Lejos del bullicio de las grandes urbes y del turismo de escaparate, existe una España que preserva sus raíces mientras avanza hacia el futuro. Una España donde las tradiciones conviven con la arquitectura más innovadora y donde cada paso revela un equilibrio entre identidad y modernidad. Ese es el caso de Bilbao, una ciudad que ha logrado lo que pocas: reinventarse sin perder su esencia.
Ubicada en el norte del país, a orillas de la ría del Nervión, Bilbao ha pasado de ser un centro industrial marcado por el acero y la construcción naval a convertirse en una capital cultural de proyección internacional. Este proceso de transformación, llevado a cabo en las últimas décadas, ha despertado el interés de arquitectos, urbanistas, artistas y viajeros que encuentran en ella una mezcla única de historia y vanguardia.
Para comenzar a conocer la verdadera alma de Bilbao es el Casco Viejo, se encuentra el núcleo histórico de la ciudad. Conocido también como “las Siete Calles”, este entramado de callejuelas adoquinadas es un viaje sensorial: el aroma a pan recién horneado y café tostado se mezcla con el bullicio de los mercados y la conversación en euskera que aún sobrevive entre los más jóvenes.
En este entorno, la Plaza Nueva se convierte en un punto de encuentro natural. Rodeada de soportales, es escenario de mercados dominicales, tertulias vespertinas y citas gastronómicas. A pocos pasos, la Catedral de Santiago recuerda que Bilbao también forma parte del Camino de Santiago del Norte, recibiendo cada año a peregrinos de todo el mundo.
Cada rincón del Casco Viejo ofrece una imagen viva del pasado: balcones de hierro forjado, fachadas coloridas, talleres artesanales y bares de pintxos donde la gastronomía vasca se expresa con creatividad.
La ciudad del titanio y el arte
Sin alejarse demasiado del centro histórico, la ría actúa como eje vertebrador de la modernización bilbaína. El símbolo más visible de esta transformación es el Museo Guggenheim, diseñado por Frank Gehry. Esta estructura de titanio y curvas imposibles no solo alberga obras de arte moderno y contemporáneo de renombre internacional, sino que es, en sí misma, una obra maestra.
A su lado, el Puente Zubizuri, obra de Santiago Calatrava, ofrece una vista panorámica del entorno y conecta con áreas regeneradas que en su día fueron industriales. Ahora, estos espacios son plazas, jardines y centros culturales que integran la vida urbana con el arte y el diseño.
La apuesta por la cultura también se refleja en espacios como el Mercado de la Ribera, uno de los más grandes de Europa, donde conviven pescados frescos, quesos vascos y dulces tradicionales, y en el Museo de Bellas Artes, que ofrece entrada gratuita y un recorrido por siglos de historia artística.
El Azkuna Zentroa, antiguo almacén de vinos transformado en centro cultural por Philippe Starck, reúne cine, exposiciones, conferencias e incluso una piscina suspendida con fondo de cristal. Y para quienes buscan una vista privilegiada de la ciudad, el funicular de Artxanda lleva hasta un mirador desde donde se puede apreciar la ría, los tejados rojos, las colinas verdes y el cercano océano Atlántico.
Más allá del centro de la ciudad
Fuera del núcleo urbano, el Puente de Vizcaya —declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO— sigue en funcionamiento como puente transbordador, testimonio de la ingeniería industrial del siglo XIX. En la cima de la ciudad, la Basílica de Begoña se mantiene como uno de los lugares de culto más queridos por los bilbaínos.
Y más allá, la costa vasca se presenta como una extensión natural del espíritu de la ciudad: acantilados abruptos, playas escondidas y pueblos pesqueros donde la tradición marinera sigue viva, junto con sabores únicos como el marmitako.