Yasuo Inomata llegó al país en 1966, en busca de aventura. Emigró desde Japón cuando tenía 27 años, vino en barco con destino a Belén de Escobar, alentado por una familia japonesa conocida, los Hisaki. Sin conocer el idioma ni demasiada información sobre el lugar, se abrió camino en la Argentina a pulso de sus bocetos que luego transformaría en paisajes inolvidables.
Nacido en la prefectura de Iwate en 1938, hijo de un metalúrgico, Inomata estudió paisajismo en la Facultad de Agricultura de la Universidad de Tokio, donde llegó por casualidad y egresó en 1961. Sobre sus inicios, en un castellano entrecortado, Inomata contó: “Después de terminar el secundario quería ir a trabajar a una fábrica de hierro. Así fue que desde Iwate -ubicado al norte del Japón– bajé hasta Tokio para descansar antes de seguir camino hacia Osaka. Allí mi tía me dijo ‘¿por qué no vas a la facultad?’. Yo no sabía nada, me la pasaba jugando al béisbol y esas cosas… Por las noches hacía un poco de artes marciales o andaba peleando por ahí, pero no estudiaba nada».
-¿Cómo terminó en el paisajismo y no en la industria metalúrgica, que era lo que se esperaba de usted?
-Yo no era para ir a la facultad, ni lo pensaba. Porque después de la guerra, el salario de padre no daba… cuesta mucho terminar la facultad. Mi hermano mayor fue, estudió para maestro, demoró pero terminó. Recién entonces me dijeron “tu hermano mayor terminó la facultad, así que ya puedes ir”. Yo no quería ir, pero el esposo de mi tía -que era un famoso gran maestro- me insistió. Al final, me quedé en Tokio y estudié mucho. Y cuando terminé los estudios, aprendí trabajando y sudando.
En 1966, con su título de Ingeniero Paisajista bajo el brazo, Inomata se trasladó a la Argentina. A diferencia de otros inmigrantes japoneses que emigraron con sus familias después de la Segunda Guerra en busca de un mejor futuro, se lanzó a lo desconocido alentado por su espíritu aventurero. Su primera intención fue emigrar a los Estados Unidos. Sin embargo, una oferta de trabajo de la familia de Suejiro Hisaki torció su destino y lo hizo decidirse por la Argentina.
Lo único que Inamoto sabía de la Argentina lo escuchó cuando, a mediados del siglo pasado, su padre cargó rieles en un barco que iba a partir del puerto de Kamaishi rumbo a Buenos Aires. Hisaki le ofreció trabajo en su vivero de rosas y así, este japonés con carácter irascible se abrió camino en un país del que poco sabía, con un idioma que no conocía, con su conocimiento como mejor arma.
-¿Por qué Argentina, Yasuo?
-Quería ir a Norteamérica, pero era difícil hacerme ciudadano norteamericano. En Japón conocí al señor Hisaki, que ya vivía en Argentina. “Quiero ir con usted”, le dije. “No puedo ir a Norteamérica por la edad, pero no quiero perderme la oportunidad de irme afuera”. Entonces el señor Hisaki hizo todos los trámites y me llamó. Gracias a él estoy hoy acá.
El arte de crear paisajes
Una vez en Escobar, zona donde se asentó gran parte de la colectividad japonesa en Buenos Aires, Inomata se dedicó a crear jardines para residencias privadas. En 1967, pocos meses después de desembarcar en el país, diseñó para la Fiesta Nacional de la Flor (un gran capítulo de su vida). Y, en 1969, le encargaron la construcción del Jardín Japonés de Escobar, una donación de la colectividad japonesa a la ciudad de Escobar como agradecimiento a la hospitalidad recibida. El municipio puso los terrenos y “el señor Hisaki lo mandó a hacer, me pagó, y lo donó a la municipalidad”, comentó Inomata.
