Política y mercados: Milei y el menú político que no convence

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Romper puentes es un error no sólo en la vida. También en la política: siempre “hay que tener amigos que te digan” y una base de voces, cuántas más mejor, que hablen bien de uno. El Gobierno, al contrario, viene tomando un camino más riesgoso. Por un lado, hace meses que selló el encierro en una burbuja de autoelogio desconectada de demandas que jaquean sus certezas: a Javier Milei le escasean los leales que se animen a levantar voces de alerta. Abundan, en cambio, funcionarios de alto nivel con la obsecuencia demasiado fácil. Un porno elogio inunda los posteos de hombres clave del Gobierno: la sordera política hecha sistema.

Por otro lado, este año Milei acampó decidido en la estrategia del destrato tanto a dirigentes de todo tipo como a votantes comunes y corrientes que lo desafían en sus ideas, a los que el Presidente y sus libertarios con o sin poder sacuden en X. A la misma clase política que le garantizó la gobernabilidad en el Congreso en 2024, la arrinconó hasta el hartazgo.

El Gobierno viene privilegiando un menú de un solo plato, maltrato y empecinamiento: la negación a negociar y buscar acuerdos. El Senado del jueves de la semana pasada demostró otra vez el límite de esa una concepción de la política anclada en una fase adolescente en dos sentidos. Primero, la falta de autorregulación en el uso de un instrumento político central para Milei: la ira presidencial. Al contrario, ese modus operandi del insulto elevado a la máxima potencia contagia a los funcionarios de la quinta fila del organigrama. Todos se creen Milei a la hora de vapulear a los críticos. Y segundo, la percepción de los desafíos y pujas de intereses opuestos, propios de la política, como un juego de todo o nada. En un esquema de política adolescente, la nada es una opción: romper con todo, total no hay futuro.

Después de un año y medio de Gobierno, Milei volvió al punto de partida, un modo de hacer política que le puso su primer obstáculo ni bien desembarcó en el poder, cuando se empecinó con una Ley Bases demasiado ambiciosa y la impulsó en medio de un vacío político. Es decir, quiso avanzar sin las negociaciones necesarias que le dan sentido a ese lugar común acerca de qué es la política: el arte de lo posible. Traducido: ir por todo y al menos, volver con algo. Tuvo que sufrir una derrota legislativa en el Congreso en febrero de 2024 para lograr ese algo: una Ley Bases posible, aunque no la deseada por Milei. El fracaso lo obligó a aprender el arte de ceder para obtener. Pero esa lección quedó en el pasado. Cuando las cosas, obviamente, salen mal, la única respuesta es: “principio de revelación” o alguna de sus versiones. Esa fue la conclusión del ministro de Economía, Luis Caputo, al día siguiente de la derrota en el Senado: “Lo de ayer es lo mejor que pudo haber pasado. La casta política NO VA A CAMBIAR nunca”, fue su conclusión. Caputo se negó a aceptar la interpretación de “torpeza política” o “daño autoinfligido”: en esa lectura, Caputo es corresponsable de las crisis innecesarias que envuelven al Gobierno.

Pero el “principio de revelación” como grito político está gastado: es pólvora mojada que ya no convence ni disciplina a nadie. El Gobierno de Milei ya genera su propio legado de deudas sociales que la oposición dura, y también la blanda, aprovecha. La sensación de vergüenza por la derrota ante Milei ya quedó en el pasado. El disciplinamiento de los perdedores que producen los votos del ganador ya se licuó. El respeto por el éxito anti inflación encontró sus antídotos: el $Libra Gate, el caso Lijo y más recientemente, el Avión Gate le dan rienda suelta a la oposición para perderle el miedo a la popularidad mileísta.

La estrategia mileísta en la redes y el tono de estudiantina sin pudor de los libertarios ya no silencia ni causa gracia. “Los diez gordos tuiteros” que fueron clave para el triunfo de Milei en 2023, según la definición del doctor en Procesos políticos contemporáneos Fernando Pedrosa, mostraron todos sus trucos. El “baiteo” con el objetivo de irritar e indignar quedó al descubierto. Ahora, el ataque a una voz crítica termina, muchas veces, por legitimarla.

