Carl Honoré es periodista y escritor, autor del best seller “Elogio de la lentitud”. Escribió además otros libros, como “Elogio de la experiencia” y “Bajo presión”. Nació en Escocia, es ciudadano canadiense y vivió algunos años en la Argentina, donde fue corresponsal para varios medios extranjeros.
Habla un español perfecto, con tonada canadiense. En una breve visita por Buenos Aires participó del ciclo “Conversaciones” de LA NACION y se refirió a todos los “males de época”. Porqué su filosofía de tortuga tarde o temprano le ganará a las liebres.
-¿Es un mito o una realidad que para la reunión de las cinco que teníamos para grabar la entrevista quería llegar a las tres de la tarde?
-Era para dejar un margen, un colchón.
-Para llegar con margen que es tu filosofía.
-Eso, totalmente.
-El origen de tu romance con la lentitud fue cuando llegaste una noche a leerle un libro a tu hijo y no dabas más.
-Yo era un correcaminos. Trabajaba como periodista y vivía como todos en una sociedad infectada, contaminada por el virus de la prisa, en todo. Corría por la vida en lugar de vivirla, tanto en el trabajo como en lo personal. Así que en la cocina, en el gimnasio y en la cama con mis hijos, a la hora de leer un cuento -que tendría que ser el momento más relajado, más tierno, más lindo- fue cuando toqué fondo, porque estaba a punto de comprar un libro de cuentos para leer en un minuto antes de dormir, o sea, Blancanieves en sesenta segundos.
-¿Y por qué corremos tanto? ¿Por qué se da esto de ir de un lado al otro y por qué corren los que corren?
-Yo creo que hay un cóctel de razones ¿no? Por un lado, el trabajo nos empuja a hacer cada vez más y más, en menos tiempo. El mundo se ha convertido también en un gran buffet de cosas que experimentar, consumir, coleccionar, y el instinto humano es querer hacerlo, consumirlo todo, así que terminamos cayendo en la trampa del carrusel de la vorágine, de la del hacer sin parar, correr constantemente. La tecnología también es una gran tentación como para estar distraído, sobreestimulado, hacer cosas, hacer malabares con cuatro cosas a la vez. Es el acto por excelencia de la velocidad. En lugar de dedicarte a una cosa y darle el tiempo y la atención que merece, tratamos de hacer muchas cosas a la vez. Pero yo creo que, en el fondo, para mucha gente, una vida de liebre, digamos, de correcaminos, es una forma de negación. Estar siempre ocupado es un mecanismo de negación, de huida de uno mismo. Es una manera de no enfrentarte a vos mismo ¿no?
-¿Por qué?
-Yo creo que da miedo. Porque ese encuentro con uno mismo, aunque, como nos dijo Sócrates, es el secreto de una vida digna del hombre, una vida bien vivida, es una vida reflexiva, una vida en la cual nos tomamos momentos de calma, de serenidad, de tranquilidad, de silencio, para reconectar con nosotros mismos y para reflexionar y pensar profundamente. Eso, sobre todo en el mundo moderno, cuando estamos, a lo mejor, dedicándonos a cosas que son frívolas o triviales, o vivimos una vida un poco que no está alineada con lo nuestro, significa que tenemos muchos deberes metafísicos que no hemos hecho, y nosotros estamos desconectados de nosotros mismos. Yo creo que a mucha gente le da miedo pasar tiempo consigo mismo. Por eso cuando toca, pues, hacer la cola en un colectivo, por ejemplo, en el avión o en el banco, nadie se queda allí en un estado de reflexión. Sacamos el celular, miramos Instagram, las redes sociales, es pura distracción. Y ¿por qué no queremos distraernos? Porque no estamos a gusto, no estamos bien con nosotros mismos. Y un gran paso para desacelerar es tomarse ese tiempo de parar. Como dice y cito al gran filósofo argentino Alejandro Fantino (ríe) ‘pará, pará pará, pará, ¿no?
-Creaste esto que es el movimiento slow a nivel internacional, ¿cómo rompiste la inercia? Porque está el que dice ‘arranco la dieta el lunes’, el que dice ‘voy a tener más tiempo’, ‘voy a hacer más deporte’.
-Es un proceso.
-Reconectar con la tortuga interior o de forjar una energía interior, decís.
-Claro, sí, con mi tortuga, en ese caso. Es un proceso lento. Yo creo, una de las grandes ironías de hoy, es que somos tan impacientes que incluso queremos desacelerar rápidamente. Así que la gente escucha por ahí alguna charla mía o lee un libro y me dice, ‘che, esto de la lentitud me encanta, tengo que conseguir el alma interior mañana o hoy’. No funciona así, es un proceso de cambio, ¿no? Es de mediano y largo plazo. ¿Por qué? Porque en los primeros pasos de ir de una vida híper acelerada a una vida más tranquila, vas a pasar por síntomas de abstinencia, porque somos adictos a la velocidad. Esto no te lo quitás en dos horas. Así que yo tuve que dar pasos, un par de pasos avanzando y luego un paso atrás, un paso complicado, pero hay muchas palancas, muchas claves, muchos tips, muchos pasos que todos podemos dar para ir hacia una vida más más equilibrada.