“Cuando hicimos aquel primer jardín japonés de Escobar, con Telmo Hisaki (hijo de Suejiro) e Inomata salimos a recorrer la Argentina buscando las piedras. Fuimos hasta Mendoza, a la Cordillera, llegamos a Salta donde había piedras muy lindas, pero las primeras que trajimos fueron de Córdoba, unas redonditas del río Anisacate, cerca de Alta Gracia, que se usaron para los bordes del lago”, recuerda su amigo y compañero Tetsuya Hirose, presidente de la Fiesta de la Flor. “En esa época no había maquinaria moderna, para tomar las piedras utilizamos cuerdas de acero, con una técnica japonesa que solo él conocía… Inomata decía ‘pasalo así y así’ y nosotros obedecíamos. Fue un gran trabajo, la ferretería más grande de Córdoba se quedó sin cuerdas de acero. Trajimos las piedras en tren hasta la estación de Escobar. Después hicimos la mudanza de los árboles… Dentro del proyecto también había puentes. Gracias a los contactos del intendente, Alberto Fernández Marín, algunas de esas rocas fueron talladas por presos de la cárcel de Sierra Chica bajo las directivas de Inomata. Hablaba en japonés, nosotros le traducíamos… de cualquier manera, Inomata se hacía entender, siempre lo hizo. Como todos, lo primero que aprendiò fueron las malas palabras”, señala Hirose entre risas.
Inomata sembró el lago del Jardín Japonés de Escobar con peces carpa koi que fueron traídos por un diputado japonés que visitó la Argentina a fines de los 60.
Tamaña hazaña llamó la atención de la Asociación Japonesa en la Argentina (AJA), que años más tarde le encomendó una tarea faraónica: la reconstrucción del Jardín Japonés de Palermo.
Ubicado dentro del Parque Tres de Febrero, el jardín fue creado originalmente en 1967 como un regalo de los emigrantes japoneses a la ciudad para conmemorar la visita de los entonces príncipes herederos del Japón, el Akihito y Michiko, hoy emperadores eméritos. Pero, tras su partida, el lugar quedó prácticamente de abandonado. “Estaba todo en un estado de abandono tal que era peligroso. Había una mesada de mármol con el escudo imperial japonés y el argentino cerca del lago. Un señor que alquilaba botes y que cazaba los patos que había en el lago… ¡usaba la mesada para faenarlos! Alguien lo descubrió y dio aviso a la asociación japonesa”, recuerda Hirose.
“Para dar al conjunto un aspecto más cercano al de los jardines tradicionales japoneses, la Asociación de Emigrantes Japoneses de Argentina –como llamaron a la AJA– encargó a Inomata una reforma y una ampliación a gran escala cuyas obras se completaron entre 1978 y 1979″, describieron en en textos gubernamentales del Japón.
“Inomata era parte de una generación de posguerra que vino al país para radicarse. Cuando le presentan el proyecto, lo conmovió la idea de que el Jardín Japonés fuese una donación para la Argentina en agradecimiento por la forma en que el país recibió a los inmigrantes japoneses. Tenía derecho a cobrar una fortuna por su trabajo, pero nunca le importó no cobrar nada o cobrar poco. En realidad Inomata fue el constructor del jardín japonés, no su ‘reconstructor’, ya que el parque había quedado en un estado donde nada era ‘japonés’”, detalla la historiadora Cecilia Onaha, a cargo del Archivo de la AJA y profesora en la Universidad de La Plata.
En una entrevista a LA NACION, hace años, Inomata fue contundente:
-Saqué todo. Rompí. Era una porquería.
El trabajo le llevó un año completo, entre la construcción de cascadas, puentes, una glorieta y monumentos tallados a mano. Según detalla el libro “Jardín Japonés y Fundación Cultural Argentino Japonesa”, fueron necesarios “1.200 toneladas de tierra negra y 375.000 paneles de césped, los cuales fueron colocados voluntariamente por familias de la colectividad japonesa». Y detalla que el parque cuenta con “un lago habitado por peces carpa multicolores y cientos de rocas traídas de la provincia de Córdoba equivalentes a 1.770 toneladas ”. Algunas de ellas, talladas con líneas rectas, volvieron a ser obra de los presos de Sierra Chica. Como buen japonés, Inomata utilizó lo aprendido tras su primera obra, en Escobar. También trajo de allí algunos de los peces.
“Bonsái es un árbol en chiquito. Jardín japonés es un paisaje miniatura”, define Inomata. Con unos trazos increíbles, el paisajista diseñó un oasis en medio de la Ciudad de Buenos Aires. En su mente, cada islote, cascada o puente -así como la ubicación del agua- tiene su significado. “Nada está puesto porque sí”, suele decir. El Jardín Japonés de Palermo fue inaugurado el 21 de septiembre de 1979.
