Si hay algo que sobra peligrosamente en este mundo son los residuos plásticos, capaces de degradarse y diseminarse sin freno.
La producción de residuos plásticos se ha duplicado en solo dos décadas, superando los 350 millones de toneladas. El Foro Económico Mundial reportó que descartamos 57 millones de toneladas de basura plástica al año, 11 millones de las cuales van a parar a los océanos, con su angustiosa carga de sustancias químicas sumamente perjudiciales para la salud. Ha llegado ya a nuestros órganos en forma de microplásticos, con indicios comprobados de que incluso pueden provocar daños en nuestro ADN.
Los expertos señalan la grave falta de gerenciamiento de residuos plásticos en el mundo. Se trata de entre 80 y 120 billones de dólares que se pierden al no ser reintroducidos en el sistema económico. Los residuos plásticos mal gestionados podrían duplicarse de aquí a 2050.
Mientras investigaciones como las que se llevaron a cabo en Japón, que condujeron a diseñar un tipo de plástico que se disuelve en agua salada avanzan, deberían redoblarse los apoyos para el desarrollo de tecnologías que contribuyan a la sustentabilidad.
Varios emprendimientos apuntan a reciclar tanto desperdicio favoreciendo su monetización. Nada que pueda reciclarse debería ir a la basura común. Comunidades pobres de distintos lugares del mundo pueden también beneficiarse con estas iniciativas que crean oportunidades económicas.
La situación en los países menos desarrollados es más preocupante por cuanto la recolección es informal o bien inexistente. La Cámara Argentina de la Industria de Reciclados Plásticos (Cairplas) denuncia una grave situación: la carencia de demanda de material reciclado. Sobra el plástico y sobra la capacidad recicladora que actualmente tiene ya un 50% de capacidad ociosa. De poco sirve que estén en condiciones de producir una calidad de materiales al nivel de los polímeros vírgenes y una diversidad superior a la que demanda el mercado. Lamentablemente, los volúmenes de plásticos reciclados que crecieron en las últimas dos décadas hasta llegar a las 320.000 toneladas en 2022, han descendido dramáticamente por falta de demanda.
Los efectos de esta realidad obturan los beneficios del triple impacto –ambiental, económico y social– al interrumpir la virtuosa cadena de economía circular. Por lo tanto, se pasa a consumir más energía para producir más, se emiten más gases de efecto invernadero, se deben importar más polímeros y se exportan menos reciclados. Se demanda menos mano de obra, como la de recuperadores urbanos, entre otros, e inevitablemente mayor cantidad de residuos terminarán en basurales, como relleno sanitario o directamente en ríos y mares.
Si la industria no demanda productos de plástico reciclado, el círculo se corta. Falta conciencia sobre la gravedad de lo señalado y en esto el Estado ocupa un papel fundamental. Una vez más, educar es imprescindible para que no solo todos contribuyamos a la clasificación de residuos, sino para que también asumamos conductas que no perjudiquen el ambiente, por ejemplo, abandonando la utilización de plásticos de un solo uso y legislando en consecuencia. Debemos también aumentar nuestros consumos de productos reciclables y confeccionados con materiales reciclados. Así no solo cuidaremos el planeta sino que también promoveremos el crecimiento sustentable de la industria recicladora para restablecer el círculo virtuoso del que todos formamos parte. Sin reciclado no hay economía circular.