Sacheri: “Cuando la ficción se pone al servicio de la militancia, la que sea, desbarranca”

admin

Eduardo Sacheri es uno de los escritores argentinos contemporáneos más conocidos y reconocidos. Además, es licenciado en historia, docente y guionista, coautor de la adaptación de su primera novela, La pregunta de sus ojos (2005), en la que se basó El secreto de sus ojos (2009) de Juan José Campanella. Este año lanzó Demasiado lejos, una ficción enmarcada en la guerra de Malvinas que encara el conflicto desde una perspectiva diferente, centrándose en cómo los eventos repercuten en la vida de un grupo de personajes en la ‘lejana’ Buenos Aires. En noviembre llegará su próxima novela, Qué quedará de nosotros, pero antes habla de su obra, sus métodos y qué lo trajo hasta acá, en esta entrevista con Hugo Alconada Mon, para el ciclo Conversaciones.

– ¿Qué te trajo hasta acá?

– Yo creo que la necesidad de entender mi propia vida, aunque suena re ampuloso. Digamos, ¿para qué leo? ¿Por qué leo ficción? Para encontrarle sentido a las cosas. En algún momento de mi vida, ponerme a escribir fue dar un pasito más en esa búsqueda. Creo que todos nos hacemos preguntas. Para mí, escribir es un modo provisorio, imperfecto, pero súper útil para responderme.

Demasiado lejos, tu novela más reciente, aborda la guerra de Malvinas. ¿Por qué este libro?

– Yo creo que, como licenciado en historia, siempre me interesa vincular mi pasado personal, el pasado de la sociedad, con nuestro presente. El que viene del palo de la historia está todo el tiempo usando el pasado para entender el presente. Y, en general, me llaman mucho la atención los silencios sociales. Esos silencios motivados por la incomodidad, la culpa, el enojo. Y me parece que el tema de la guerra de Malvinas, es un tema incomodísimo que ha motivado un silencio muy pesado, de muchos años, de mucha gente. Y no digo de sus responsables, digo de la sociedad en general.

Meterme con la guerra de Malvinas tuvo que ver con eso, con interrogarme sobre ese silencio y sobre esos meses vertiginosos de 1982. Y sobre quiénes fuimos los argentinos y qué hicimos en esos meses, y qué cosas de las que hicimos nos pesaron tanto después como querer hablar de otra cosa, que es algo que me molesta.

– Vos tenías 14 años en ese momento y te faltaba mucho insumo para poder abordar el tema de manera completa.

– Seguro, pero al mismo tiempo, desde el punto de vista de la memoria, que es algo emocional, el recuerdo del mundo de los adultos, en mi barrio, en mi escuela, en los medios, haciendo las compras… es muy vívido. En todo caso, lo que tuve que hacer para la novela fue documentarme seriamente, como un licenciado en historia: la parte diplomática de la guerra, la parte militar de la guerra, los medios y la guerra, la comunicación oficial del gobierno militar y la guerra, y armar todo ese conjunto para darle una solidez que mi memoria de un chico de 14 años no incluida de ningún modo.

– ¿El feedback de los lectores con respecto a Malvinas y esta nueva novela es distinto al de La pregunta de sus ojos, donde también abordaste un período muy incómodo, negro, de nuestra historia reciente?

– Lo mejor del feedback, en general, es que notás cómo el lector se siente estimulado a seguir pensando en ese período, en volverlo a pensar, a lo mejor, abandonando algunos preconceptos. Y con eso, es suficiente para mí. Lo que lo logra no es mi libro, así dicho ampulosamente, sino una invitación amable y poco solemne donde yo no te bajo línea de “Tenés que pensar esto”. Cuando la ficción se pone al servicio de la militancia, la que sea, desbarranca.

– ¿Cómo seleccionás los temas que derivan en una novela? Mejor dicho, ¿por qué algunos temas que te intrigan, te inquietan, te movilizan, sí terminan en novela?

– Creo que hay como una especie de ‘obsesiómetro’ interno. Todos pensamos sobre un montón de cosas a lo largo de cada día. Lo que he aprendido a detectar, con el transcurso de la vida es: ¿Por qué pienso más en el tema ‘A’ que en el tema ‘F’? Entonces, me basta con que evidentemente me importa el tema, y ni siquiera tengo claro por qué me importa tanto o qué es lo que me importa tanto. Pero sé que me servirá indagar, escribir un libro, poner unos personajes a jugar en ese mundo. Me voy a sentir mejor cuando lo termine, y mi vínculo con ese tema va a ser mejor. Así me funciona con cada novela. A lo mejor, como todo trabajo, cuánto más lo hacés, mejor te llevás con eso.

A Demasiado lejos le seguirá Qué quedará de nosotros, más que una continuación, una ‘novela espejo’.

– Esta es la novela de los de Buenos Aires. Cuando terminé, el último día, capítulo final de Demasiado lejos, al día siguiente ya estaba escribiendo de regreso el 2 de abril, pero no desde la mirada de una madre que despierta a sus hijos con la radio a todo volumen porque la Argentina desembarcó en Malvinas, sino con uno de esos hijos, que fue soldado conscripto el año anterior y es despertado por su madre con el volumen a todo lo que da. Entonces vos tenés ahí esa otra construcción.

