Gustavo Lopetegui: “Si vos solo escuchás a los que te aplauden, tenés un serio peligro de equivocarte mal”

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Gustavo Lopetegui se caracteriza por tener una larga experiencia tanto en el sector privado como en la gestión pública. Trabajó en la consultora McKinsey en España, Estados Unidos, Brasil y la Argentina; fundó la cadena de minimercados Eki y la empresa láctea Pampa Cheese, que aún conserva, y fue gerente general de LAN Argentina durante siete años. En el sector público, fue ministro de producción de la provincia de Buenos Aires, vicejefe de Gabinete durante el gobierno de Mauricio Macri y posteriormente secretario de Energía.

En una entrevista con LA NACION, elogia el programa económico del Gobierno, explica por qué el oficialismo no debería asumir el costo político de impulsar las reformas previsional, tributaria y laboral, y advierte sobre los riesgos de rodearse solo de voces afines: “Como en todos los órdenes de la vida, tenés un serio peligro de equivocarte mal”, dijo.

–¿Qué balance hace del gobierno de Javier Milei?

–La principal lección que sacamos los que estuvimos en la gestión pública es que reencauzar la economía de la Argentina es muy difícil, porque llevamos muchas décadas de malas políticas que están arraigadas en creencias que tiene una gran parte de la sociedad y, por ende, una gran parte de la dirigencia política. Para ponerlo en una caricatura, llevamos muchas décadas combatiendo al capital y con mucho éxito. Tenemos poco capital acumulado, entonces tenemos poca productividad, poco empleo y bajos salarios. Para modificar eso, se necesita tiempo y solo es posible si este programa tiene el apoyo continuo de una mayoría de la población. No hay otra forma. Y aunque salga bien, y esta vuelta hacia una economía más capitalista tenga éxito, el camino es arduo; es una maratón, no un sprint.

–El Gobierno muestra que tiene el apoyo de la sociedad, pese al ajuste inicial con la devaluación y el aumento de tarifas. ¿Le sorprendió, dado lo que ocurrió durante el gobierno de Macri?

–Me sorprende gratamente. Nosotros aumentamos las tarifas al inicio de la gestión parecido a como lo hizo el Gobierno y estábamos en la tapa de los diarios. Tenía mi WhatsApp lleno de mensajes de amigos que viven en Salguero y Figueroa Alcorta diciéndome “qué barbaridad la boleta que recibí”. Y el moño fue en agosto de 2016, con el fallo de la Corte Suprema retrotrayendo los aumentos en las tarifas de gas. Era un tema permanente. Hoy, en cambio, prácticamente no se habla de las tarifas. Enhorabuena.

–¿Qué cambió?

–En algún sentido muchas más personas se dieron cuenta de que seguir subsidiando y seguir teniendo déficit era peor, y que están dispuestos a tener paciencia y a soportar estos mayores costos. La sociedad cambió y, tal vez, el Gobierno lo comunicó mejor también. A lo mejor el Gobierno está conectando de otra manera con el significado del ajuste. La gente dice que tiene esperanza, según los consultores políticos. El secreto es cómo seguir alimentando esa esperanza con una realidad que es dura y que va a seguir siéndolo por la misma esencia del proceso: si queremos reconvertir una economía, habrán actividades que van a crecer mucho y otras que van a caer. Está en la naturaleza de cómo crece la economía capitalista. El Gobierno está haciendo lo mejor posible y de una manera inteligente dentro de todas las restricciones que tiene. Tienen un rumbo claro y está llevando adelante las tres reformas que para mí son estructurales.

–¿Cuáles son?

–El ajuste fiscal, el orden monetario y cambiario, y la apertura comercial. Las tres tienen la misma importancia y están por sobre todo lo demás. Estas tres cosas forman la pared con la que nos venimos chocando desde que empezó el siglo XXI. Esta vez, los cambios se están realizando sin incubar desequilibrios.

“Este proceso puede tener éxito si genera un apoyo mayoritario continuo”, dice Gustavo Lopetegui

–¿No ve inconsistencias?

