El motivo por el que no nos podemos sacar algunas canciones de la cabeza

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Cuando más se intenta evitar que una melodía se vuelva pegadiza, más nos infecta. El término inglés earworm procede de un artículo escrito en alemán que utilizaba la palabra ohrwurm. Ambos términos en castellano significan gusano de oído o gusano auditivo, aunque suele traducirse como “gusano musical”.

Podría definirse como una experiencia involuntaria en la que una melodía se repite en bucle en la mente en ausencia de estimulación sensorial externa. Como si hubiera una radio en el fondo de la cabeza y estuviera sonando la misma parte de una canción todo el rato, incluso durante varios días.

Al estudiar el earworm (mediante escalas en autoinforme) se descubrió que es extremadamente común. Se estima que entre el 72 % y el 92 % de la población experimenta gusanos musicales con regularidad. En concreto, el 90 % de las personas tienen al menos un episodio a la semana, pero solo un 26 % los experimenta varias veces al día.

Es un fenómeno común que afecta a la mayoría de las personas en algún momento, especialmente cuando el cerebro está en reposo o realizando tareas automáticas, como caminar o ducharse (Foto de carácter ilustrativo: Freepik)

Gusano musical

¿Y qué facilita el comienzo de un gusano musical? Las canciones rápidas, con melodías genéricas y con patrones de intervalos inusuales. Y, sobre todo, que sean familiares y fáciles de cantar.

En esta misma línea, entre 2010 y 2013 se elaboró una lista de canciones proclives a generar gusanos musicales (la encabeza Bad Romance de Lady Gaga). Este año (2025), la canción “Esa Diva” de Melody también podría actuar como un earworm.

A su vez, depende del estado mental de la persona y su interacción con otros elementos extramusicales. En este sentido, se describieron características que aumentan la probabilidad de generar un bucle:

  • Exposición a la música: canciones escuchadas recientemente y repetidas en televisión, radio… Dedicarse a la música profesionalmente también es un factor relevante.
  • Desencadenantes de memoria: las asociaciones (una persona, una palabra, un ritmo o un lugar pueden activar una canción asociada), los recuerdos personales y la anticipación (como pensar en un concierto futuro).
  • Estados afectivos: un sentimiento, una condición anímica (estrés) o una emoción concreta pueden provocar que una melodía en sintonía con estos estados se convierta en un gusano musical.
  • Baja atención: cuando divagamos en nuestros propios pensamientos sin prestar atención al exterior (estar en “piloto automático”).

Estas melodías suelen ser pegajosas, con ritmos simples y repetitivos que facilitan su retención en la memoria (Foto de carácter ilustrativo: Freepik)

No hay una receta fija para que surja un earworm. Su aparición depende de una mezcla de varios factores, por lo que cualquier melodía puede quedarse atrapada “en bucle” en la mente.

¿Qué pasa con la memoria?

Precisamente, es el “bucle fonológico”, una parte de la memoria de trabajo, el que sustenta los earworms. Si se dan las circunstancias diseccionadas previamente, el fragmento de una canción puede atascarse en este sistema que repite información del habla. Aquí participan los lóbulos temporal y frontal.

Además, parece más probable que una melodía se quede pegada en la cabeza si se escucha parcialmente que si se escucha entera. Esto respalda el efecto Zeigarnik: las personas somos más propensas a recordar una tarea inacabada que una completa, lo que implica tener “asuntos pendientes” en bucle en la memoria. Y existen referencias a estos bucles musicales desde hace tiempo.

Las larvas permanecen en la historia

Los primeros registros históricos del earworm se remontan al siglo XVIII, al manuscrito más antiguo de música para gaita (escrito entre 1733 y 1738). También se encontraron menciones en Northumbrian Minstrelsy, un libro de canciones populares escocesas. Y en 1876, Mark Twain escribió un relato sobre este fenómeno.

Más recientemente, el neurólogo Oliver Sacks dedicó el quinto capítulo de su libro Musicofilia al earworm, pero él lo llamaba gusano cerebral (localizándolo en el cerebro en lugar de en el oído). “Es posible que los gusanos cerebrales surjan de una adaptación que resultó crucial en épocas primitivas donde el humano viajaba: reproducir sonidos de animales y otros sonidos importantes una y otra vez, hasta que el reconocimiento quedaba asegurado”, se detalla en el artículo.

Los earworms estarían relacionados con los mecanismos de la memoria musical y la forma en que el cerebro procesa y almacena la música (Foto de carácter ilustrativo: Freepik)

Una metamorfosis hacia lo patológico

Aunque pudieran surgir con un valor adaptativo, el carácter involuntario del gusano musical lo puede volver problemático. A veces se vive como una experiencia neutra o agradable, pero un tercio de las personas califican la experiencia como intrusiva.

Además, se vio que aumentan de frecuencia al sufrir ansiedad (también se valoró en TOC, aunque sin resultados concluyentes) y resultan más persistentes e intrusivos al tener rasgos esquizotípicos. También se documentaron al menos cinco casos de earworms crónicos.

Cómo fumigar y exterminar al parásito

No estoy seguro de si Kylie Minogue dedicó en 2001 su canción “Can’t get you out of my head” (“No puedo sacarte de mi cabeza”, en español) a estos bucles. Pero existen soluciones para Kylie, y para cualquier persona que no tenga un caso crónico de estos gusanos:

  • Cantarla entera: parece solucionar el efecto Zeigarnik, aunque hay controversias.
  • Ocupar su mente con tareas exigentes, especialmente verbales: elimina el “piloto automático”.
  • Regular su estado afectivo: desvincula el nexo del earworm con sus sentimientos o emociones.
  • Guardar silencio masticando chicle: anula la planificación motora subvocal del bucle fonológico (o sea, impide canturrearla).
  • Escuchar otra canción: genera interferencias en la memoria.

Y, finalmente, nunca evitar el earworm. La teoría del control mental irónico afirma que no podrá dejar de pensar en un gusano musical aunque se esfuerce.

Por Jorge Romero-Castillo, profesor de Psicobiología e investigador en Neurociencia Cognitiva, Universidad de Málaga

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