La parte mala de este viaje tiene que ver, paradójicamente, con lo mejor que tiene para ofrecer. A las 6 de la mañana hay que estar levantado, vestido y peinado para salir en un safari para un máximo de seis personas, dispuesto a ver, por ejemplo, un león en ayunas. En ayunas nosotros; el león, todo lo contrario. Estaba pipón, retozando después de haberse manducado una gacela, un kudú, o algún otro bicho lo suficientemente grande para que la panza se le viera hinchada y se le notara que eso que se había tragado aún no había sido digerido. Mientras pensaba en la boa de El Principito, y trataba de adivinar qué era lo que tenía su vientre henchido, nuestro “ranger” (guardafaunas) Patrick nos explicó que los leones no comen todos los días, sino “cuando pueden”. Salir de caza no es garantía de éxito, y el fracaso de una empresa así implica quedarse con hambre. Por eso, cuando logran una presa, ingieren muchos kilos todos juntos, y su cuerpo es capaz de administrar ese volumen de alimento.
Nosotros, en cambio, no estábamos preparados para tener semejante encuentro con el estómago vacío. Mientras el cielo recién empezaba a clarear y el ranger manejaba tranquilito, sin GPS, por las 25.000 hectáreas de la reserva, se detuvo justo donde estaba este felino mimetizándose con el pastizal. “¿Eh, qué hay? ¿Por qué para?”, preguntábamos todos entre bostezos. Y de repente, glup. Ahí estaba. Y apenas eran las 6.30 de la mañana.
A eso pueden seguir decenas –sino cientos– de cebras, varias jirafas, un montón de cérvidos, y para cuando uno regresa al lodge, a las 9, listo para un desayuno en serio, lo cierto es que está mucho más que satisfecho, aunque no haya tomado ni un café bebido.
A los estándares de lujo de los lodges, Shamwari suma más de 30 años de buenos resultados en la tarea de reintroducir especies extintas, ampliar territorio, crear un santuario de felinos y un centro de rehabilitación de fauna silvestre. Conclusión: todo funciona. Sólo que, para verlo, hay que levantarse temprano.
Un poco de historia
La cosa no siempre fue así. Ahora Patrick –y cualquiera de los otros 42 rangers– toma su arma antes de cada salida (la de las 6 de la mañana y la de las 15, por la tarde), pero parece que lo hace más por protocolo que por un riesgo real de que un rinoceronte embista uno de los vehículos o un leopardo se zampe a un turista. En 15 años, nunca lo usó. Y basta con ver lo tranquilísima que está la fauna al cabo de un par de tours para comprender que el trato funciona: nadie los molesta y ellos no se meten con nadie. No es raro ver que dos o tres camionetas (unas Toyota adaptadas, con tres filas dobles de asientos) se acerquen a la misma “presa” y que, a pesar de los ruidos de los motores, la chita, el leopardo o el león de turno ni se mosqueen. Por si hiciera falta, va la aclaración: está prohibidísimo pararse, chistarles, silbarles, hablar fuerte o realizar cualquier otra acción que perturbe el tácito –y táctico– acuerdo entre partes.
Al principio, no obstante, hubo dificultades. Los primeros en ser reintroducidos fueron elefantes, rinocerontes blancos e hipopótamos. A medida que estos grandes herbívoros comenzaron a recorrer lo que antes eran campos de achicoria y trigo, en su papel de “ingenieros del bosque” empezaron a restaurar el suelo, fertilizándolo con sus deposiciones y dispersando semillas. Los rinocerontes negros y búfalos llegaron en 1993/94, mientras que guepardos, leones y hienas marrones fueron reintroducidos en 2000, seguidos por servales y leopardos al año siguiente. Fue entonces cuando Shamwari se convirtió en la primera reserva con los “big five” (los cinco grandes: búfalos, leones, elefantes, leopardos y rinocerontes) en la Provincia del Cabo Oriental, algo que ocho años antes muchos creían imposible.
Como zona libre de malaria y de mosca tse-tse, el crecimiento demográfico en el sur de Sudáfrica fue mucho mayor que en el norte, donde está el Parque Nacional Kruger. Los “big five” habían desaparecido hacía tiempo, y la resistencia a la reintroducción de especies predadoras por parte de los vecinos era considerable.
El ecólogo John O’Brien recuerda cuando trajeron picabueyes (un tipo de ave así llamada porque les quita los insectos a los animales de sus lomos) desde el Parque Nacional Kruger e intentaron introducirlos en la reserva. Acostumbrados a no tener aves sobre ellos, los rinocerontes de Shamwari se mostraban alterados y huían en estampida mientras los picabueyes volaban asustados. Parecía que la iniciativa había fracasado, hasta que tiempo después se observaron jóvenes picabueyes en la reserva. Los rinocerontes se habían adaptado, las aves se quedaron y comenzaron a reproducirse.
Con el tiempo, Shamwari recuperó cinco de los ocho principales biomas de Sudáfrica: sabana, bosque, fynbos (un tipo endémico), matorral y pastizal. Este último es el que más predomina.
Jon Cloete, CEO de Shamwari, fue guía y estuvo al frente del primer safari que se ofreció en la reserva. Recuerda que la mayor dificultad fue no sólo posicionar el lugar como destino, sino también la región como zona de avistajes. “Fuimos pioneros y trabajamos mucho sobre prueba y error, compartiendo nuestras experiencias con otros centros y la comunidad científica”, evoca. Un claro ejemplo es el centro de rehabilitación de fauna silvestre, donde se rehabilitan animales heridos para que puedan volver a la vida salvaje. Los visitantes pueden acceder bajo condiciones controladas para evitar que la fauna se acostumbre a la presencia humana. Esta experiencia “tras bambalinas” ofrece una visión única del manejo de un proyecto de conservación a gran escala.
