Hace dos meses, un grupo de ciudadanos de un territorio casi invisible irrumpió en el mapa diplomático con un pedido que pareció insólito: pedían que la Argentina los ayudara a independizarse de su país. Venían de Annobón, una isla africana diminuta, de tan solo 17 kilómetros cuadrados, que alguna vez fue parte del Virreinato del Río de la Plata. Un territorio que declaró su independencia de Guinea Ecuatorial en 2022 y busca -sin suerte, por ahora- reconocimiento internacional.
El reclamo fue formalizado con una carta enviada a la Cancillería y con la visita a Buenos Aires del líder annobonés Orlando Cartagena Lagar. Y vale la pena detenerse a escuchar las palabras de Cartagena Lagar, ya que todo lo que dice no tiene demasiada retórica diplomática; más bien, su tono exuda urgencia. Lo que pide, lo que repite en cada entrevista, es simple y brutal: ayuda. Porque, según dice, quedarse en Guinea Ecuatorial es imposible.
Detrás de ese grito hay dos rostros que lo resumen todo. El del dictador Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, el presidente que lleva más tiempo en el poder del mundo, y el de su hijo, Teodoro Nguema Obiang Mangue, alias “Teodorín”, que es vicepresidente, jefe de Defensa y heredero… Son el emblema de un poder que no rinde cuentas.
Teodorín -como lo llaman los medios del mundo- no es un político tradicional. Es, ante todo, un millonario excéntrico. Tiene mansiones en Malibú, París y Ciudad del Cabo. Y una fascinante colección de autos de lujo que exhibe con mucho orgullo en su cuenta de Instagram: Ferrari, Bugatti, Rolls Royce… Entre otras excentricidades, en 2010 compró, a través de una empresa constructora fantasma, por un valor de 494 mil dólares, el guante de cristales Swarosky que lució Michael Jackson en su mano derecha durante la gira de Bad y la campera roja que usó en el icónico video de Thriller.
Teodorín logró acumular un patrimonio monumental. Esa fortuna, sin embargo, no es invisiblemente impune. En 2017, en Francia, fue condenado por lavado de dinero: le confiscaron una mansión valuada en más de 100 millones de euros y una colección de autos que parecía un museo privado. En Suiza le incautaron otros 25 vehículos de alta gama. En Estados Unidos, el Departamento de Justicia le inició una causa por corrupción, que terminó con la entrega de bienes por un valor de 30 millones de dólares. Y en 2021, el Reino Unido le prohibió la entrada por “desviar fondos públicos a escala masiva”.
Pero no es suficiente: a pesar de todo, Teodorín sigue en su cargo. Y es, en los hechos, el próximo presidente.
La historia contemporánea de Guinea Ecuatorial
Guinea Ecuatorial fue una de las pocas colonias africanas bajo dominio español, y la última en independizarse. En 1968, tras presiones de la ONU, España organizó elecciones y entregó el mando a Francisco Macías Nguema, un funcionario colonial que prometía soberanía y modernización. Pero lo que llegó con él fue una pesadilla. Macías cerró el Parlamento, prohibió partidos políticos, instauró un culto a su persona y se declaró presidente vitalicio. Gobernó a través del terror: instituyó la pena de muerte, cerró escuelas, persiguió a religiosos y disidentes y transformó la isla de Annobón en una prisión sin rejas, donde enviaba a quienes “estorbaban” en el continente.
En apenas una década, miles de personas se vieron obligadas al exilio. Al mismo tiempo, el país era uno de los más pobres del mundo, sin moneda estable, sin servicios, sin instituciones.
El 3 de agosto de 1979, un joven teniente coronel llamado Teodoro Obiang Nguema Mbasogo derrocó a su propio tío. Lo arrestó, lo juzgó y lo mandó fusilar. Y se puso el traje de dictador.
Obiang desmanteló el partido único de Macías y fundó el suyo. Reformó la Constitución para poder reelegirse indefinidamente. Se aseguró el control del Ejército, de los tribunales y del petróleo. Y a lo largo de las décadas fue tejiendo un sistema cerrado, personalista, donde el poder no se comparte: se reparte entre parientes.
