Los años transcurridos no le han quitado al Profesor ni un gramo de energía pedagógica. Tampoco han logrado disminuir sus ganas de transmitir todo aquello que fue absorbiendo a través de décadas de carrera en torno al fútbol. Mucho menos, su ambición por seguir mirando, analizando, actualizando sus conocimientos; en definitiva, aprendiendo, paso esencial de todo buen docente.
El Profesor pinta canas, pero irradia jovialidad. En la voz, en el entusiasmo, en la ilusión que derrama cuando se le pregunta si a su edad ya está retirado y alude a la “llamita todavía encendida” antes de afirmar que “la pasión continúa ahí, latente”.
El “Profesor” es Jorge Habegger, un porteño que pasó la mayoría de sus 78 años “oliendo el pasto”, ese aroma que desprende el césped húmedo cuando empieza a calentarlo el primer sol de la mañana y genera una suerte de adicción entre aquellos que han transitado una porción grande de vida madrugando para ir a entrenar. En un principio lo hizo como preparador físico; después, como director técnico, un trayecto poco habitual y en su momento poco aceptado pero que le dio trascendencia pública.
“No fui jugador de fútbol y se preguntaban cómo de pronto podía pasar de ser preparador físico a entrenador. Pero yo tenía una experiencia muy rica por haber trabajado en equipos importantes: dos veces en Boca, en Racing con Víctor Rodríguez, en Gimnasia, en Argentinos Juniors, en Banfield. Incluso en la selección argentina juvenil que ganó un campeonato sudamericano en Paraguay. Había hecho el curso de director técnico en AFA, me sentía capacitado. y en un momento determinado decidí dar el salto», cuenta.
En su nueva función, Habegger fue varias veces campeón con Bolívar en Bolivia, dio una vuelta olímpica con el Barcelona de Ecuador y otra con el guatemalteco Municipal, trabajó en Arabia Saudita y dirigió a la selección de Bolivia en dos etapas, pero en Argentina los más memoriosos lo recordarán por haber obtenido la Copa de Oro Nicolás Leoz dirigiendo a Boca en 1993. “El club tiene 18 títulos internacionales, y uno ganó conmigo como director técnico, superando al São Paulo de Telé Santana y a Mineiro”, dice sin disimular el orgullo. Quizá también porque más allá de ese resultado favorable, su paso por Brandsen y Del Valle Iberlucea estuvo signado por conflictos, discusiones y efectos negativos de una decisión arriesgada.
–¿Esa resistencia inicial hizo que su trayectoria como entrenador fuese tan corta en Argentina?
–Posiblemente. Yo fui parte de una de las primeras camadas que egresó del Instituto Nacional de Educación Física y empezó a trabajar en el fútbol después del famoso “Desastre de Suecia”, el 6 a 1 de la selección contra Checoslovaquia. Hasta entonces no se le había dado mucha relevancia al trabajo físico. Estábamos Carlos Kenny, Horacio Daguerre, Alfredo Weber, Héctor Alfano… Muchos de nosotros tuvimos la suerte de estar en equipos grandes, con muy buenos entrenadores, y eso fue acercándome a la dirección técnica. Cuando me planteé el cambio hice una primera experiencia en Temperley, en 1978, y después compartí un proyecto en Atlanta con Carlos Della Savia, Carlos Pandolfi y Juan Carlos Touriño, pero la cosa no terminaba de cuajar. Hasta que en 1986 vino un emisario de Bolívar, charlamos y me contrataron pese a que yo casi no tenía recorrido como director técnico. Firmé por seis meses y me quedé cinco años en Bolivia, incluido un paso por la selección. Fue la primera señal de que mi carrera iba a desarrollarse sobre todo en el exterior.
–Justo le tocó una época de despegue del fútbol en ese país.
–Sí, fue a fines de los años ochentas, antes de que surgiera la estupenda camada de Marco Etcheverry, “Platini” Sánchez, William Ramallo y Milton Melgar, que lograron la clasificación para el Mundial de 1994, pero nosotros estuvimos muy cerca. Dirigí el equipo en las eliminatorias para Italia ’90, empatamos el primer puesto con Uruguay y nos quedamos afuera por diferencia de goles. En esa época existían dos centros de formación que produjeron muy buenos jugadores: la Academia Tahuichi, de Santa Cruz de la Sierra, y la escuela Enrique Happ, de Cochabamba. Pero después de esa generación no hubo recambio y la conformación geográfica de Bolivia, con las diferencias entre la altura y el llano, complica mucho la competencia en las etapas formativas. Ahí está el problema que explica sus resultados de los últimos tiempos.
Boca, Giunta, halcones, palomas
Aquella primavera del fútbol boliviano fue la semilla que años más tarde germinaría en la sorpresiva llegada de Habegger a la ribera del Riachuelo. Hay que remontarse a la Copa Libertadores de 1991, cuando todavía la disputaba solo un par de equipos por país y en la primera fase se cruzaban los dos de una nación con los dos de otra. En esa ocasión, el sorteo determinó que argentinos y bolivianos integraran uno de los grupos. De un lado, Boca y River; del otro, Bolívar y Oriente Petrolero.