Su trabajo más reconocido es, sin embargo, el que hoy menos lo representa. Distintas situaciones llevaron a que, el plan original de Inomata fuera modificado a través de los años. Al día de hoy, reclama que el Jardín Japonés de Palermo está lejos de lo que él diseñó. El paisajista criticó los cambios hechos, según él, pensando en beneficios económicos.
“La transformación que sufrió el jardín después de que él dejó de cuidarlo le causó mucha pena, porque vio destruida la idea de un jardín japonés como una obra de arte viva. Su Jardín Japonés no es una obra estática, sino que se va transformando a lo largo del año. Y eso es parte de la gracia del jardinería”, explica Onaha.
Frustrado y con el deseo de ser escuchado, en 2006 Inomata escribió una carta a la AJA donde marcó: “Me sorprendí al ver fotos del Jardín Japonés de Palermo y fui a comprobarlo”. Primero hizo foco en que faltaba la placa conmemorativa donde se testimoniaba que el Jardín había sido realizado por la Asociación Japonesa en la Argentina. “El Jardín Japonés de Palermo de 1978 tiene como antecedente un jardín que terminó destruido. Debido a ese estado, el intendente de Buenos Aires, solicitó a la embajada su intervención, y la Asociación Japonesa en la Argentina consiguió la adhesión de toda la comunidad japonesa e inició la construcción de esta obra de gran escala». Luego enumera: “El jardín en damero de piedra y césped también, el restaurante, los puestos de venta… Desde la perspectiva de un especialista, son una serie de obras y cambios impensables“.
Inomata definió lo que vio en su visita como ”un paisaje que aturde por incorporar elementos que no tienen nada que ver con el Jardín“. Destacó que se había quitado el sendero de piedras sobre el lago, aquel cuya “mitad había sido hecho con material de Córdoba y otra mitad con piedras obtenidas por los presos del penal de Olavarría. Un sendero obsequiado por la colectividad japonesa a la ciudad. Lo más importante del Jardín Japonés, es que al igual que en un cuadro, si se le quita un elemento, rompe el balance total de la obra”.
Sentenció que su experiencia en el Jardín Japonés fue “realmente decepcionante”. Y concluyó que los responsables de semejantes modificaciones “probablemente no tengan ningún amor por la obra”.
En la misma carta, Inomata hizo una revelación sobre su contratación. Contó que quien lo convocó, “como apenas me podía pagar algo por mi trabajo, me dijo que me concedería los derechos sobre uno de los puestos de venta, pero como se trataba de una causa sincera y pura, me negué a obtener ningún beneficio por ella”.
Se refirió a otros japoneses que participaron en la obra: “Cada uno, donó sumas en dólares de sus propios bolsillos, pude ver en ellos con gran sorpresa la imagen de verdaderos samurái”, destacó.
Y se refirió a su encuentro con los príncipes herederos en 1997: “Sobre la visita del Príncipe Akishino, fui presentado ante él como el realizador del Jardín Japonés. Yo expresé que ‘fue realizado en realidad por la fuerza de muchos miembros humildes anónimos de la colectividad’. Pude mostrarle al príncipe el verdadero Jardín hecho por todos”.
Finalmente, en la carta a la AJA, Inomata hace un llamado a la colectividad japonesa en Argentina: “Quisiera pedirles a los nikkei que sientan el orgullo y la autoestima de su origen como japoneses y reflexionen sobre el estado actual del Jardín Japonés en medio de la ciudad de Buenos Aires. Inomata Yasuo, Ingeniero paisajista, Escobar”.
Los árboles trasplantados de la Gral. Paz
La vida continuó. Inomata se casó con una japonesa y tuvo dos hijos, una mujer y un varón. Siguió trabajando solo, sin discípulos. Según destacó Inomata en una presentación para el gobierno japonés: “Creo que los jardines japoneses expresan un elemento del budismo llamado ‘gokuraku jōdo’ (tierra pura). En estos jardines, los árboles y flores no están dispuestos de una manera ordenada, sino que se colocan imitando a la naturaleza para que la gente pueda disfrutar de una sensación de paz. A primera vista parecen desordenados, pero en realidad conservan un orden”, afirmó el paisajista.