–No. En términos económicos, veo que están aprovechando las oportunidades que tienen con un rumbo claro y ajustándose a las circunstancias de cómo va reaccionando la población. Por ejemplo, el ajuste de tarifas fue importante y hoy la demanda total cubre casi el 80% del costo, pero falta 20%. El Gobierno avanzó muy bien y muy rápido hasta cubrir el 80%, pero ahora se están tomando el tema con prudencia y me parece perfecto. Ese 20% lo irán reduciendo en el tiempo. Lo mismo pasa con el orden monetario y cambiario, han ido desarmando toda esa maquinaria infernal que había y no recuerdo otra unificación cambiaria con menos pasaje a inflación. Lo mismo sucede con la apertura comercial, todos los meses van levantando capas para avanzar en la quita de restricciones. No veo ninguna razón para que la economía no tenga un crecimiento de al menos 3% anual en los próximos años, después de la recuperación del 5% en este 2025. Ahora tampoco veo condiciones para que la economía crezca mucho más que el 3%.

–¿Qué falta?

–Falta continuidad y tiempo. No creo que lo que falte sea lo que todo el mundo dice, que son las reformas estructurales que se tienen que hacer después de las elecciones de octubre. Eso me parece un gran error.

–Todo el mundo nombra las reformas previsional, tributaria y la laboral.

–Con este nivel de jubilaciones que la mayoría juzga escasas, la Argentina gasta el 8,6% del PBI. Este gasto es alto, es exactamente el promedio de los países ricos que son parte de la OCDE. Tenemos 95% de cobertura de la gente que tiene más de 60 o 65 años, pero hay muchos problemas adentro, porque hay un montón de iniquidades por las jubilaciones de regímenes especiales, más comúnmente llamadas de privilegio.

–¿Eso no se puede arreglar con una reforma?

–Sí, pero tiene un enorme costo social y político. Después de ganar las elecciones, no avanzaría en una reforma previsional, porque además del costo inmediato que va a tener, los resultados del ahorro recién se van a notar en cinco o 10 años, cuando se empiece a implementar la suba en la edad jubilatoria.

–El Gobierno parece coincidir, porque esta reforma es la que dejaría para más adelante.

–En cuanto a la tributaria, también sería un error ir a una reforma. Nuestro régimen tributario tiene los impuestos de base correctos: Ganancias, IVA y Seguridad Social, que son fáciles de recaudar, son menos distorsivos y progresivos. En los países más modernos, los tres representan el 82% de los ingresos; en la Argentina, el 65%. Nosotros tenemos dos impuestos que no tiene nadie: retenciones y débitos y créditos [impuesto al cheque]. Entre los dos representan 3% del PBI (1,2% y 1,8%, respectivamente). La presión tributaria subió mucho en la Argentina, eso es lo que todo el mundo reclama. Los países ricos tienen 38% del PBI de presión tributaria; los de ingresos medios, como nosotros, tienen 31%. La Argentina tenía 28% en 2000 y llegamos a un pico de 36% en 2015; hoy tenemos 32%.

–Todo esto porque aumentó el gasto y hubo que financiarlo.

–Exactamente, y no nos alcanzó y tuvimos déficit. Podemos bajar la presión impositiva con paciencia y crecimiento. Cada 3,5% de crecimiento anual, si se mantiene constante el gasto en términos reales, se puede disponer de un punto del PBI para bajar impuestos. Por nuestra coparticipación, se divide 0,7% para la nación y 0,3% para las provincias. En tres años se podría bajar más del 2% del PBI y habría que convencer a las provincias que hagan lo mismo con Ingresos Brutos. El Gobierno podría bajar retenciones e impuesto a los débitos y créditos, que no son coparticipables, sin ninguna ley. Después podría bajar la alícuota de IVA y de Ganancias para reducir la evasión fiscal, que hoy es tan grande que impide a las pymes crecer.

–¿Y la reforma laboral?

–Esa es la que más impactaría en el corto plazo, aunque tiene un costo político discursivo importante que la oposición va a aprovechar. Lo que más afecta de la reforma laboral es la conflictividad judicial, que no sé qué ley se puede pasar, sino más bien tratar de que la Justicia actúe de otro modo. Lo otro es ver cómo se contrata y se despide a los empleados. Hay que ser más flexible en ambos lados. Es un tema súper conflictivo. De mi experiencia en el sector privado, gran parte de los problemas vienen de los convenios colectivos. Por eso, yo preferiría seguir profundizando las tres reformas que dije, para que el efecto de eso sea cada vez más notorio para más personas en su metro cuadrado.

