Se cumplen 50 años desde que el grupo Queen estrenara su monumental obra “Rapsodia bohemia”, como parte de un álbum igualmente maravilloso como fue Una noche en la ópera. Y también 50 años desde que Marcelo Arce empezara una carrera en la difusión de la música frente a audiencias que han alcanzado niveles increíbles para este tipo de actividad. De hecho, son muchos quienes se han subido a escenarios para hablar de música y de músicos, pero no existen otros casos, en nuestro país al menos, que hayan logrado semejante popularidad. Y para festejar estos dos acontecimientos, presentará un espectáculo que bautizó De Queen a Barcelona el próximo lunes 11 de agosto, a las 20, en el teatro Astral, en pleno centro porteño.
“En tantos años de hacer este tipo de shows” -dice Arce apenas comenzada la charla con LA NACION-, “he ido aprendiendo a ser a la vez profundo sin dejar a nadie afuera, explicando todo, pero sin excluir a quienes no manejan la teoría musical. Yo podría usar términos técnicos porque hablo de cosas que tienen que ver con la música y porque conozco ese lenguaje, pero si hago eso dejo afuera a muchas personas que no tienen esa formación. A mí siempre me gusta dejar muy claro que mis espectáculos son para todo el mundo y que no hace falta estar formado o informado para comprender lo que yo digo”.
-Freddie Mercury es alguien que ha estado muchas veces en sus espectáculos. ¿Qué significa este artista mirado en la historia de la música?
-Mercury, visto desde hoy, y creo que eso perdurará mucho más tiempo, es la figura de un gran compositor, además de haber sido un gran cantor. En ese sentido, déjeme hacer una aclaración que siempre repito respecto de la diferencia que hay entre un cantante y un cantor, por su formación, su modo de interpretar, su impostación vocal, etc. Y esto no tiene nada de peyorativo porque un gran cantor es también Frank Sinatra, por nombrar a alguno. Volviendo a Freddy Mercury, es bueno recordar que ha sido declarado la mejor voz de la música popular, así como la mejor voz femenina de la música clásica fue, obviamente, Maria Callas. O como Martha Argerich fue nombrada la mejor pianista.
-Volvamos a la pregunta entonces…
-Sí, vuelvo a la pregunta. En Mercury siempre encuentro una vuelta nueva. Y yo mismo, cuando repaso los Mercury que he hecho a lo largo de los años, veo que en cada uno hay algo nuevo, una arista nueva; y cada vez brilla más, hablando del cantor. Se ve en eso que él llama “eco” y yo llamo “improvisación”, que es eso que escuchamos y vimos, por ejemplo, en el famoso recital del año 85 en Wembley. Ahí hace una improvisación y un vocalise. Mercury hace algo que ya hacía Farinelli y que tomaron muchos cantantes líricos, que es ese recurso de hacer golpear la voz como haciéndola rebotar, porque eso le permite al vocalista encontrar tu índice acústico.
Pero si bien el Mercury cantor es algo maravilloso, el compositor es aún mayor. ¿Cómo se escuchan las obras? Por el género, por la forma y por el estilo. Y en su caso, podemos hablar de esto tanto cuando hace una balada instrumental o cuando compone “El sueño” para cantar junto a Montserrat Caballé. Fue en compositor increíble.
-Hago la misma pregunta respecto de “Rapsodia bohemia”. ¿Cómo ha atravesado esta obra sus 50 años de existencia?
-Es que esa gran obra, justamente, es el ejemplo más acabado del Mercury compositor. Porque si bien es producto de su misma genialidad, es una construcción muy distinta al resto de su trabajo. Es un producto personalísimo. Y no solamente esa pieza sino todo el álbum que él arma, Una noche en la ópera. Yo digo que toda casa decente debe tenerlo en su discoteca. En realidad, es una suite (es decir una serie de piezas, en este caso, descriptivas), cuyos 12 números incluyen solo 4 composiciones de Freddie y el resto de May, Taylor y Deacon, aunque obviamente trabajan e interactúan como grupo. Pero recordemos entonces lo que le costó a Mercury imponer la edición de “Rapsodia bohemia” porque la consideraban una obra complicada para el público y, por tanto, poco comercial.
-¿Entonces?
-El álbum fue impulsado por la furia de Mercury, pues estaban en bancarrota: comían en casa de los padres. Y por eso, inicia con la canción “Muerte en Dos Piernas” que es como una carta de odio hacia el que era su manager, Norman Sheffield, que los maltrató y les robaba sus ganancias. La suite llega al clímax, por supuesto, en el número 11, “Bohemian Rhapsody”, obra maestra que define su estilo. Insisto en aclarar que no es canción, que es otra de las maravillosas formas de la música, sino obra. Es forma rapsodia. Es una forma que utilizó Václav Tomásek con sus “15 Rapsodias” en 1810, aunque quien le dio la estructura y el sentido definitivo fue Franz Liszt, en 1846, con sus “19 Rapsodias Húngaras” para piano.