– En noviembre, ¿tus lectores vamos a poder leer una novela sin, necesariamente, haber leído la otra?

– Se encastran y se enriquecen. Si querés, pero no es obligatorio, por respeto al lector. Porque yo me siento como lector. Cuando leo una novela, entiendo que tiene que ser un universo cerrado en sí mismo.

– ¿Cómo elegís los nombres de los personajes? ¿Por qué Carlos y Carlitos?

– Eso es bastante de mi generación, esos conscriptos son de mi generación. Todavía se usaba bastante eso de padre e hijo con el mismo nombre, y el hijo anclado en el diminutivo. Fíjate que nosotros como padres no hemos tendido a hacer eso, en general. Entonces, me parecía interesante como pintura de época, que además te obliga, de cierta manera, a llamarte como tu padre. Y esto de Carlos y Carlitos, además, es una manera de retratar una época distinta a la nuestra. Sobre todo para los lectores más jóvenes; es un modo de mostrarles un mundo donde los mandatos, las herencias, los legados se transmitían de otro modo.

[Los apellidos] siempre están elegidos y nunca son resultado de la primera opción. Los nombres son algo que dejo para la propia escritura. En mis esquemas, los personajes tienen el nombre de su rol. Ejemplo, Alcira –en Demasiado lejos– es la secretaria de cancillería, no es Alcira. A lo mejor, cuando empecé los borradores de la novela tampoco era Alcira. A lo mejor fue Alcira la segunda o tercera vez que apareció, y quedó.

– ¿Escribís a máquina, computadora?

– Hago un montón de esquemas en esa etapa que te digo… Vos los ves y parecen apuntes de la facultad. Cuadernos de apuntes de la facultad. Y después escribo en computadora. Pero, ¿sabés lo que hice últimamente? Le metí a la computadora el sonidito de la máquina de escribir.

La corrección siempre es en papel y, en general, una vez que tomé impulso, voy hasta el final. Y recién corrijo después. No porque no haya un montón de errores, pero son errores subsanables. Es como agarrar el tono, como tomar la melodía.

– ¿Escribís a la mañana, escribís a la tarde?

– Afortunadamente, tengo el tiempo para escribir a la mañana y escribir a la tarde. Es difícil dar consejos, pero para quienes escriben y tienen poco tiempo, que es lo que suele pasar, yo confío más en el “poco tiempo todos los días posibles” que en “tengo una tarde cada 15 días y me dedico”. Me parece que en la recurrencia cotidiana, aún en la frustración, no importa, te va a quedar picando en la cabeza, pero seguí mañana, aunque sean solo 20 minutos.

– ¿Cuándo decís “ya está” en la edición?

– Yo tengo la misma editora –Julia Saltzmann– desde 2007. Entonces, peloteamos, tenemos como como una gimnasia de primera pasada, segunda pasada, tercera pasada, y como que los dos sabemos. Aparte es súper exigente, con ella y conmigo. Yo me quedo tranquilo cuando Julia dice, “Listo, estamos”. También con una convicción: nunca va a quedar perfecto. Que es una enseñanza para la vida, para mi vida. Todo en la vida tiene fallas. Si uno va a dejar de hacer las cosas, y no estoy hablando ahora de literatura, porque no van a quedar perfectas… Hacelas como te salgan. Lo mejor que puedas, pero como te salgan.

– ¿Cuánto te involucrás en el diseño de la tapa?

– Me involucro mucho, pero no trato de imponer mi mirada. Como mucho, tiro una idea. Pero llego hasta ahí, porque siento que los que saben son otros. Eso me pasa con el mundo del cine.

– ¿Qué libro, película u obra te marcó para siempre, si es que hay?

– Unos cuantos. Un libro: Bestiario de [Julio] Cortázar. Esos cuentos de Cortázar me enseñaron, cuando tenía 16 años, que es una edad espectacular para que un libro te marque –porque sos suficientemente flexible como para que te penetre muy hondo, pero ya tenés herramientas de persona adulta como para potenciar eso–, que el ejercicio de la literatura se puede hacer sobre cualquier cosa. Mi lector infantil imaginaba que uno hacía literatura sobre lo excepcional: sobre piratas, sobre soldados, sobre catástrofes. Y Cortazar me demostró que, aún con elementos fantásticos, se puede retratar una familia de clase media de Palermo, de los años cincuenta, de manera exquisita y absolutamente literaria. Mi ejercicio de la literatura intenta eso, no lo logra, pero lo intenta (risas).

– ¿Con quién te gustaría tener una última charla y por qué?

– Sin duda con mi papá, porque murió cuando yo tenía 10 años y me quedaron tantas etapas de la vida sin conversar que, sí o sí, lo necesitaría. En el fondo, estas búsquedas de sentido que te digo son como estas conversaciones imposibles.

Deja un comentario

Next Post

Un agro de dos velocidades con desafíos que se renuevan

Una nueva configuración de dos velocidades se está generando en el agro argentino. Acaso no deseada, la realidad muestra a la ganadería y a la producción láctea con mejores perspectivas de negocio que la agricultura. Por supuesto, en términos promedio. No parece ser casual que tanto en la ganadería como […]
Un agro de dos velocidades con desafíos que se renuevan

NOTICIAS RELACIONADAS

error: Content is protected !!