En Italia, su país de origen, Leo estudió Derecho, tiempos en los que viajó un año a España en el marco universitario y con el deseo, ante todo, de aprender español. Tras recibirse, un amigo le propuso emprender una travesía diferente hacia Australia con la idea de trabajar, perfeccionar el inglés y tener alguna que otra aventura. Aquella experiencia que debía durar un año, se transformó en un punto bisagra en su vida. En Oceanía, el virus que sacudió al mundo lo dejó encerrado en un rincón del planeta que, con sus propias reglas privilegiadas, le permitieron vivir una vida casi ordinaria, salvo por el hecho de no poder volver a su tierra y a sus seres queridos por dos años y medio. Allí arrancó una aventura inolvidable, donde nuevas amistades emergieron, en particular con un grupo de argentinos -incluida una ahora exnovia- que lo acompañaron en sus peripecias.
Cuando los tiempos extraños culminaron, Leo regresó a su mundo en diciembre de 2021 y de inmediato consiguió empleo como asistente de un chef en Caserta, su ciudad natal a 30 kilómetros de Nápoles. Durante un año y medio se sumergió en la atmósfera culinaria, un universo que ingresó a su vida con tal fuerza, que se transformó en un camino.
A pesar de la vida agradable y estable, el espíritu viajero que ya se había instalado en él lo volvió a llamar. Pensó en estudiar algo relacionado a los negocios, puso su mirada en la universidad más antigua del mundo, la de Bologna, que hacía más de dos décadas había inaugurado una sede en un país que desde la pandemia, y de la mano de su gente, se había metido en su corazón: Argentina.
La llegada a Buenos Aires, la fama de la inseguridad y un impacto inesperado: “Los argentinos son tanos que hablan español”
A Buenos Aires, Leo arribó con una ventaja: ya tenía amigos argentinos. Pero no fue el único punto a favor. El otro, no menor, era que en Italia también los tenía. Como buen italiano, había despedido amistades de esas que vienen desde la cuna, personas con las que construyó un lazo indestructible. Asimismo, en su suelo contaba con una familia típica de la Italia sureña: “Todos muy unidos entre nosotros, con mis abuelos, padres, hermanos y más. Con ellos y mis amigos nos extrañamos mucho”, asegura Leo mientras repasa su historia.
El amor incondicional de sus seres queridos, saber de su afecto y existencia, ayudó al joven italiano a nunca sentirse solo en sus aventuras por el mundo.
Las calles porteñas, por otro lado, lo recibieron muy bien. Primero se instaló en la zona del microcentro con un compatriota que conoció en el máster de negocios al que se había inscripto: “La ironía es que también es de Caserta. Por eso suelo decir: casa siempre te persigue”, dice Leo entre risas.
“Una de las primeras cosas que me impactó es que Argentina tiene la fama de inseguro, y yo no lo encontré así, aunque claro que hay que estar atento”, continúa. “Pero lo que más me llamó la atención es la similitud con la cultura italiana. Cómo se nota la herencia, cómo se nota que fueron los inmigrantes italianos los que en gran parte fundaron las bases culturales de este país. Yo siempre digo: los argentinos son tanos que hablan español. Son muchas las similitudes, en especial con el sur, con los napolitanos”.
Otros impactos de una Argentina agridulce: “Lo veo un país muy progresista”
Gracias a sus contactos argentinos, Leo consiguió trabajo casi de inmediato en el mundo de la cocina, pero en la vereda de la prensa gastronómica. Y si bien Buenos Aires lo recibió con buena cara, ya inserto en el mundo laboral, los velos rosas cayeron rápidamente para dejarle ver el cuadro completo.
En lo cotidiano, la inestabilidad pudo sentirse en cada decisión y, si bien costó, Leo comprendió que debía acostumbrarse a ello -tal como veía que hacían los argentinos- si deseaba hallar cierta tranquilidad mental: “Mi experiencia fue positiva, pero hay dinámicas complejas, Argentina es un país difícil y la inestabilidad te afecta la vida”, afirma. “Pero considero que es un país hermoso. Aunque hay que aclarar que es la experiencia que yo vivo, muy particular y en Buenos Aires, más allá de que recorrí un poco el territorio”, aclara Leo.