Por todo esto que digo, aunque pueda tener algunos elementos que pongan a Mercury y a Queen dentro de un movimiento o como producto de su época, es mucho más el resultado de algo personalísimo en el que convergen distintos afluentes del rock pasado más todos estos otros recursos que le menciono. Y me atrevo a decir que hay un antes y un después de “Rapsodia bohemia”. No podemos calificarla como una obra puramente de rock. Es un producto universalista porque abarca muchas cosas que aparentemente provienen de lugares muy diferentes.
-Usted hace referencia a cierto rechazo de la industria por estas obras de mayor desarrollo dentro de la música popular. Sin embargo, estas obras fueron posibles precisamente por un hecho ligado a la industria como fue la aparición de disco de larga duración.
-Así es. Parece una suerte de paradoja. Se había logrado un nuevo formato de edición musical que era el álbum que permitía más minutos. Y muchos grupos y artistas aprovecharon eso. Podemos nombrar a Led Zeppelin, a Emerson, Lake & Palmer con los Cuadros de una exposición, etc. Pero hay muchos ejemplos, aunque déjeme insistir con lo personalísimo de esta gran Rapsodia.
-¿Cómo es su relación con el mundo de la música y de sus colegas difusores y críticos respecto del trabajo que usted hace?
-Cuando empecé con esto de hacer converger en mis espectáculos lo clásico y lo popular, muchos de los críticos y colegas me miraron mal. Pero también atrajo a mucho público que en un mismo ciclo de abono de los que he hecho, podían escuchar sobre distintas músicas y ver cuántos puntos de coincidencia hay muchas veces. Quienes se niegan a verlo se lo pierden. Porque quién puede negar a un Piazzolla, a un Bono, a un Sinatra, a un Gardel, a un Yupanqui.
Y porque yo estudio muy seriamente cómo se cruzan todos elementos, de dónde proviene cada cosa, qué relaciones hay, es que edito, produzco todo con cuidado. No es que simplemente escuchamos la obra y digo algunas cosas sobre eso.
-Pasado tanto tiempo, ¿esos prejuicios siguen vigentes?
-Noto que, en Europa, algo que puedo comprobar por mis viajes, está más liberado el público y el ambiente musical. En las programaciones oficiales conviven las músicas con más normalidad. Nuestro público todavía está muy dividido entre clásicos y populares. Con los colegas, también pasa con muchos. Se encasillan y no quieren tener nada que ver con lo popular, aun cuando los conocen. Lo que no quieren es que se mezclen. Y lo que no terminan de comprender es que se han mezclado siempre a lo largo de la historia.
-¿Tuvo la posibilidad de presenciar el concierto que hizo Queen, “Rapsodia bohemia” incluida, en la cancha de Vélez en 1981?
-Sí, estuve ahí. Eran tiempos duros en la Argentina en la que no sabíamos todo como supimos después, esa cosa macabra que estaba pasando. Tampoco yo tenía la plena conciencia que tengo hoy de lo que significaba todo eso artísticamente. Pero lo que sí sentí en el corazón y en el alma fue una especie de explosión, de respiro y de una libertad que, ahí me di cuenta, había estado reprimida desde el año 76. Y hay una curiosidad: aquí en la Argentina, Mercury cambió su look a partir de un corte que le hizo Miguelito Romano en el hotel Sheraton y que sería su aspecto por el resto de su vida.
-¿Cómo será esta nueva presentación de la obra para el público del Astral?
-Voy a volver a presentar “Rapsodia bohemia” como lo hice la primera vez en aquel ciclo que le mencionaba de “Clásico y popular”. Fue el producto de una investigación de casi cuatro años. La vida de Mercury en lo que hoy es Tanzania y cómo cada cosa que describe en la obra tiene algo que ver con su propia biografía, más todas las referencias o las citas que utilizó para esa obra. No era una star que no quería relacionarse con el público, pero era hipertímido. Y todo se expresaba en su obra.
-Digamos, que se va a desgranar la obra…
-Claro, hablaremos de la forma de la rapsodia y todo lo que pasa adentro. Por qué dice “mama mia, mama mia”, por qué su falsete, por qué lo de “fandango”, o su invocación a Dios. Todo tiene un porqué y esto está contenido en mi show. Porque todo parece una locura y hasta Brian May desconocía alguna de esas cosas en ese momento. Todo está unido a un criterio muy bien armado, donde se mezclan fantasía y realidad. Tengo los 16 canales por separado en cinta abierta, tal como se grabó en varios estudios distintos, y eso me permite mostrar la construcción de la obra. Cómo tenía Mercury toda la obra, pensada verticalmente, completa en su cabeza. Y como siempre repito y le decía al principio, todo tiene que estar armado para quienes no saben teoría de la música.
-¿Va a haber alguna sorpresa?
-Hay un momento de enorme potencia y emoción para mí. Y lo ejemplificaré fácilmente. Sucede que encontré un enlace. En el poema sinfónico “Los Preludios” de Liszt, hay tres acordes que están a punto de cerrar la partitura, a punto de explotar. Y se pegan, concluyen, explotan con los del clímax de la “Rapsodia…”. No se puede creer porque los acordes de Liszt y de Mercury están describiendo lo mismo.