-Tres consejos que puedas dar para hacerlo.
-El primer consejo es siempre cortar la agenda, hacer menos. Nos estamos dedicando a cosas que no son importantes. Yo le aseguro a los oyentes, a los espectadores, que si paran, miran su agenda y se encontrarán que van a reflexionar de verdad y van a encontrar cosas que no son importantes, que dentro de, no sé, una semana, ni vas a recordar, así que deja caer cosas de la agenda para abrir más espacio, para poder, porque cuando vos le decís no a algo que no es importante, lo que estás diciendo en el fondo es un sí muy sonoro a las cosas que de verdad importan. Así que hacer menos, cortar. Menos es más, un primer paso. Un segundo paso tiene que ver con la tecnología, ¿no? Esas armas de distracción masiva que llevamos en el bolsillo. Hay que usar el botoncito rojo “off”, apagar las notificaciones, en la medida de que sea posible, para que seas vos quien controla tu tiempo y tu atención. Yo tengo las notificaciones apagadas constantemente. No me pierdo de mensajes ni nada. Esto fue un “game changer” para mí, fue un cambio brutal cuando empecé a apagar las notificaciones. Creo que ayuda también incorporar en tu agenda del día a día algún ritual lento. Algo que te que te vacune contra el virus de la prisa. Y esto va variando en función de la persona. Puede ser, qué sé yo, hacer puntos o leer poesía o hacer yoga o meditación. O para mí es cocinar. A mí cocinar me relaja, me saca de esa vorágine, me inyecta con una cuota de lentitud. Así que incorporá ese ritual lento en tu agenda, no hace falta que dure cuatro horas, puede ser cinco minutos. Algo ahí, para inocularte contra el virus de la prisa.
-Hablabas de la tortuga interior, pero también está la liebre ¿La liebre no tiene que ver también con con la finitud de la vida, con que uno dice, quiero hacer, abarcar distintas cosas, para aprovechar el tiempo que es corto?
-Yo creo que la mortalidad, el hecho de que la vida tiene un fin, en algún momento, ¿no? De cierto modo, eso nos empuja a puede ser una arma de doble filo. ¿Qué quiero decir con esto? Quiero decir que si vos contemplas la mortalidad, el hecho de que la vida es finita, que tiene un tiene un fin, esto te puede afectar de dos modos. Por un lado, te puede empujar hacia la aceleración de todo, porque vos pensás, ‘el tiempo es oro, tengo que correr, hacer más y más cosas con menos y menos tiempo’. El otro impacto que puede tener, y es mucho más positivo y que yo promociono siempre, es que esa idea de la morosidad te empuja hacia un festejo del momento, de esa capacidad de saborear el aquí y el ahora, y de disfrutarlo plenamente, de vivir plenamente en el momento. Y yo creo que son los dos efectos que puede tener esa contemplación de la mortalidad. Infelizmente, a mi juicio, la mayoría de la gente cae en el segundo grupo. En esos que, en la medida que piensan en la mortalidad, dicen ‘ay, dios, tengo que correr y hacer más y más, no puedo dormir, tengo que optimizar incluso mi sueño para aprender inglés’. Esto te lleva a una vida superficial, una vida de pacotillas, una vida donde tocas apenas la superficie de las cosas. En cambio, una vida más slow, cuando optas por decir, ‘ok, yo voy a hacer menos cosas, pero las cosas que voy a hacer, las voy a hacer bien. Yo voy a estar presente’.
-¿Qué es el tiempo? Hay muchos que dicen ‘quiero que llegue el viernes’ pero todo depende de tu condición, ¿no? Si te dan un diagnóstico terminal, y te dicen, ‘tenés cinco días de vida’ no querés que llegue el viernes. Y si tenés una vida que pensás plena y medio eterna, decís, dale, que llegue el viernes, que quiero el fin de semana, y arrancar.