“Otra cosa es que lo veo un país muy progresista, en especial en relación a lo que es Italia, yo amo Italia, pero somos más difíciles para cambiar la mentalidad, tenemos milenios de cultura atrás, que son una ventaja por un lado, pero una desventaja a la hora de tener la mente más abierta. Ese sería el condimento propio: el argentino es muy similar al italiano, pero más progre”.
La buena cultura laboral y humana argentina: “Ganas de recibir, las ganas de comunicarse con el otro”
El estudio avanzó, el trabajo se afianzó y el tiempo fue pasando. Lo que para Leo significaba una experiencia relativamente pasajera se transformó en una aventura prolongada en su país que lo había atraído desde el otro extremo del mundo.
Uno de los puntos que tal vez más enamoró a Leo de Argentina fue su cultura laboral. A través de la agencia de prensa para la que trabaja, desde el comienzo mantuvo vínculos estrechos con diversas compañías, medios y emprendedores del mundo gastronómico, y en cada ocasión halló fluidez y buenas relaciones humanas.
“Me considero muy afortunado, me llevo bien con mi jefa, mis compañeros de trabajo, me gusta mucho la cultura laboral de este país, conocí mucha gente y amigos. Encontré en los argentinos la facilidad que encuentro en los italianos, las ganas de recibir, las ganas de comunicarse con el otro, se nota que es un país acogedor”.
De regresos y aprendizajes: “Viajando se aprende a ver con distancia lo que para vos siempre fue normalidad”
A pesar de las tradiciones arraigadas de los sureños de Italia, a Leo el mundo siempre lo atrajo. Ya sea para estudiar, trabajar o vivir una aventura, traspasar las fronteras de las costumbres conocidas se transformó en parte de su identidad esencial, y a su vez, cada travesía lo ayudó a comprender mejor sus propios hábitos identitarios aprendidos.
Para Leo, salir al mundo y ver a la propia patria de lejos es una invitación a la crítica, en el mejor sentido de la palabras, una forma de verse desde lejos a través de otros, y comprender que siempre hay mucho que agradecer, al igual que mucho para mejorar.
Hoy, en una tierra argentina agridulce, para Leo, lo dulce prevalece. Desde su nuevo hogar en Congreso recuerda, como en otra vida, su experiencia en Australia, donde Argentina, su gente y su cultura comenzaron a resonar con fuerza en su ser. Italia, mientras tanto, es su sombra: Casa siempre te persigue.
“Italia es mi casa, mi patria, mi cultura. Yo amo Italia”, afirma Leo. “Aunque la critique muchas veces, sobre todo viéndola de lejos. Viajando se aprende a ver con distancia lo que para vos siempre fue normalidad, lo que se podrían considerar errores. Errores que muchas veces en realidad no son errores, son diferencias. Yo me siento cien por ciento italiano, llevo a mi país adelante, y amo la italianidad”.
“Por eso, los regresos a Italia se me hacen cada vez más difíciles. Porque te hacés más grande y con ello te volvés más sensible. Pero sobre todo porque también volver es hacerlo a un lugar donde los padres están cada vez más grandes, los abuelos ni hablar, te perdés cosas… Estoy muy orgulloso de las experiencias que hice, pero sé que implica sacrificios. El año pasado me perdí todos los cumples de 30 de mis amigos. También los logros personales o simplemente la cotidianidad que abandonaste. Pero sé que estoy perdiendo eso para ganar en otros sentidos”, dice emocionado.
“En Argentina es la primera vez que me fui solo para entregarme a un lugar. Siento que acá pude ganar una gran capacidad de adaptación sin perder mi esencia. Seguir siendo Leo, pero con la disposición de integrarse, y me siento muy orgulloso de eso, de poder entender otras dinámicas diferentes, sorprenderse de las similares y aprender a ser ciudadano del mundo, y saber que en ese sentido ya nada me da miedo”, concluye.
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