Los dos grandes de nuestro fútbol salieron mal parados del viaje al Altiplano, donde los dirigidos por el Profesor los despacharon con un categórico 4-1, en el caso del conjunto millonario, y un más modesto 2-0 al xeneize una semana después. Luego, Bolívar perdería en el Monumental, pero un meritorio 0 a 0 en la Bombonera le aseguraría el primer puesto en la zona (la definición, muy recordada, fue el empate de Boca con Oriente Petrolero, que clasificaba a los auriazules y al mismo tiempo eliminaba a River). La posterior caída de los celestes de La Paz en los octavos de final determinó un cierre de ciclo para Habegger, que continuó su periplo sudamericano en Guayaquil, donde fue campeón con Barcelona, pero su apellido quedó anotado en los despachos de Boca y lo convocaron para hacerse cargo del equipo en 1993.
Oscar Washington Tabárez había presentado la renuncia pese a haber conquistado el Apertura 1992 unos meses antes, acuciado por una división del vestuario que quedó en la historia, y el Profesor, designado por el presidente Antonio Alegre (realmente pretendía a César Luis Menotti, que fue rechazado por los hinchas pero que llegaría inmediatamente después de Habegger), surgió como candidato para aquietar las aguas y enderezar el rumbo. Lo avalaban los resultados recientes, pero también el hecho de que su distancia física del país (todavía no existían internet ni los celulares) lo alejaba del ambiente contaminado que se respiraba en torno al plantel.
–Yo me había ganado un lugar en el nivel internacional disputando copas. Eso posibilitó mi llegada. Y sabía muy bien lo que implicaba Boca; conocía su mundo, que es muy particular, muy especial. Me había tocado estar en 1983, en un momento de enormes problemas económicos, aunque con un equipo de jugadores de primerísimo nivel, como el Loco Gatti, Mouzo, Ruggeri, Gareca, Jota Jota López, el Potro Dominguez, Cacho Córdoba. Diez años después encontré un grupo que también tenía muy buenas individualidades, pero con un importante conflicto interno, la división entre lo que se conoció como “halcones y palomas”.
–Si son considerados los primeros resultados, el desempeño era más que aceptable.
–Sí, faltaban cuatro fechas para terminar el Clausura y lo completamos con dos triunfos y dos empates. Después ganamos invictos la Copa de Oro, nos fuimos a Europa y jugamos un torneo en Tenerife contra el Barcelona de Johan Cruyff y el equipo local, que dirigían Jorge Valdano y Ángel Cappa. También lo ganamos [N. de la R.: se desarrolló en un solo día con tres partidos de 45 minutos cada uno. Boca venció por 1-0 a Barça y terminó 0-0 con Tenerife, que a su vez fue goleado por los blaugranas]. El problema surgió al regresar, cuando tomé una determinación que me afectó mucho.
–Supongo que se refiere a la separación a Blas Giunta. ¿Por qué entendió que no podía seguir en Boca?
–Hubo dos aspectos. Uno, disciplinario que fue analizado de manera conjunta con el Consejo de Fútbol del club. Pero desde mi punto de vista pesaba más un fundamento futbolístico. Giunta era un jugador que se destacaba fundamentalmente por su gran capacidad de recuperación de la pelota, un hombre que transmitía algo muy místico porque estaba muy emparentado con lo que es Boca Juniors, pero yo quería una alternativa técnica para esa función.
–Raúl Peralta…
–Exacto. Yo había tenido un paso por Deportivo Español y había trabajado con Peralta, un volante central de un perfil diferente en la posición de número 5. También traje un chico, Raúl Noriega, defensor central del Barcelona de Ecuador. Mi intención era aprovechar ese receso para provocar algún cambio en el juego del equipo. Tan mal no elegí: a mí me reemplazó César Menotti y él siguió utilizando a los dos. Pero bueno, esas decisiones generaron un clima que no me ayudó y acabaría trasladándose a los resultados.
–¿Habló de la situación con el propio Giunta?
–Sí, claro. Me reuní con él. Estaba también Oscar Peracca, que me acompañaba en el cuerpo técnico, y le expliqué mis motivos. Por supuesto que no los entendió y se molestó. Él era uno de los íconos de la hinchada y se sentía respaldado.
–¿Y usted tenía respaldo?
–Hoy, con el paso del tiempo, creo que fue una decisión que no debí tomar. En aquel momento yo no tenía espaldas suficientemente anchas como para tomar una determinación de ese tipo, que, a lo mejor, en otras circunstancias habría sido evaluada de otra manera. Pero se la interpretó como una sanción a uno de los referentes de los grupos que había en el vestuario y se generó lo que se generó. A partir de ese momento fui muy cuestionado, y trabajar en Boca siendo cuestionado es demasiado difícil.
Declaraciones de Habegger tras un 1-0 a River
–¿No tuvo en cuenta que Giunta era un representante cabal del estilo que siempre identificó al club?