–¿En dónde ve esa mejora?

–En la expansión del crédito, que estaba en el piso y ha crecido muchísimo. También la apertura de la economía mejora el poder de compra de cosas fundamentales, como la ropa, la electrónica y los insumos para las empresas.

–Las tasas de interés están altas y algunos analistas advierten sobre la apertura comercial con tipo de cambio apreciado…

–Hace un año la crítica era que las tasas eran negativas. El Gobierno está tratando de encausar un barco en medio de una tormenta.

–Lo que se mira es la transición de pasar en poco tiempo de tasas negativas a tasas reales positivas de dos dígitos.

–A mí me parece que la transición es muy suave comparado a lo que hicieron con la baja de la inflación y con la liberalización del cepo. Me parece casi milagroso. Hace dos meses, la crítica se focalizaba en el tipo de cambio atrasado; ahora se corrigió casi 15% en 45 días.

–Dice que no hacen falta reformas de fondo, sino constancia por al menos siete años, pero el temor de los inversores es que haya un cambio de gobierno y de ideas en dos años.

–Obvio, y eso va a seguir estando hasta que pase el tiempo.

–¿Puede el Gobierno hacer algo distinto para blindar ese temor? ¿Las reformas no ayudan?

–Nosotros nos bancamos las piedras del Congreso para sacar la reforma previsional por ley, cuando muchos adentro del gobierno decíamos que había que hacerlo por DNU. Nos decían que era importante la seguridad jurídica y al minuto tres que asumió Alberto Fernández sacó otra ley que anuló todo. La seguridad jurídica de las leyes sirve para todos menos para el peronismo. Mientras haya una oposición que tiene ideas anacrónicas y equivocadas, y que sigue teniendo posibilidad de ganar elecciones, ese temor va a estar siempre. El proceso inversor es lento, no cambian las inversiones de un año para el otro.

–¿Usted dice que no vale la pena invertir tiempo en buscar consensos con esta oposición?

–Voy a contar dos anécdotas de mi paso en el sector privado, una por la fábrica de quesos y otra por mis paso por LAN. La primera es con Guillermo Moreno [entonces secretario de Comercio]. Con unos socios fundamos una empresa para exportar queso mozzarella. Nada de delicatesen, sino lo que hace Nueva Zelanda: fábricas que hacen un solo producto, en este caso, una barra de 5 kg de queso mozzarella para exportar al mundo. Inauguramos la fábrica automatizada, donde procesamos 200.000 litros de leche con 45 personas, en julio de 2008. Al mes siguiente, Moreno prohíbe las exportaciones de lácteos. La fábrica estaba hecha para exportar un producto con muchísima eficiencia y prohíben las exportaciones. Consigo ir a verlo a Moreno y le explico que la fábrica está en un pueblo que se llama Colonia Progreso [Santa Fe], donde somos el mayor empleador. Pagamos impuestos, tenemos todo en blanco. Y él me responde, entre otras cosas porque fue muy pintoresca la reunión: “Vos exportando tu mozzarella le sacás la leche de la boca a mis negritos del conurbano”. Ese señor estuvo hace pocos días en un acto con Axel Kicillof [gobernador de Buenos Aires]. Esa es la concepción que tienen del progreso, del aumento de la productividad, de la integración al mundo y de generar cada vez más empleos en blanco.

“La única manera de mantener un consenso mayoritario es convencer con palabras y con hechos, no con insultos y agresiones”, dice Gustavo Lopetegui

–Lo primero que hizo Macri cuando asumió en enero de 2016 fue viajar a Davos con Sergio Massa, quien era el líder de la oposición. ¿Esa Argentina, ya no cree que exista más?

