Frente a Florencia Rocco el espacio estaba casi vacío. Una sola chica se hallaba ante ella, mirándola a los ojos con extrañeza. ¿No viene nadie más? La pregunta flotaba en el aire sin pronunciarse. No. Era feriado, pero para colmo allí, en aquel rincón de Oporto, Portugal, había un paro de trenes que había paralizado aún más la ciudad. Para la mujer argentina, profesora de teatro, expresión corporal, bailarina y organizadora de aquel workshop, toda la situación podría haber significado un golpe por demás duro, sin embargo, lejos estuvo de serlo.
Hacía tiempo ya que Florencia había aprendido que animarse, lanzarse a lo desconocido, en definitiva, moverse, abre puertas. Y allí, lejos de Argentina, una nueva puerta se había abierto ante ella. Apenas un tiempo antes no sabía cómo iba a volver a empezar lejos de su país, con sus pasiones, con su danza. Ahora, gracias a su osadía, había conocido a Catalina, la facilitadora del espacio, quien le posibilitó abrir una nueva etapa en su camino alejada de su tierra.
“Se transformó en mi compañera de trabajo, amiga, sostén, una pierna increíble que encontré acá en Oporto. Ese workshop no salió, fue `todo un éxito´”, rememora Florencia con sarcasmo y entre risas. “Pero me permitió empezar a cranear con Cata proyectos de danza”.
Argentina, el mejor país del mundo: “Pero mi búsqueda iba por otro lado”
“Sigo pensando que Argentina es el mejor país del mundo”, lanza Florencia con una gran sonrisa. Y al igual que ella -una mujer de 37 años-, existen muchos otros argentinos que dejan su mundo conocido sin rencores. No todos emigran a modo de escape ni con la idea de ir tras la promesa de una mejor calidad de vida compuesta por la clásica triada: mejor dinero, mejor educación, más seguridad. Emigrar, para algunos, parte de otras motivaciones.
Para Florencia, la decisión no llegó de un día para el otro. Hacía tiempo que lo venía planificando, apoyada por una buena experiencia viviendo lejos en el pasado. Su familia y amigos la alentaron: “creo que los vínculos de afecto son los que nos motivan a construir también proyectos personales”, sostiene Flor al respecto.
Fue así que en el mapa de un planeta fascinante, Portugal emergió como la opción atractiva, accesible y colmada de oportunidades. No dejaba de ser una ciudad, aunque mucho más tranquila que Buenos Aires, pero lo mejor, pensó Florencia, es que se halla junto al mar. A pesar del atractivo, ella sabía que su aventura podría salir bien o mal, y que irse significaba dejar atrás cosas muy buenas a las que aferrarse: “Tenía mis proyectos de danza con gente muy linda, una casa que fui construyendo de a poco, amigos, familia. Sí, Argentina es el mejor país del mundo. Pero mi búsqueda iba por otro lado y dejar esos espacios de confort fue el primer paso de este viaje”.
Gente maravillosa dispuesta a enseñar y pasteles para combatir el invierno: “No van a cambiar jamás a una medialuna de manteca…”
Aquel septiembre del 2023 fue un poco como saltar al vacío, en especial porque llegó sin hablar una palabra en portugués. Florencia confió en que su idioma natal y su buen inglés serían suficientes en un comienzo, hasta familiarizarse con la nueva lengua.
Por fortuna, en su incipiente camino algo maravilloso aconteció desde los primeros días: la gente. Personas increíbles que desde los inicios le dieron lugar: “y tuvieron una inmensa paciencia para enseñarme”, sonríe Flor.
Asimismo, consiguió un trabajo casi de inmediato en un espacio amable, una cafetería vegana llamada Odete bakery, que sirvió de espacio de aprendizaje y contención: “Ahí creo que pasé mis primeros pánicos de sentir muchas cosas aconteciendo al mismo momento: desde aprender un idioma, pasando por iniciar los trámites para mi residencia, hasta acostumbrarme a otro ritmo de trabajo. Pero tuve gente increíble como Lucas, el chef de Odete, y Jaque, pastelera de la cafetería, que me ayudaron muchísimo; hoy forman parte de los amigos de acá”.
“Algo que extraño es que acá las cafeterías cierran muy temprano”, agrega con otra sonrisa. “No tienen mucho la cultura del cafecito y la merienda tipo seis de la tarde como nosotros, también suelen cenar más temprano. El invierno acá es lo más difícil creo, por el clima con tanta lluvia, pero te acostumbrás y vas armando tu día para que no te afecte tanto, más que nada cuando hay varios días sin sol. Los pasteles de nata no van a cambiar jamás a una medialuna de manteca, pero son ricos y a veces con frío te dan ganas de tomarte un cafecito con uno de esos”.