En este sentido, el aporte de la “pata” turística del proyecto es fundamental no sólo para el centro de rehabilitación, sino también para la restauración y equilibrio ecológico, el mantenimiento de cercas, las patrullas contra la caza furtiva y muchos otros gastos imprescindibles asociados a la gestión de una reserva de 250 km².
Si bien la tarifa es alta, también lo son los estándares de servicio. El fundador Adrian Gardiner (ver aparte) vendió Shamwari, junto con sus reservas Sanbona y Jock Safari Lodge, en 2008, a los emiratíes de Dubai World. En 2017 tomó posesión la Investment Corporation of Dubai (ICD), un fondo soberano de inversión que pertenece al Gobierno de ese país. Convencido de que los árabes no iban a tomar decisiones apresuradas, Gardiner vendió tranquilo. En 2019, todos los lodges fueron renovados con una inversión de u$s 25 millones. Cada detalle, desde las bebidas de bienvenida hasta los artículos de tocador, fue considerado.
Rinocerontes en peligro
De todos los animales que pueden verse en Shamwari, los rinocerontes –negros y blancos– son los más amenazados. Ellos y los búfalos son los únicos que tienen collares con tags de geolocalización, pero por diversos motivos. Mientras que los búfalos son controlados porque pueden contagiarse enfermedades del ganado, los rinocerontes son los más buscados por los cazadores furtivos. El kilo de cuerno se consigue en África por unos u$s 8.000 y se vende en China y Vietnam por u$s 22.000, aunque hay quienes aseguran que el precio puede llegar a triplicar esa cifra.
Para obtenerlo, los poachers arrancan el cuerno entero desde su base, de modo que el animal muere desangrado. Una –polémica– manera de protegerlos es cortarles el cuerno por encima del lugar donde nace, como si fuera una uña: un rinoceronte sin cuerno carece de atractivo para estos cazadores. El problema es que el cuerno vuelve a crecer, lo que supone hacer un seguimiento casi constante de los animales. En Shamwari, donde los rinocerontes son parte del logo de la reserva, ellos se pasean orgullosamente completos, con cuerno y todo. Cloete informa que la reserva invierte u$s 276.000 anuales en protegerlos y asegura que sólo una campaña que incluya influencers y redes sociales, que acabe con la noción de que el cuerno tiene poderes afrodisíacos y curativos, y con su asociación con un alto estatus, podrá salvarlos.
En la actualidad, quedan en Sudáfrica alrededor de 23.000 rinocerontes, una cifra muy inferior a su histórica población de 500.000 ejemplares. Sólo en 2023, la caza furtiva mató 449 rinocerontes, aunque los parques nacionales como Kruger han experimentado una reducción aún mayor de sus poblaciones. En la última década (hasta 2021), Kruger perdió el 76% de sus rinocerontes blancos y el 68% de sus rinocerontes negros.
En contraste, la proporción de rinocerontes blancos en tierras privadas de Sudáfrica aumentó del 25% en 2010 al 53% en 2021, de modo que los propietarios de reservas privadas albergan ahora la mayor cantidad de rinocerontes blancos en el continente.
De todo esto hablamos con Patrick una tarde, mientras montaba el set del “drink time” sobre una pequeña mesa adosada al capó de la camioneta: vino, champagne, gin tonic, gaseosa, biltong (un tipo de carne seca característico de Sudáfrica) y castañas de cajú. Al cabo de tres días de repetir este virtuoso ritual, nos animamos a preguntarle qué animal sueña con ver. “Los gorilas”, fue su respuesta. Sus preferidos de la reserva son las jirafas y los elefantes, dos especies adorables y abundantes que nos lleva a ver como “consuelo”, después de haber intentado sin éxito encontrar al leopardo. Lo ha buscado en el follaje de un sector específico –a diferencia del león, que duerme tranquilo “sin frazada”, el leopardo se mantiene alerta en la copa de los árboles–, después de haber logrado mostrarnos a los otros cuatro protagonistas del quinteto, además de chitas e hipopótamos.
Patrick nació en Port Elizabeth y aprendió afrikáans, aunque no todos los nativos de PE lo saben. Además de su nombre en inglés, tiene otro en la lengua local, el xhosa, que está lleno de clics consonánticos: son chasquidos que emite de corrido y que distinguen significado. Imposibles para nosotros, que nos reímos al escucharlos mientras compartíamos el último desayuno.
“¿Cuál es el animal más peligroso?”, le preguntamos a modo de colofón, esperando que el agresivo hipopótamo dirimiera el podio con el rápido rinoceronte. “El mosquito de la malaria”, respondió seguro. El Anopheles se carga más víctimas que cualquier predador cuadrúpedo.
En Port Elizabeth no hay malaria, y esa es otra de sus claves. Los mimos del spa, la categoría de las suites y las comidas a la carta terminan de completar la felicidad. Sólo faltó el leopardo, pero ya se sabe: es una excusa para la próxima. No somos leones. Siempre es mejor quedarse con hambre.
Datos útiles
Shamwari
Los siete lodges están distribuidos en las 25.000 hectáreas de la reserva, muy lejos uno de otro. Estos son: Sarili Private Villa, Long Lee Manor, Riverdene, Eagles Crag, Sindile, Bayethe y Explorer Camp. Todos ofrecen similares estándares de lujo, aunque cada uno presenta una decoración y estilo muy diferentes. Algunos son más adecuados para familias con niños, mientras que otros están pensados para escapadas románticas. Bayethe, por ejemplo, no cuenta con piscina, pero sí dispone de tinas individuales en su deck privado. Desde u$s 1.680 por día para dos personas, con sistema all inclusive (comidas, bebidas y dos safaris diarios).