–Creo que el hincha de Boca, si bien valora la entrega y el esfuerzo, también exige que el equipo brinde el mayor vuelo que se pueda desde el punto de vista futbolístico. Giunta formaba parte del ADN histórico, pero yo entendía, y sigo entendiendo, que en un equipo como Boca se puede desarrollar una idea, una propuesta de juego enriquecedora, y que el hincha va a valorarla. Ángel Rojas, Beto Menéndez, Maradona y Riquelme son ídolos históricos de Boca.
–¿Le duele haber quedado arraigado a la historia de Boca por aquel episodio?
–Sí, sí. Siento que no pude aprovechar la oportunidad de pasar por Boca, algo que no muchos directores técnicos tienen, y de que ese paso tuviera una connotación mucho más referida a la parte futbolística. Pero lo que quise proponer en ese plano coincidió con una serie de matices que desvirtuaron todo. Siempre me quedó una sensación de no haber respondido no solo a la expectativa de mi contratación, sino también a mis propias expectativas.
La experiencia del Profesor en La Boca se cerró demasiado pronto. Dos derrotas consecutivas –2 a 0 ante Mandiyú en Corrientes y 1-0 frente a Belgrano en la Bombonera– apuraron el despido en la 10ª fecha del Apertura 1993. La estadística total indica 14 partidos oficiales, 6 victorias, 4 empates y 4 caídas. Y una estrella internacional que muy pocos valoran.
De Arabia a Bragado con varias escalas
El fútbol argentino apenas volvió a abrirle las puertas a Jorge Habegger un par de años más tarde. Fue en Huracán, y su paso por el Globo fue aun más desagradable. Problemas con la barra brava desde el primer día desembocaron en una marcha a los tumbos. Dos empates y dos derrotas después, la dirigencia decidió prescindir de sus servicios, e hizo que el Profesor cumpliera aquello de que nadie es profeta en su tierra. El DT volvió en sucesivas etapas a Bolivia y Ecuador, donde Bolívar y Barcelona lo reconocen como uno de los entrenadores que marcaron la historia del respectivo club; tuvo un segundo paso por la selección del Altiplano y se dio el gusto de conquistar otro torneo en Guatemala. Pero, sobre todo, fue pionero en una tierra que ahora es un imán para las figuras, pero que a principios del siglo XXI era poco menos que una aventura inexplorada.
–Tuve una experiencia de tres años en Arabia Saudita, en tres momentos. Dos en Al–Nassr, el actual equipo de Cristiano Ronaldo, y una en Al–Ettifaq, el club de la ciudad donde están todos los pozos petrolíferos. Fue muy linda, porque me permitió tener un contacto internacional muy grande, ya que ahí jugaban todos los torneos de Asia y en general los del fútbol musulmán, en los que participaban también los equipos del norte de África.
–¿Qué habría pensado si en aquel momento le hubieran dicho que 20 años más tarde los árabes iban a ganarle a Argentina en el debut en un Mundial?
–Ni siquiera habría apostado a que podían ganarnos antes de ese partido en Qatar, aunque es verdad que el fútbol árabe que conocí ya era muy técnico. Ellos siempre tuvieron una gran valoración del fútbol argentino y del brasileño, siempre jugaron muy bien. La diferencia es que recién ahora están consiguiendo los conceptos de profesionalización requeridos para competir en el primer nivel.
El último registro de su larga trayectoria profesional ubica a Habegger en Aurora, de Cochabamba. Sin embargo, el destino le daría la oportunidad de disfrutar de un fútbol diferente en el que podría seguir enseñando y aprendiendo. Después de tantas vueltas por el mundo, la encontraría a apenas 218 kilómetros de Buenos Aires.
“Peracca, con quien compartí muchísimos años en distintos clubes, es de Bragado, y cuando regresé a la Argentina en 2015 me propuso ir a Bragado Club, una institución de primerísimo nivel, en la que pude vivir una de las experiencias más enriquecedoras de toda mi carrera y darme cuenta del potencial que existe en el fútbol argentino”, recuerda.
–¿De qué categoría habla?
–Al principio de la Liga Bragadense, de la que fuimos campeones. Eso nos permitió ascender al Federal B. En él jugamos durante algunos años hasta que AFA decidió cerrarlo y reemplazarlo por el Torneo Regional Amateur. Llegué con la gran incógnita de saber si sería capaz de trasladar algo de lo que había aprendido en el fútbol profesional en cuanto a programación y trabajo. Y sí, logré hacerlo, y fue una de mis grandes satisfacciones. Uno no imagina la cantidad de buenos futbolistas que hay en las ligas regionales.
–¿Y ahora, Profesor?
–Ahora estoy dedicado a capacitar a nuevos directores técnicos en algunas de las muchas escuelas que hay en el país. Doy charlas sobre todo en la provincia de Buenos Aires: en Pergamino, en Chivilcoy… Para mí eso es un enorme factor de motivación, que me obliga a estar actualizado. Sería muy difícil conversar con alumnos que cursan en esas escuelas sin poder compartir y debatir con ellos temas del fútbol que se entrena y se juega en estos tiempos.
–Pero entonces, eso implica que de algún modo ya está retirado…
–No sé. Ya le dije que las ganas y la llamita siguen encendidas.