El paisajista forjó una gran reputación y comenzaron a llegarles pedidos de todo tipo. Incluso de clientes famosísimos como Tommy Lee Jones, quien le encargó un Jardín Japonés para su finca en Lobos. También diseñó jardines en el zoo Temaikén para los Perez Companc, una estancia con lago y cascada en 25 de Mayo para la familia Zavalía, además del jardín del templo japonés que se llega a ver desde la Panamericana.
Tan conocido se hizo por su trabajo que, en 1994, el japonés fue convocado para la ampliación y reparación de la Autopista Gral. Paz. “Se trataba de un proyecto de gran envergadura que requería el trasplante de unos mil árboles gigantes. Los especialistas argentinos insistían en talar los árboles antiguos porque su trasplante iba a ser imposible, y las airadas protestas de los que se oponían a la tala acabaron saliendo en las noticias. La compañía de autopistas contactó a Inomata para solucionar el problema”, escribieron en aquella presentación gubernamental japonesa. El paisajista se encargó de la forestación haciendo hizo uso de la técnica “tarumaki” -que consiste en atar las raíces con paja y cuerda-. Con esta acción para trasladar árboles con sus raíces intactas. Llegó a trasplantar más 1.100 ejemplares.
“Fue un trabajo muy duro, en los que se preparó cada ejemplar y se trasplantó en temporada, por eso se hizo en tanto tiempo”. Aseguran que, con una tasa de supervivencia del 95%, Inomata se convirtió en el salvador de “una situación que amenazaba con hacer encallar el plan urbanístico de Buenos Aires”, destacó un escrito gubernamental japonés. El trabajó llevó cuatro años, hasta 1998.
En 2013 el experimentado paisajista japonés también fue convocado para hacer la traza del Metrobus en la 9 de Julio, por ese entonces necesitaban la trasplantar con éxito los jacarandás. Fue una labor difícil, Inomata incluso llegó a marcar que el trasplante de los árboles se realizó fuera de temporada.
En 2004, al cumplir 66 años, Inomata recibió el Premio de la Ciudadanía Emérita de Escobar -su lugar en el mundo, de donde nunca se mudó- y en 2009 le fue concedido el Premio a la Aptitud de Administrador en la Universidad de Agricultura de Tokio. Además, en 2014 fue distinguido por el Ministerio de Asuntos Exteriores del Japón con el Premio Canciller y en 2020 recibió la condecoración del Sol Naciente Rayos de Oro y Plata.
Incansable, en 2015 el japonés se encargó de la renovación del jardín de Escobar. Tal fue su aporte que, en su honor, la obra de revalorización del acceso principal a la ciudad de Belén de Escobar fue nombrada “Paseo Inomata”. Así se inauguró en septiembre de 2019. “Ya estoy retirándome… aunque nunca del todo, ya mi trabajo es el motor de mi vida”, concluyó.
Escobar y la Fiesta de la Flor
La Fiesta de la Flor nació como iniciativa del Rotary Club en Belén de Escobar. “En un jardín se deben elegir bien qué flores se ponen al sol y cuáles no. El resto es todo armonía y creatividad”, llegó a decir Inomata, quien diseñó allí su primer trabajo apenas desembarcado.
Desde 1967, el ingeniero paisajista es una de las figuras de la feria, donde participa como responsable decorador. “Como todos los años ya tenemos la próxima en marcha”, adelantó Hirose. Con el vigor de siempre y la mente alerta, bastón en mano Inomata continua al frente de su estudio de paisajismo que abrió en 1970. Atesora planos hechos a mano alzada, bosquejos, imágenes y fotos de piedras, plantas y cascadas. Un trabajo de toda la vida para el que no tiene discípulos.
Yasuo Inomata, que en octubre de este año cumplirá 88 años (edad clave en la cultura nipona), acaba de protagonizar “Amo del Jardín”, un documental sobre su vida dirigido por Fernando Krapp, que fue exhibido en Bafici y en el Malba. Un repaso de la vida y trabajos más importantes de este gran maestro.