La Argentina está viviendo una fuerte transformación económica, no obstante algunos ven con preocupación noticias de empresas internacionales que venden sus activos en el país. Lo primero que hay que decir es que antes de emitir un juicio sobre la base de ciertos hechos hay que dimensionarlos en términos relativos y no hacer de ellos un absoluto. Así como una golondrina no hace un verano, una langosta no hace una plaga.
La apreciación de los inversores sobre el atractivo de instalarse o permanecer en un país está expresado fehacientemente por el índice de riesgo país. El aumento o la disminución del atractivo de permanecer en la Argentina debe mirarse en las variaciones de ese índice y no en noticias sobre algunos casos. Si bien el índice se elabora por el rendimiento de bonos soberanos, surge de mercados en los que cientos de miles arriesgan su bolsillo no solo en títulos públicos sino también en acciones de empresas, respondiendo a evaluaciones de especialistas que indagan las realidades presentes y futuras. Mirando la evolución puede decirse que la reducción del riesgo país tras superar los 2500 puntos básicos en noviembre de 2023 a rondar los 700 de hoy, muestra que el clima de inversión de la Argentina ha mejorado sensiblemente. No obstante, aun reconociendo que ese índice marca todavía una distancia con países vecinos, en su dinámica esas diferencias tienden a disminuir.
Las ventas de la actividad local de algunas empresas extranjeras ya habían sido decididas hace tiempo y se están materializando aprovechando el aumento del interés en el país para poder ejecutarlas a un mejor precio. Para muchos holdings extranjeros la Argentina es una parte pequeña de su negocio, un mercado chico. Además, tras décadas de desmanejos económicos su negocio local fue una parte demasiado importante de sus problemas. Por otro lado, si hay alguien que vende, también hay quien le compra y la llegada del nuevo dueño puede ser positiva; ya que estará más interesado en invertir que quien estaba en un proceso de salida del negocio. Además, el cambio de rumbo económico es tan fuerte que puede haber distintas visiones de qué significará para cada sector. Algo es seguro, una estructura económica que, durante décadas, tuvo que adaptarse a sobrevivir en un país anormal no es la misma que será rentable en una que busca ser normal.
Las estrategias de las grandes compañías del mundo no se toman de un día para otro, llevan años. Eso explica por qué no podía esperarse una lluvia de propuestas para invertir bajo el Régimen de Incentivos para Grandes Inversiones (RIGI). En todo caso es esperable que la cantidad de estas aumenten en los próximos años.
No se debe perder de vista que las empresas globales no necesariamente toman decisiones determinadas en lo favorable o no del contexto del país en el que operan, sino en su estrategia mundial de comercialización o de asignación de capital. Por ejemplo, Exxon, que operaba en Vaca Muerta, decidió vender sus áreas en la región para concentrar sus recursos en los yacimientos que posee en Guyana, donde ha logrado un importante descubrimiento.
También es importante saber que aún en los momentos de mayor inversión extranjera en la Argentina, siempre fue menor a las hechas por argentinos con dinero de argentinos. De hecho, la descapitalización del país tuvo menos que ver con la salida de inversores internacionales que con la fuga de capitales de los argentinos. Por eso, está mal decir que hay que “recuperar la confianza de los extranjeros”, ya que también los residentes locales la habían perdido. Eso no quiere decir que no sea importante recibir inversiones del exterior, porque eso permite incrementar aún más la producción, el empleo, el poder adquisitivo de los salarios y el bienestar de los residentes en la Argentina.
Por ejemplo, hay sectores que producen bienes que se pueden importar y lograron buenas ganancias gracias a protecciones que les permitieron cobrar más por igual o menor calidad de los que se conseguían en el exterior. Con la apertura económica en marcha deberán esforzarse e invertir para ser más competitivos y, en algunos casos, tendrán que reducir su producción. Quizás, dejen de ser un negocio interesante para grandes empresas globales, pero siga siendo bueno para empresarios locales de menor tamaño. Por otro lado, en un país que se empobrecía, el consumo de servicios se reducía, porque la proporción de los ingresos destinada a la canasta básica aumentaba. Así que hubo que reducir los gastos en aquello que era prescindible, por lo que la Argentina está subinvertida en ese sector. Es esperable que hacia allí se dirijan muchos capitales, en la medida que el poder adquisitivo de los argentinos crezca y puedan destinar más dinero a actividades que aporten más bienestar, antes inalcanzables. Entonces surgirán nuevas oportunidades para que empresarios locales e internacionales puedan desarrollar estos negocios y se verán llegar nuevas empresas del exterior. Una buena noticia: los servicios son grandes demandantes de trabajo, lo cual permitirá crear nuevos empleos que hoy no existen.
Aún restan reformas para recuperar plenamente la confianza de argentinos y extranjeros en el futuro de nuestro país. Hay que perseverar en el rumbo para ser un país normal en el que no preocupe que haya empresas que se vayan, quiebren o se achiquen. Esto es algo natural en un mundo que está en permanente cambio a la velocidad que hoy impone la innovación tecnológica. Lo que importa es que las empresas y los puestos de trabajo que se creen sean muchos más de los que se pierdan. El costo de evitar el cambio, para no pasar por los dolores del parto hacia más libertad y progreso para todos, es la decadencia y el empobrecimiento.