-El tiempo es el gran misterio, ¿no? Es muy elástico, muy fluido, va cambiando. Depende del contexto. A veces el tiempo nos trata como un dueño, con el látigo y todo, y otras veces el tiempo desaparece, es el agua en la cual flotamos. Yo, cuando hablo del tiempo, en relación con la lentitud, la idea es forjar una relación más liviana, digamos, más natural, menos obsesiva, menos neurótica con el tiempo. Lo que hemos heredado de la época victoriana y todo eso de la productividad en las fábricas victorianas es cuando pusieron los primeros relojes. La idea era, el objetivo principal, optimizar la productividad del tiempo. Así que contamos por primera vez una historia humana, los minutos, los segundos y te pagamos en función de. ¿No? Eso empezó en las fábricas, salió de las fábricas y terminó colonizándolo todo. Hace poco salió en una una revista en Inglaterra en la tapa, era una revista para parejas, ¿no? Nada pornográfica, una revista común, con un titular que me paró en seco, y decía algo así como, ¿cómo provocar un orgasmo femenino en treinta segundos? Es como que incluso en la cama es ‘preparados, listos ya’. Para el tiempo, todo. Y yo ahora tengo una relación mucho más suave, más suelta con el tiempo, no llevo reloj, tengo el celular apagado.
Con el tiempo vas desarrollando un instinto por el tiempo. Soy muy puntual, vivo en Londres, tengo que serlo, por la puntualidad británica. Hay más margen acá en Argentina, obviamente, pero yo siempre, casi siempre, tengo una sensación del ahora. No me hace falta mirar, porque estoy estoy presente, estoy viviendo los momentos, y eso es como que hay un registro interno, un metrónomo o algo así interno, que me comunica, que me dice, ok, te falta, te queda tanto, y siempre estoy más o menos acertado, ¿no?
-Pasaron veintiún años desde que escribiste “Elogio de de la lentitud”. Si tuvieras que reescribir algún capítulo, digo, ahora con el cambio en la manera en la cual consumimos información, que vivimos diecisiete segundos, ¿qué capítulo reescribirías?
-Bueno, yo acabo de leerlo, porque estoy pensando ahora en escribir otro libro. Elogio de la lentitud dos. Y la filosofía, el credo básico, la idea, el concepto central de la lentitud, el slow, de hacer las cosas a la velocidad correcta, al temple justo, como dicen los músicos, de estar presente, de hacer una cosa a la vez. Eso no ha cambiado nada. El mensaje principal es igual. Lo que ha cambiado es el entorno, ¿no? Vivimos ahora rodeados de redes sociales, bombardeados por pantallas, por todos lados, y ahora con el boom y el auge de la IA. Eso es un cambio sísmico. Y es, de hecho, en este momento una caja negra: no sabemos bien hacia dónde vamos con todo esto. Así que yo había empezado a pensar en escribir Elogio de la lentitud dos el año pasado, pero con el con la llegada de la IA pensé ‘tengo que esperar un poquito’ para ver cómo decantan las cosas.
-¿Cómo qué?
-Claro, porque si no, de otra manera voy por este camino y resulta que la IA da otra. Pero yo creo que ahora, recién ahora, estamos empezando a ver un poco más la silueta del futuro cercano, así que ha llegado el momento de revisitar todo esto.
-¿Dónde trazás la la brecha entre lo que es lentitud sabia y pereza elegante?
-Pereza elegante, me gusta la expresión, ¿no? Me parece que son dos caras de la misma moneda.
-O sea, son complementarias.
-Sí, sí, van de la mano. Porque, claro, en esta cultura tan veloz hay un tabú muy fuerte y muy arraigado contra la lentitud. Lento es sinónimo de muchas cosas negativas, como estúpido, perezoso. En el peor sentido de la palabra. Pero lo que hace muy bien es decir ‘hay que reivindicar la lentitud y darle una vuelta’. Lentitud, ¿cómo era? ¿Pereza elegante, era? Sí, claro. Porque existen la mala lentitud y la buena lentitud. Yo para asistir a esta entrevista tuve que hacer, no sé, diez kilómetros, y he tardado más de una hora. El tránsito de Buenos Aires es un ejemplo enorme de la mala lentitud. Es un slow no feliz. Pero la idea un poco más hermosa y más revolucionaria es que existe la buena lentitud. Puedo llamarlo la lentitud sabia, la pereza elegante, es canalizar esa energía, esa corriente más lenta para vivir mejor, para trabajar mejor, para tener mejores relaciones afectivas, para forjar una sociedad más sana. Porque mucha gente llega a la lentitud a través de una óptica un poco individualista. A través de la lentitud voy a ser la mejor versión de mí mismo, que me parece fantástico y es así, ¿no? La lentitud te va a catalizar en todo, ¿no? Pero a mi modo de ver no es el fin del cuento. Tenemos que ir más allá. Hay un lindo proverbio que dice algo así como, si quieres ir rápido, ve solo. Si quieres ir lejos, vayan juntos. Y esto explica un poquito o subraya un poquito lo que es el movimiento Slow en el fondo. Es crear un mundo en el cual todos vamos conectados y vamos juntos hacia un futuro más brillante, más justo, más sano, etcétera. Así que yo, no sé, mucha gente empieza con una idea, ok, yo voy a ser mejor, pero es un trampolín, para mí, hacia algo más colectivo, más solidario.
