Una ética todavía posible

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Toda época tiene sus exégetas. Autoproclamados o ungidos por la academia, lúcidos o extraviados, audaces Virgilios que acometen el desafío de echar luz y guiar a sus contemporáneos entre las tinieblas del puro presente, con fortuna desigual. Muchos caen en el olvido pasada la moda. A otros en cambio se los recuerda porque han acuñado moneda más o menos valiosa. Veamos algunos del siglo XX: Gianni Vattimo y la noción de pensiero debole para caracterizar las filosofías que despuntaban con la posmodernidad; la deconstrucción de Derrida (abusada hasta el ridículo por la cultura woke); los “no-lugares” que popularizó Marc Augé y hoy cualquiera reconoce en aeropuertos, centros comerciales y otros espacios de tránsito; el fallido “fin de la Historia” de Fukuyama, la Tercera Vía –acaso efímera– de Anthony Giddens. Y entre ellos, hoy un poco olvidado, el talismán de Zygmunt Bauman para explicar las nuevas formas de vincularnos y actuar en sociedad que trajeron los años 90 y los 2000: sus preciados “líquidos”, fijados (con un cierto exceso editorial, todo hay que decirlo) en los títulos de una obra consagrada a comprender su propio tiempo: Modernidad líquida, Amor líquido, Tiempos líquidos, Vida líquida, Vigilancia líquida, y así entre tantos otros valiosos fluidos ensayísticos. Pero más allá de la broma banal, Bauman ha dejado un verdadero tesoro.

En noviembre de 2025 habría cumplido cien años (murió en 2017); y transcurrido ya el primer cuarto de este siglo XXI se puede apreciar cabalmente la sagacidad con la que el gran sociólogo polaco fue tejiendo, en tiempo real, el tapiz que muestra el rostro de una sociedad nueva, donde categorías y valores tradicionales iban perdiendo su capacidad para regir y comprender las conductas humanas; donde todo lo que había gozado de una solidez monolítica e indiscutible (fe, dogmas, leyes, preceptos) empezaba a desmoronarse.

Preocupaba al autor, especialmente, la posibilidad de una ética en esa era de novedades e incertidumbres. Criatura y súbdito de dioses, el hombre premoderno avanzaba guiado por mandatos religiosos; la modernidad occidental lo reubicó en el centro del mundo y lo llevó a buscar un conjunto de normas adecuado a una flamante autonomía. Pero, ¿qué ocurriría en la naciente posmodernidad, que parecía reducir el ser humano a la función de consumidor? Un libro suyo, de 1993, aborda esta problemática. Título y subtítulo en castellano son elocuentes: Ética posmoderna. En busca de una moralidad en el mundo contemporáneo. Allí Bauman observa con agudeza, entre otras, dos cuestiones fundamentales que acaso hoy parezcan evidentes, pero que entonces estaban en plena forja. Por un lado, que la “agenda moral” del momento “abunda en temas que los estudiosos de temas éticos del pasado apenas tocaron, con razón, ya que entonces no se articulaban como parte de la experiencia humana”; por ejemplo, todos los derivados de los nuevos modos de formar pareja, familia, o vivir la sexualidad. También “la gran cantidad de ‘tradiciones’, algunas que sobreviven contra todo lo esperado, y otras que han resucitado o se han inventado, que se disputan la lealtad de los individuos y reclaman autoridad para guiar la conducta individual, aun sin esperanzas de establecer una jerarquía comúnmente acordada de normas y valores que salvaría a sus destinatarios de la molesta tarea de hacer sus propias elecciones”.

Por otro lado, que “el ‘camino correcto’, antes único e indivisible, comienza a dividirse en ‘razonable desde el punto de vista económico’, ‘estéticamente agradable’, ‘moralmente adecuado’. Las acciones pueden ser correctas, en un sentido, y equivocadas en otro. ¿Qué acción debería medirse conforme a un criterio determinado? Y si se aplican diversos criterios, ¿cuál debería tener prioridad?”

A Bauman lo preocupaban estas cuestiones porque se oponía a la actitud acrítica (o, peor, celebratoria) de los pensadores que jaleaban la “debacle de lo ético”, la consiguiente “liberación” de las cadenas que imponía la modernidad y el advenimiento de una “vida social absuelta de preocupaciones morales”. Contra el “minimalismo” moral, argumentaba: “Si el ‘es’ puro ya no se guía por un ‘debería ser’, si la interacción social está desvinculada de obligaciones y deberes, entonces la tarea del sociólogo es buscar cómo se ha ‘destituido’ la norma moral del arsenal de armas antes desplegadas por la sociedad en su lucha por la autorreproducción”. La razón es muy sencilla. Bauman la atribuye al recto obrar de un sociólogo que cultiva el pensamiento crítico pero, a cien años de su nacimiento, vale como legado para poner en práctica aquí y ahora: rehusarse a aceptar “que algo está bien solamente porque existe”.

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