Portugal en constante crecimiento y demanda ocupacional: “Las condiciones se complican cada vez más”
A los tres meses de su llegada dejó su primera morada para mudarse a la casa que hasta hoy considera su hogar. Allí creó otro espacio seguro junto a dos amigos, un chico de San Pablo -Brasil- y un argentino, que casualmente ya conocía de Buenos Aires.
Más allá de sus lugares de contención, en las calles de Oporto, Florencia halló un lindo equilibrio entre estabilidad y seguridad. A pesar de tratarse de una tierra conocida por ofrecer sueldos magros dentro del territorio europeo, las oportunidades laborales estuvieron presentes desde el comienzo y en varios sectores.
“Obviamente no es fácil, tenés trabajos más pesados que otros y también depende mucho de la búsqueda personal y la experiencia que tengas. Sin embargo, a razón del crecimiento del turismo y de que cada vez más personas eligen venir a instalarse a Portugal, surge otro inconveniente: la demanda habitacional, que es cada vez mayor, los valores son cada vez más altos y a su vez las condiciones se complican cada vez más. Pero al mismo tiempo siento que, al menos Oporto, sigue siendo una ciudad que está en un constante crecimiento y eso abre un montón de puertas”.
Movimiento como clave del éxito: “Si me preguntabas hace un año, no tenía idea que podría estar viviendo esto”
Para Florencia, trabajar en un café significó contar con un sustento, pero sus pensamientos estaban en su pasión: la danza. Parte de su búsqueda por fuera de Argentina, tenía que ver con experimentar otras formas de vivir su profesión, aunque arribó a la península ibérica convencida de que le iba a costar mucho volver a vincularse con aquel universo. Flor no tenía muchos contactos de gente que estuviera bailando en Oporto, y lo cierto es que no sabía muy bien por dónde empezar.
Como siempre, el movimiento fue clave. Expuesta a la vida, diversas personas surgieron en el camino casi por casualidad, gente que la ayudó a visualizar las puertas y abrirlas. Así, por ejemplo, conoció a Fabi, su masajista que devino en amiga, y una de las primeras personas que le ofreció un espacio para que pudiera dar clases de movimiento.
“Y después surgió la posibilidad de dar el workshop (que no salió) en otro espacio en el cual trabajaba Cata, hoy mi compañera de trabajo y sostén”, repasa Florencia, quien junto a Catalina y otras amigas, crearon `PULSO´, una performance de movimiento en espacios abiertos. Más tarde llegó la colaboración para el Cortiçada Art Fest, donde, con el apoyo del Museo Experimenta Paisagem, coordinan una performance y residencias en danza.
“Si me preguntabas hace un año, no tenía idea que iba a estar viviendo esto”, se emociona Flor. “Tengo la certeza de que la danza es trabajo, es formar una red de vínculos, es aprender a sacar la danza de ciertos espacios de confort y llevarla a la calle, en medio de un parque, a otros pueblos, bailar en un río debajo de una pieza de arte. Portugal y la gente que tengo a mi lado me permitió seguir trabajando con la danza, y es algo que siento un privilegio”.
Nada es rígido y otros aprendizajes: “Una fortaleza que se mide desde un lado sensible”
Con una sonrisa, Florencia recuerda aquel workshop con una sola asistencia. Mientras revive su historia, la mujer argentina observa su último tramo de la vida con orgullo. Más allá de los claroscuros, durante su experiencia migratoria las puertas nunca cesaron de abrirse. Para ella, sin embargo, siempre existió un factor determinante: tal como en el universo de la danza, para que las cosas sucedan ella nunca dejó de estar en movimiento.
Y si bien hoy no siente que Argentina sea un lugar que la invite a proyectar, ama a su país y está en constante comunicación con él: “Cada realidad es diferente”, reflexiona. “Tengo la fortuna y el privilegio de que mis viejos y mi hermana puedan venir seguido, sabiendo que no es fácil para nadie costear desde Argentina un viaje a Europa, pero vivo cada llegada de ellos como un regalo increíble. Buenos Aires sigue siendo hogar , aunque hoy mi casa está en otro lado. El barrio no se borra”, dice con una gran sonrisa.
“Siento que al ser migrante tu vida se transforma en un viaje continuo, en donde los vínculos, los lugares, las experiencias que encontrás te nutren de diferentes maneras. Aprendés que equivocarse es parte del cotidiano, y abre un montón de puertas. Que casi nada es rígido, todo va `mudando´ de múltiples maneras y quizás más rápido de lo que estaba habituada. Aprendés a hacerte más fuerte, una fortaleza que se mide desde un lado sensible y amable también con una misma. Y que tomar riesgos también puede salir bien».
“Hoy a mis 37 años tengo muchas menos certezas de cómo va a seguir mi viaje. Pero elijo abrazar las posibilidades, siendo muy honesta conmigo y agradeciendo a la familia de amigos y afectos que hoy están acá y me dan una fuerza tremenda”, concluye.
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