Esa lógica política de maltrato y empecinamiento inquieta a la oposición amigable y a los mercados que apoyan a Milei y a su visión macroeconómica como el antídoto necesario de una Argentina libre de la matriz conceptual kirchnerista. También preocupa a los votantes menos leales pero que lo acompañaron con su voto en el balotaje de 2023 precisamente con la misma idea en mente. Ayer, el índice de inflación de 1,6 por ciento en junio, cuando la expectativa extraoficial lo veía en una subida más cerca del 2 por ciento, volvió a darle oxígeno al Gobierno.

Esa idea de apoyo a la macro mileísta pero a la preocupación por su debilidad para hacer política suele escucharse con este formato: “Hay que reconocerle al Gobierno su éxito en la baja de la inflación y la eliminación del déficit pero…”. Detrás de ese pero se acumulan razones atendibles: el insulto mileísta como un problema político central, el gran obstáculo para la sostenibilidad del cambio de régimen económico.

La intransigencia lleva al límite del maltrato a los otros, inclusive a los aliados tan necesarios como circunstanciales, tiene dos efectos nocivos para el Gobierno. Le hace dilapidar el capital político que le da el éxito anti inflación y lo lleva a desperdiciar tiempo para remontar las derrotas políticas autoinfligidas, como la del Senado, aunque al ministro Caputo no le guste esa interpretación.

Es año electoral y para los adversarios, tanto los opositores duros como los amigables, es hora de jugar fuerte. Pero “jugar fuerte” en la oposición dialoguista, al menos, no es necesariamente romper lazos con el oficialismo. Ni siquiera tensar la cuerda al máximo. Es al contrario, un incentivo para sentarse y negociar. El problema es que Milei rompió el juguete de la negociación. La jugada del jueves en el Senado lo dejó bien claro. Ni siquiera con los gobernadores más cercanos, que inclusive llamaron a sus senadores a abstenerse en esas votaciones críticas, se sentó a negociar para evitar que se sumaran al consenso anti mileísta de los veinticuatro gobernadores.

Milei concibe la macro como el escudo protector ante todo, volatilidad interna y volatilidad externa. Una institucionalidad a la peruana: cuando las papas de la política queman, la única sostenibilidad está dada por la macro estable. En el Gobierno gusta la referencia al caso del Banco Central de Perú y su presidente, Julio Velarde, al frente de una macro peruana sólida mientras la política peruana se desintegra entre presidentes presos, suicidados y renunciados.

Pero en la Argentina, esa pretensión es demasiado optimista: le falta mucho tiempo al modelo macroeconómico de Milei para demostrar que está hecho a prueba de balas. Por eso se vuelve imprescindible que Milei sortee el dilema de autopercibirse anti casta cuando al mismo tiempo ocupa la máxima posición en la casta política, la presidencia: ser el jefe del Estado anti Estado, o el máximo líder político anti político tiene sus desafíos. Por el momento, le cuesta resolverlo productivamente. Esa volatilidad de su personalidad política también acarrea consecuencias en las volatilidades de la macropolítica y la macroeconomía.

La advertencia es evitar ruidos manejables e innecesarios cuando siempre hay fuentes de ruidos que están fuera de control. Ayer, el caso YPF volvió como amenaza, con el rechazo de la justicia de Estados Unidos al planteo argentino y la presión para que entregue el 51 por ciento de las acciones del Estado nacional. Una pena que de cumplirse haría peligrar la macro mileísta.

La pregunta del mercado pasa por ese lado. ¿Cómo hacer que la Argentina de macro racional se vuelva naturaleza? Es decir, la cuestión central es la transmisión intertemporal de una matriz conceptual razonable sobre la Argentina. Sobre ese fondo, cada alternancia en el poder puede sumarle matices pero el corazón de esa matriz se mantiene.

Milei pone todas las fichas en la ecuación votos versus política. Una autopista de doble vía donde la lógica de la negociación política termina de rodillas ante la fuerza del voto popular. Ésa es la estrategia clave del mileísmo: que lo que la política no le da, la gobernabilidad asegurada, se lo dé el poder que emana de los votos. Pero en ese terreno, tampoco las cosas están bajo control total.

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