–Tampoco sirvió de mucho llevar a Massa. Voy con la segunda anécdota en 2013, cuando trabajaba en LAN. En ese entonces, el gobierno [de Cristina Kirchner] quería echarnos de la Argentina, porque quería mantener el monopolio en el tráfico de cabotaje para Aerolíneas Argentinas, y el que encabezaba esa cruzada era Kicillof, que entró a la política siendo el gerente financiero con Mariano Recalde. Ese fue su primer puesto, entonces creía que sabía de aviación. Además, era el que organizaba la guerra contra LAN con dos instrumentos: los sindicatos y Aeropuertos Argentina, que es una empresa privada, pero que la usaba el gobierno para torturarnos y echarnos. Hubo un evento importante cuando nos querían sacar el hangar de Aeroparque. Todos los meses tenía que ir a Chile a explicar por qué el gobierno argentino no quería que la empresa líder de América Latina invierta para volar más. El tráfico de cabotaje de la Argentina es el más subdesarrollado de todo el continente y acá, al único privado importante que estaba tratando de desarrollarlo, lo querían echar.

–¿Qué le decía a los directores chilenos?

–No lo entendían, entonces un miembro del directorio me dijo que quería hablar con Kicillof. LAN, cuando se privatiza en la década del 80, tenía 13 aviones, y los directores la llevaron a 300 aviones. Era una compañía chiquitita de un país pequeño en población y en tráfico, y la convirtieron en el líder de Sudamérica. El director chileno hacía 25 años que estaba en ese negocio. Estuvimos una hora y media con Kicillof, que estuvo explicando todo ese tiempo cómo era la aviación internacional y cómo era el negocio. Salimos de la reunión y me dice el director: “Huevón, me duele la cabeza, nunca escuché tantas huevadas juntas”. Kicillof hoy es el líder de la oposición. Tanto Moreno como Kicillof tienen ideas equivocadas, pero el principal problema es que son dos ignorantes, ignoran hasta lo que ignoran. ¿Qué posibilidad de consenso hay con esas ideas y con esas personas? Para mí, ninguna. Este proceso puede tener éxito si genera un apoyo mayoritario continuo. Hay que ver cómo el Gobierno consigue mantener esa esperanza que veíamos en la mayoría de la gente.

–¿Qué puede hacer el Gobierno?

–Yo diría más bien qué podría dejar de hacer para tratar de tener cada vez mayor consenso. No me gusta nada y me preocupa la concepción que muestra permanentemente el Gobierno acerca de la democracia, las instituciones y la política. No me gusta que el conflicto y la agresión sean la base de construcción política. No me parece que podés convencer a nadie a las patadas, a los gritos y a los insultos. El Presidente transmite que el que no piensa igual es el enemigo, y para él solo cabe una adherencia sin reparos. Para todos los demás, hay descalificación e insultos. Esto es incompatible con la democracia y con el liberalismo. Tengo 65 años y he visto a muchos liberales argentinos, que para ellos el liberalismo solo se aplicaba a lo que es la economía, y que para todo lo demás no solamente no se aplicaba, sino que es un estorbo, como los periodistas, el Congreso y la Justicia. Una muestra enorme que a mí me ha impactado mucho es el nombramiento de Ariel Lijo para la Corte Suprema.

–Lo van a acusar de “ñoño republicano”.

–En cuanto a la prensa, cuando estaba en el gobierno también me molestaba un montón algunas cosas que leía en los diarios. Pero ante eso, hay que tratar de entender, de ponerse en el lugar del otro, de aceptarlo, explicar y dar tu versión. Hay que conseguir tener y mantener un consenso mayoritario para que estas políticas puedan seguir avanzando. La única manera es convencer con palabras y con hechos, no con insultos, con agresiones, con descalificación. Si vos solo escuchás a los que te aplauden, como en todos los órdenes de la vida, tenés un serio peligro de equivocarte mal. A mi juicio, estamos yendo en el otro sentido: como dice el refrán, “siembra vientos y cosecharás tempestades”. Estamos en una Argentina con un nivel de frustración enorme, herida y dolida, y no tenemos que aumentar ese nivel de resentimiento.

–El Gobierno le diría que ese discurso es lo que lo llevó a mantener el apoyo político.

–Tengo dudas. Probablemente ese discurso lo llevó a ganar las elecciones, porque una de las pocas cosas que compartimos todos los argentinos es la frustración. Milei supo capitalizar esa desazón. Ahora que vamos a entrar en una etapa larga de un crecimiento más apaciguado, no sé si ese discurso de descalificación, violencia e intolerancia hacia las diferencias va a seguir cautivando a una mayoría de la población.

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