confiables, esa frase dicen habérsela escuchado hace menos de dos semanas en la Casa Rosada al gurú libertario.
No habría sido la primera vez que lanzaba esa advertencia. Dicen que ya lo había hecho sin lograr cambiar el curso de las cosas, que vislumbraba con destino de colisión, en reuniones de la hermética mesa chica del poder.
También es cierto que no son días fáciles para el único integrante del triángulo de hierro que no tiene lazos familiares con los dos accionistas mayoritarios de la empresa.
A las diferencias (y derrotas) con la hermana Karina y su íntimo colaborador Eduardo “Lule” Menem por las construcciones políticas y armados electorales, se le sumó en las últimas horas la reactivación del escándalo del avión negro de la dupla ídem Scaturicce-Arrieta que lo tiene por principal salpicado.
En contra del asesor opera, además, que no se ha logrado articular una comunicación efectiva (rubro en el que Caputo es experto) para reducir los daños. Por el contrario, se recurrió a explicaciones chapuceras, como la de que no se inspeccionó todo el equipaje porque el vuelo provenía de Estados Unidos (para peor de un aeropuerto distinto del declarado) donde las valijas habrían sido controladas.
Los miles de pasajeros comunes que llegan a diario a la Argentina desde aquel país y deben hacer colas en los scanners de los aeropuertos nacionales para que se revise el contenido de sus maletas no pueden sentirlo sino como un insulto a su inteligencia. O como una confirmación de que “la casta” (en sus muchas manifestaciones) sigue gozando de muy buena salud. Se puede elegir más de una opción.
Si se trata de escándalos, tampoco son días sencillos para los hermanos Milei y, en particular, para la secretaria general de la Presidencia por la reposición del LibraGate en la agenda pública. La revelación de que se hicieron dos extrañas transferencias de cientos de miles de dólares por parte del creador de la maniobra, luego de una reunión en la Casa Rosada, en un caso, y poco antes de que el Presidente “difundiera” (sic) el lanzamiento del criptoactivo, que dejó miles de damnificados, en el otro, suma suspicacias.
Las diferencias entre esos dos lados del triángulo de hierro, que tiene réplicas más intensas bajo la superficie de cada uno de ellos, se solapa con el agravamiento de otra vieja discordia. En este caso, con la vicepresidenta Victoria Villarruel.
Ayer, su antigua rival, Patricia Bullrich, la acusó por las redes de “ser cómplice del kirchnerismo” por presidir la sesión del Senado autoconvocada por los opositores. La publicación de la frontal ministra de Seguridad fue avalado en X desde la cuenta del Presidente.
A diferencia de otras ocasiones, la presidenta del Senado no se llamó a silencio y respondió con singular dureza: “Ministra Bullrich, la democracia fue denigrada cuando personas que integraron orgas terroristas como en su caso, manejaron durante décadas el destino del país”, publicó en redes sociales.
Villarruel no se quedó en la réplica a Bullrich y también apuntó al Presidente: “Me votaron para defender la institucionalidad y hacerla respetar, no para levantarme cuando las papas queman o cuando el Ejecutivo recuerda que soy Vicepresidente (sic)”. Como si al oficialismo le faltaran problemas y adversarios, mientras se dilatan algunas soluciones demandadas por la sociedad y reduce el número de amigos y aliados.
Las elecciones también juegan
En ese contexto, al que deben agregársele la nueva vida propia de la cotización del dólar y mucha prevención manifestada por inversores extranjeros (entre otras señales poco halagüeñas), el intento por circunscribir al “enemigo” kirchnerista la sucesión de derrotas parlamentarias y sus consecuencias sobre el orden fiscal puede resultar estéril y peligroso. Al menos, no alcanzará para mitigar los efectos negativos en términos políticos, electorales y económicos de esta deriva. Y hasta podría agravarlos.
El proceso electoral en marcha también aporta lo suyo y muestra signos de un reordenamiento que no es el que imaginaba hasta hace muy poco el oficialismo.
Hay una escena que está en revisión. Es la que proyectaba una superpolarización de la elección bonaerense, prevista para el 7 de septiembre, entre un oficialismo ampliado (con la absorción del macrismo) y una oposición circunscripta al perokirchnerismo. O (en el mejor de los casos para el Gobierno) una disputa entre un oficialismo en pleno ascenso y una oposición hiperfragmentada y en declive.
Todo es demasiado dinámico y provisional en la Argentina. El despeje de una variable no suele acercar a una solución sino abrir paso a una nueva incógnita.
La inscripción del Frente La Libertad Avanza (FLLA), tras el pacto firmado entre el karinismo, en representación de los libertarios, y los embajadores macristas, liderados por Cristian Ritondo, tiene tantos matices y puntos frágiles como la forzada unificación del perokirchnerismo en una coalición con nombre de pretensiones épicas (Fuerza Patria), de cuya fortaleza y representación patriótica no abundan certezas.
Por lo pronto en el espacio oficialista, no todo el Pro se siente contenido por el FLLA. Al menos cuatro intendentes y varios referentes territoriales amarillos miran hoy con recelo la abdicación macrista y siguen abiertos a evaluar armados diferenciados en sus distritos y a formar alianzas regionales en sus respectivas secciones electorales para las candidaturas a diputados y senadores provinciales.
A eso hay que sumar la distancia física y simbólica que puso el fundador de Pro a la firma del acuerdo. Mauricio Macri no solo estaba en ese momento en el Mundial de Clubes en Estados Unidos, sino que se ocupó de subir cuatro fotos a sus redes sociales para difundirlo. Justo cuando su partido se rendía ante las fuerzas del cielo.
Por otra parte, la inscripción de la alianza armada entre lo que quedó de Juntos por el Cambio sin el macrismo, más distintos peronismos no kirchneristas (con la singular presencia del cordobesismo) y el neurodiputado Facundo Manes apunta a captar a votantes de Milei en el balotaje, así como a algunos electores históricos peronistas hartos del cristicamporismomassista. La hiperpolarización, al igual que la superfragmentación pronosticadas, no son horizontes asegurados.
Lo cierto es que hasta la medianoche del sábado de la semana próxima, cuando vencerá el plazo para la presentación de listas y candidaturas bonaerenses, habrá tantas discusiones, negociaciones y disputas como traiciones y defecciones. Serán ocho días de extrema tensión político-electoral, en un escenario que a cada solución le surge una nueva complicación.
La gran duda es si en este lapso y en el que media hasta las elecciones bonaerenses de septiembre y las legislativas nacionales de octubre el Gobierno seguirá desoyendo alertas y sin evitar tropiezos previsibles. El empecinamiento y la torpeza no suelen ser buenos consejeros. Mucho menos las disputas internas y el maltrato a los que quieren ayudar. Quedó en evidencia ayer en el Senado y hace tres días en la Cámara de Diputados.