Hoy, Guinea Ecuatorial es uno de los regímenes más longevos del planeta. Obiang lleva más tiempo en el poder que lo que alguna vez duraron Gadafi o Pinochet. El 3 de agosto cumplió 46 años al frente de Guinea Ecuatorial.
Desde que asumió, a través de un golpe de Estado, ganó todas las elecciones con porcentajes de votos a favor inverosímiles: en una votación lo eligió el 97 por ciento del padrón…
No hay prensa libre. No hay justicia independiente. No hay oposición real. Quien intenta fundar un partido es acusado de traición. Quien convoca a una marcha puede terminar preso o muerto.
Las cárceles están llenas de opositores. La más temida es Black Beach, en la isla de Bioko, símbolo del castigo sin juicio.
En 1990, el descubrimiento de reservas de petróleo y gas natural disparó la economía del país. Guinea Ecuatorial borró su nombre de la lista de los más pobres del mundo y hoy tiene la renta per cápita más alta de África. Pero a pesar de los altos ingresos, Unicef destaca que más del 70 por ciento de la población vive en la pobreza, y más del 40 por ciento en pobreza extrema. La esperanza de vida es baja, se ubica alrededor de 55 años. Y la mortalidad infantil va en aumento. Hay una gran disparidad en la distribución de la riqueza, con altos funcionarios del gobierno acumulando fortunas personales.
Por que el Estado funciona como una empresa familiar. Obiang colocó a sus hermanos, cuñados y sobrinos en todos los cargos clave. Uno de ellos dirigió durante años la Seguridad Nacional. Y su hijo, Teodorín, es mucho más que una figura decorativa.
Desde 2016, Teodorín ocupa la vicepresidencia, con control directo sobre Defensa y Seguridad. Pero además, participa de operaciones de inteligencia, persigue opositores y exhibe sin pudor su rol como heredero. Su cuenta de X (ex Twitter) es menos glamorosa que la de Instagram. Allí comparte su agenda como vicepresidente de Guinea Ecuatorial, desgrana su odio contra España (donde la Justicia lo tiene en la mira) y participa de operaciones de inteligencia contra los opositores al régimen de su padre. A fines de 2023 Teodorín publicó un video, grabado con una cámara oculta en un hotel de París, donde se podía ver a un ex presidente de la Corte Suprema ecuatoguineana teniendo sexo con una mujer. El protagonista era (sigue siendo) principal testigo en una causa por torturas y desapariciones que se tramita en Madrid contra su hermano, Carmelo Ovono Obiang, conocido como Didi, secretario de Estado y máximo responsable de los atrocidades que se cometen en la prisión de Black Beach. La familia no solo gobierna: vigila, intimida y castiga.
Mientras Teodorín exhibe su vida de lujo entre yates, fiestas en Dubái y autos de colección, millones de guineanos sobreviven sin acceso a agua potable, educación ni salud. En islas como Annobón, el Estado prácticamente no existe. Los hospitales están vacíos. La electricidad es intermitente. No hay infraestructura ni inversión.
Según el Índice de Percepción de la Corrupción 2024 de Transparencia Internacional, Guinea Ecuatorial ocupa el puesto 173 de 180 países evaluados. Con apenas 13 puntos sobre 100, es uno de los Estados más corruptos del mundo. La calificación no sorprende: en un país donde la riqueza petrolera se concentra en una élite, donde no hay control sobre el uso de fondos públicos ni castigo por su desvío, la corrupción no es una anomalía, sino el sistema mismo. Además, según el informe Freedom in the World 2024 de Freedom House, Guinea Ecuatorial obtuvo una puntuación de 5 sobre 100, siendo clasificada como “No libre”. Las elecciones no son libres ni justas, y el poder se concentra en la familia del presidente.
Teodorín es el segundo hombre más rico del país. Solo su padre lo supera. Por eso, cuando Annobón pide irse, no está haciendo un gesto simbólico: está tratando de sobrevivir.
El pedido de apoyo a la Argentina no es un capricho ni un acto excéntrico. Es el intento desesperado de una comunidad pequeña, hispanoparlante, que alguna vez formó parte del mismo imperio y que hoy no encuentra otra forma de hacerse escuchar.