Hay bares con historia, y hay bares que son historia. En una esquina tranquila del barrio de Santa Rita sobrevive —y florece— Don Juan, un bar notable que lleva más de cien años siendo parte del paisaje emocional de Buenos Aires. A simple vista, puede parecer uno más: mesas en la vereda, una pizarra con menú del día, un nombre que remite a otra época. Pero basta cruzar la puerta para entender que este lugar es otra cosa. Acá hay un legado que sigue con vida.
Don Juan no fue solo el nombre elegido para el bar: fue una persona real, el bisabuelo de Daniela Barral —la actual anfitriona del lugar—, que vivía con su familia en la planta alta y, allá por 1920, decidió abrir una pequeña cafetería en la planta baja. A las seis de la mañana ya estaba atendiendo vecinos. Vendía café, fiambre, platos caseros. Pero también ofrecía algo mucho más raro por entonces: un teléfono público. Eso solo bastó para convertirlo en un punto de encuentro.
“Muchos recuerdan haber tenido su primera cita acá. Otros venían a llamar a sus padres, a sus novias, a sus amigos. El teléfono era como el corazón del barrio”, cuenta Daniela, y uno puede imaginar esa escena, casi cinematográfica, de una abuela sirviendo café mientras alguien habla por teléfono y los chicos juegan en la vereda.
El salón de los abuelos y otras historias invisibles
Hay un rincón que no todos conocen. Se llama “el salón de los abuelos”, un espacio reservado y silencioso, al que solo accede quien sabe que está ahí. Como una habitación secreta dentro de una casa familiar. Se festejan cumpleaños, se celebran reencuentros, se improvisan sobremesas largas. “La gente dice que se siente como en su casa, pero en otro lugar”, dice Daniela. Y no es una frase hecha. Porque Don Juan es eso: un refugio emocional, un bodegón que abraza.
Las sillas Thonet originales, los pisos de granito, la vieja fiambrera, la cafetera de época. Todo está ahí. Lejos de una pretensión de museo: una escena viva, vibrante. Hoy, al lado de esa historia centenaria, conviven vermuts artesanales (el Rosso, el Rosato y el Vigneto son marca registrada), tragos de autor, cerveza artesanal y una carta que mezcla lo tradicional con lo fresco: sándwiches de jamón crudo y queso, milanesas con papas, platos bien argentos. Afuera, el logo renovado. Adentro, la memoria intacta.
Una familia, cuatro generaciones y un solo nombre
Desde Don Juan bisabuelo hasta hoy, el bar nunca salió de manos de la familia. Teresa —hija del fundador— lo continuó junto a su esposo Alejandro. Después, sus hijas Paola, Ana y Elvira. Y hoy son los bisnietos y los amigos de toda la vida quienes lo llevan adelante.
“Don Juan es nuestra vida entera. No es un trabajo, es un hogar”, dice Daniela. El único mandato inquebrantable fue siempre el mismo: no cambiarle el nombre. Ni siquiera cuando se modernizó la carta, ni cuando llegaron las redes, ni cuando las productoras comenzaron a usarlo como locación para películas, series y publicidades. El nombre sigue ahí. Como un ancla. Como un gesto de respeto.
Una calidez que no se puede postear
En un mundo donde todo se comparte, hay cosas que no entran en una historia de Instagram. La calidez es una de ellas. En Don Juan se percibe algo que no se puede fingir: el clima humano, el trabajo en equipo, el buen humor entre compañeros, la sensación de que todo fluye sin tensión.
“Eso se transmite”, dice Daniela. Y se nota. Porque la gente viene por la comida o por la estética de bodegón remozado, pero también porque se siente bien, porque disfruta, porque recomienda. El boca en boca, dice, es lo que más funciona. Y lo más gratificante.
Domingos al mediodía, noches de semana con amigos, feriados patrios con mesas largas y risas compartidas. La primavera en la vereda, donde el sol acaricia las copas de vino y los sándwiches llegan con pan crocante y servilletas que vuelan.
La escena final
Si Don Juan fuera una película, la escena final no sería un cierre. Sería un plano fijo de una familia celebrando, una abuela sirviendo café, un niño corriendo por la vereda y alguien llamando a alguien desde un teléfono público. Sería un recuerdo.
O mejor dicho, un recuerdo que se sigue construyendo todos los días.
Porque Don Juan —el bar, la persona, la historia— sigue ahí, esperando a los que llegan por primera vez, a los que vuelven y a los que, sin saberlo, ya forman parte del guion.
Datos útiles
Camarones 2702
IG: @donjuan_elbar
Abre de martes a jueves, desde las 18 hasta la medianoche; viernes y sábado, de 18 a 01; domingos, de 12 a 00. Feriados, todo el día.