A punto de cumplirse dos años de la detención de Daniel Sancho en Tailandia y uno desde su condena a cadena perpetua por el asesinato del cirujano Edwin Arrieta, el hijo de Rodolfo Sancho afronta el encierro con una rutina muy marcada y, según su entorno, en «muy buen estado» tanto físico como anímico. Fuentes legales relatan que el joven chef cuenta con ciertas comodidades poco habituales en el sistema penitenciario tailandés: disfruta de una celda individual, tiene el pelo corto y dedica buena parte de sus días a redactar sus memorias, permaneciendo además informado de la actualidad internacional.
Las comunicaciones con el exterior resultan frecuentes y relajadas. Daniel mantiene videollamadas largas -de una hora a hora y media- los lunes y jueves con su abogado, los miércoles con su padre y los martes con un amigo psicólogo de origen americano, una figura clave en su acompañamiento emocional desde que recibió el veredicto. Estas llamadas, según el letrado Marcos García-Montes, se desarrollan «sin censura», con los funcionarios de la prisión mostrando total naturalidad y sin intervenir en el contenido de las conversaciones, lo que contribuye a la sensación de entorno estable y controlado en la que vive el español.
Mientras la defensa se muestra confiada en poder «rebajar la condena» o incluso solicitar la repetición del juicio, el joven reconoce y valora el apoyo cercano de su círculo más próximo durante este periodo. Según el equipo legal, si el recurso prospera y las autoridades acceden a su revisión, Sancho podría regresar a España en un plazo de dos o tres años, aunque la resolución del Tribunal de Ko Samui todavía está en fase de espera, a la espera de pronunciamiento por parte del Ministerio Fiscal.
El día a día del chef transcurre entre el aislamiento de su celda, la escritura de sus vivencias y las conexiones periódicas que le permiten mantener el contacto, la motivación y cierta normalidad dentro de una situación marcada por la condena y la incertidumbre judicial.