Si el Mundial de Clubes planteó para los equipos argentinos la certeza de que repercute más lo que sucede en la tribuna que en el campo de juego, los focos puestos nuevamente en el ámbito local ratificaron la idea. Boca abrió su estadio para recibir a una incorporación por tercera vez en una década. Rosario Central podría haber llenado el suyo con el mismo fin, pero Ángel Di María prefirió un perfil más bajo. Los marcos, no tanto los cuadros, grafican a nuestro fútbol.
Es obvio, igualmente, que ambos llegan para mejorar el cuadro. Seguramente Leandro Paredes se imponga por presencia y técnica. Muy probablemente se trate de la mejor incorporación de la gestión Riquelme. La llegada de Edinson Cavani tuvo un gran impacto, pero sólo con el efecto no se juega. Paredes firmó un contrato de tres años y medio, tiempo de sobra para transformarse en líder. Fue, sin dudas, una noticia que alejó la negatividad que desgastó a Boca en los últimos tiempos.
A Di María no deberían notársele los 37 años. Incluso tal vez se destaque no sólo por su desequilibrio y el gol sino también por el pase. Sus compañeros en Central podrán aprovechar su panorama. Cuando pasa el tiempo, el crack agrega criterio. Además, atrae expectativa y a otros buenos refuerzos. Sube la vara, obliga. Viene a ganar, no sólo a jugar.
Dos campeones del mundo más están entre nosotros. La generación anterior de la selección tuvo regresos (Sergio Romero, Marcos Rojo, Javier Mascherano) y, sobre todo, a otros que nunca se propusieron cerrar aquí sus prestigiosas carreras (Gonzalo Higuaín, Lucas Biglia, Rodrigo Palacio, Ezequiel Garay, Sergio Agüero aunque con motivos físicos). Los de la selección actual saben que aquí serán valorados. La estrella libera. Y hasta no habría que descartar que se sacien más rápido del fútbol europeo. Ya consiguieron la verdadera gloria.
La frase se lee en los pasacalles, las banderas y las redes de los clubes: bienvenidos a casa. También permite una reflexión. El fútbol argentino depende de los regresos. Siempre se iban los excelentes, luego comenzaron a irse también los muy buenos y más tarde se fueron incluso los buenos. La jerarquía quedó reducida a las nuevas apariciones. O a la necesidad de llamar a los que ya estuvieron.
Alejo Véliz ilusiona con su vuelta a Central, igual que Alex Arce en Independiente Rivadavia. Pol Fernández tenía otras opciones, pero eligió Godoy Cruz. Sergio Vittor había rendido bien en Banfield y Gabriel Florentín, en Argentinos. Algunos se toman muy a pecho los retornos. Más que en las planillas de scouting, para incorporar River se fija en los pósters. El de Juan Fernando Quintero, aun en este libro de pases con otras búsquedas, será el vigésimo tercer regreso en once años. Está claro que no todos funcionaron.
Hay un desfasaje que complica: aquí el torneo comienza y en varias ligas todavía se puede comprar. Racing queda a merced de alguna oferta por varios jugadores en vidriera, Independiente padece lo mismo por Kevin Lomónaco y Felipe Loyola, y Newell’s sufre la posibilidad de que Keylor Navas se vaya a último momento. Hubo, hasta ahora, más ruido por los arribos que por las salidas. River ganó una fortuna con la partida de Franco Mastantuono al Madrid y Argentinos fue el segundo que mejor transfirió: Román Vega pasó al Zenit ruso por 9 millones de dólares y José Herrera, al Fortaleza brasileño en 2,4 millones. Pero el exterior no se llevó mucho más: Álvaro Montoro, de Vélez al Botafogo; Álvaro Angulo, de Independiente a Pumas de México; Lorenzo Scipioni, de Tigre al Olympiakos de Grecia; Gerónimo Rivera, de Banfield al Al Wahda y Elián Irala, de San Lorenzo al Shabab Al Ahli, ambos de Emiratos Árabes. ¿El futbolista argentino dejó de interesar? No, el fruto ya está exprimido.
El repaso de incorporaciones evidencia que sigue habiendo margen para el negocio de los intermediarios. No sólo llegaron jugadores desde plazas habituales como Uruguay, Paraguay y Colombia. También se sumaron jugadores desde Honduras (Rodrigo Auzmendi a Banfield), Rusia (Tomás Muro a Independiente Rivadavia), Bélgica (el defensor uruguayo Federico Ricca a Belgrano), Emiratos Árabes (Marcelo Torres a Gimnasia), Grecia (Federico Gino a Aldosivi) y Kuwait (Danilo Arboleda a Banfield). Suele pasar que son necesarias algunas fechas para aprender todas las formaciones. Son tres decenas de equipos, por lo que algunos se van enterando cuando el torneo está por terminar.
Otra buena, porque si se buscan, se encuentran: entre salidas a préstamo, finalizaciones de contrato o rescisiones, ninguno de los treinta equipos llegó a desprenderse de diez jugadores. Antes sucedía de manera frecuente que se alejaba medio plantel y llegaba la misma cantidad. Mantener acorta tiempos de adaptación y resulta más barato que reforzarse sin garantía. Existe otra conciencia. Lo reconoció Julio Lopardo, presidente en funciones de San Lorenzo: “Nos arreglaremos con lo que tenemos, otra cosa no podemos hacer”.
El formato, además, ayuda a no gastar demasiado. Un técnico de los que todavía quieren refuerzos reconoce en la intimidad: “Necesito y pido, pero también sé que el torneo les permite pelear a equipos de poco presupuesto y perder contra cualquiera a equipos de figuras”. Es una definición del torneo que arranca, una señal de baja exigencia y, también, de la inocultable mediocridad.