Son hombres, son cultos y seguros de sí mismos; son altisonantes y europeos; son, también, tuberculosos. Se hospedan en una pensión para caballeros en el colosal sanatorio de Görbersdorf en la Baja Silesia, en 1913. El tratamiento de la enfermedad los ha reunido, y entre cenas y caminatas, con un par de copas mediante, estos hombres, haciendo gala de sus lecturas y educación, debaten. No importa cuán robusto sea el argumento del oponente: nadie cambiará de opinión. Hablan porque, en un sentido, pretenden colonizar la mente del otro. Y, divergencias al margen, para alguien como la polaca Olga Tokarczuk –feminista alejada de cualquier tipo de paradigma binario– estos hombres discuten a pesar de que, más allá de sus contrapuntos, no dejan de decir la misma cosa. O por lo menos, de coincidir en una: que la mujer, por diversas e incluso muy elaboradas razones, es un ser inferior. Este es uno de los núcleos sobre los que gira Tierra de empusas, la última novela de la premio Nobel de Literatura en 2018.
El joven Miecyslaw Wojnicz, alma sensible que oculta un secreto indecible a los ojos de cualquier tipo de cultura machista, llega a Görbersdorf –como lo hacía el protagonista de La montaña mágica de Thomas Mann a Davos– para tratar su enfermedad. Escuchará, a veces con atención, a veces con desgano, las interminables polémicas de sus compañeros en un clima que se irá enrareciendo poco a poco. El aparente suicidio de la esposa del dueño de la pensión impregna de misterio policial la historia que cobra, hacia el final, ribetes sobrenaturales: en las entrañas del imponente bosque que circunda el sanatorio aparece, una vez al año, un cadáver (masculino) despedazado. Las empusas, suerte de diablos femeninos, estarían involucradas en la fechoría.
Tierra de empusas es, al mismo tiempo, un fresco de las grandes ideas que marcarán el transcurso del siglo XX: el progreso, las vanguardias, el psicoanálisis, el peso de los Estados, la pregunta por los límites de la cognición humana. Se escuchan, prácticamente, los fragores de la Primera Guerra Mundial y las consideraciones sobre la preeminencia de una “raza” toman vuelo lentamente. Del mismo modo en que estos temas –los temas trascendentes, los que copan la agenda del discurso público y por los que se llega a torturar y a matar– son abordados por hombres desde una perspectiva patriarcal.
La guerra, en su visión autoritaria, unívoca y fatal, es, así, cosa de hombres. La literatura, o, mejor dicho, un particular modo de ejercerla, puede abrirse a un territorio diferente. Y es por medio de un narrador de voz plural y mágica que escapa de cualquier principio logocéntrico –uno de los grandes méritos de Tierra de empusas– que Tokarczuk dispone con paciencia su añorada venganza sobre la mente, el cuerpo y la historia de los hombres.
Tierra de empusas
Por Olga Tokarczuk
Anagrama. Trad.: A. Murcia y K. Moliniewicz
344 páginas, $ 31.900