LA PLATA.- Dentro del Club Atenas, los militantes libertarios cantaron, una y otra vez, “la casta tiene miedo”. Lo hicieron cada vez que el presidente Javier Milei sostuvo que pasará la “motosierra” también por la provincia de Buenos Aires. Pero antes, en las inmediaciones, las agrupaciones que llegaron a La Plata apelaron a viejas prácticas del proselitismo bonaerense: la más visible fue el desfile de micros que llegaron desde el conurbano.
Dentro del club, el sonido de los bombos y trompetas retumba en las paredes e invita a los transeúntes a sumarse a la velada. Son alrededor de las 19 y el Presidente ya está camino a la capital provincial para encabezar el lanzamiento de campaña para los comicios bonaerenses del 7 de septiembre.
La militancia lo espera ansiosa. Desde antes de las 17, horario al que estaba convocado el acto, agitaban sus banderas y arengaban eufóricos a un Presidente al que ven como su “esperanza”. Esperanza de construir un país diferente, de “hacer las cosas bien”.
Así lo explica un joven de 17 años que se acercó esta tarde a acompañar a Milei. Viene con la columna de La Libertad Avanza de Berazategui. Arropados con camperas y accesorios violetas para repararse del frío y ayudar a “teñir de violeta” las calles de la provincia. Ese es su objetivo, para acabar con la vieja política de la que quieren desligarse, aunque algunos rasgos mantengan resabios de las prácticas de aquel sector.
A pocos metros de donde concentra la columna de Berazategui, un colectivo de la línea 365 frena. Las puertas se abren y un grupo de militantes desciende entre cánticos contra la casta e instrucciones para ordenarse. Llevan banderas enrolladas y un espíritu inquebrantable de apoyo al “león” de la Casa Rosada.
El colectivo se vacía y aguarda en doble fila. No seguirá su recorrido habitual. Su tarea -según relata un chofer a LA NACION– es trasladar a los militantes violetas desde Adrogué, su ciudad de origen hasta la capital provincial. Como los micros escolares que alguna vez repudió el Presidente.
“Es por seguridad”
Los militantes se forman para pasar el primer control. No saben, aún, que probablemente deban dejar parte de sus pertenencias en la entrada. Tampoco lo sabe Laura, militante de 56 años, que se prepara para que revisen su bolsa. El equipo de seguridad no permite el ingreso de encendedores, ni auriculares ni cargadores. Tampoco perfumes o botellas de otro material que no sea plástico. “Es por seguridad”, aclaran en el vallado en relación al protocolo que también alcanza a menores de edad escolar.
Son tres los niños ilusionados que se acercan al vallado. Salen del colegio y esperan ver al líder de La Libertad Avanza. Acompañados de su madre, enfrentan una primera negativa. “No tenemos tijeras”, dicen cuando les aclaran que no pueden entrar con útiles escolares. Pero las lapiceras y lápices también son un obstáculo para que disfruten del show y deben retirarse.
No son los únicos. Aquellos que no tienen dónde guardar sus objetos personales ni se resignan a abandonarlos antes de cruzar el vallado, se retiran sin oir a los dirigentes que los representarán en las urnas el 7 de septiembre. No logran saldar la distancia que -muchos denunciaron en los últimos años- separa a la ciudadanía de la política.
Otros, convencidos de que su misión es acompañar al Presidente para que el kirchnerismo no vuelva “nunca más”, se deshacen de sus pertenencias con la confianza de que podrán recuperarlos al término del acto. No son pocos los que, cerca de las 20.30 y tras escuchar a su líder, se acercan al vallado para hacerse con sus pertenencias nuevamente. El respeto a la “propiedad privada” es, sin embargo, una promesa difícil de cumplir: quienes se encargan del reparto deben confiar en la honestidad de quienes se asoman entre las rejas grises y reclaman como suyos objetos tan diversos como un desodorante en aerosol y un termo de reconocida marca.
“Nunca vi algo así”, reconoce una militante que señala la maraña de cables y cargadores que hay en el suelo. Su marido también mira incrédulo la escena y recuerda que este vallado era solo la antesala de otro control con escáneres. Y a medida que la gente empieza a agolparse alrededor del botín de la noche, empiezan a surgir las primeras críticas: “¡No está nada de lo que dejé!”, se queja una mujer que se va con las manos vacías: “Ya fue, que se lo metan donde quieran”. Después de todo, su objetivo de la jornada -apoyar a Milei- está cumplido.