-Viviste tres años en la Argentina como corresponsal de América Latina para The Economist, para Time, para muchos medios.
-Sí, así es.
-Y en la época menemista, que no sé si te diste cuenta en esta visita, que de golpe hay como varios Menem en el poder, hay un busto de Carlos Menem que entró allí a la a la casa de gobierno.
-Y recién salió una serie de Netflix.
-Es una serie que te te reflota toda la vida.
-Sí, sí.
-¿Qué recuerdos te quedaron de tu época como corresponsal en la época menemista?
-Lo que más me impactó en aquella época fue el hecho de lo que hoy por hoy tenemos, gracias a Donald Trump, que es la idea de fake news. Y lo que se ha generado en el Norte, digamos, en los países desarrollados, es una división. Antes teníamos hechos y estamos todos de acuerdo sobre los hechos y de ahí uno podía opinar distinto. Ahora, cada grupo tiene sus hechos. Hechos alternativos. Y esto me recordó mucho la época de los años 90 en la Argentina, porque viste, por ejemplo, con la guerra sucia yo le preguntaba a la gente, ¿cuánta gente murió, falleció en la guerra sucia? Un grupo dice 8 mil, otro grupo dice 30 mil.
-En la dictadura decís.
-En la dictadura. Sí, claro. Y yo pensé ¿cómo puede ser que no haya una cifra con la cual todos estén de acuerdo? Hechos. Y vi lo mismo con las estadísticas que salían del gobierno, de los ministerios. Era muy difícil. No sabía por dónde agarrar para saber bien los hechos. Y pensé, por lo menos, como aliviado, nosotros no sufrimos de eso en el norte, en Europa. Ahora estamos en algo semejante.
-Lo que era la corrupción, ¿la viviste?
-Sí, sí. Acá y ahora se ve cada vez más allá, sobre todo en Estados Unidos, que el poder de la ley, la gente cumpliendo…la gente cumplía, había normas políticas. Ahora, sobre todo, entre estos movimientos populistas del Norte, no le dan bola a la ley, o saltan las reglas, o rompen las costumbres, las normas. Y por un lado, obviamente, a mi juicio, el paradigma del turbocapitalismo, la democracia, tenía sus fallos, tenía problemas, no era un sistema perfecto, pero la reacción que se ha dado en ciertos sectores me da miedo y me recuerda a lo que sentía en la Argentina, esa sensación de impunidad, de no saber bien si esto ocurrió o no, porque en vez de que me cuente el otro, este diario te dice esto, el otro, es como que por dónde, no sé, no tenía esa sensación cuando volví a Londres en los años 90, ahora sí la tengo, preocupante.
-Hablando de evolución, ¿existe un índice de tiempo bien usado? ¿Existe, por ejemplo, cuando uno administra su propio tiempo en este movimiento que vos pregonás que es la lentitud de utilizar bien o mal tu tiempo? ¿En base a qué?
-No creo que haya un índice oficial, y esto se aplica también al movimiento slow en general, no hay ninguna fórmula mágica, no puedes descargar de Amazon la receta universal para ser slow, porque todos somos únicos, todos tenemos características diferentes, idiosincrasias, etcétera. Pero sí la idea del uso, del buen uso del tiempo está sobre el tapete, está ahí en el centro del debate. Slow. Y yo creo, vuelvo a lo que decía antes de cortar la agenda como un primer paso hacia la buena lentitud. Salir del día no me alcanza. Es parar y mirar lo que estás haciendo. ¿Cómo estás usando tu tiempo? Y, por ejemplo, nadie en ningún país del mundo se encuentra en su lecho de muerte mirando hacia atrás, diciéndose, ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina o en las redes sociales. Pero estas son las dos cosas que tú pones.
-¿Nadie se encuentra en su lecho de muerte pensando hubiera estado más tiempo en la oficina?
-Nadie, te lo aseguro. O en las redes sociales.
-Es una gran frase esa.
-Y eso lo dice todo.
-¿Por qué sabiendo eso no cambiamos?
-Somos como ovejas. Seguimos el rebaño. El sistema nos empuja hacia esto. Es una falta de imaginación. Es pura inercia en algunos casos. Es miedo, es culpa, es vergüenza. Es como la cultura te dice, ok, tienes que andar ocupado todo el tiempo, tienes que hacer esto con la carrera. Nadie nos dice, pasa ocho horas, no sé cuántas horas que pasan los argentinos, el argentino medio, creo que siete horas mirando la pantalla al día. ¿Te das cuenta? Son años de vida. Años de vida que pasamos mirando boludeces en Instagram.
-Y aparte, eso no genera un impacto positivo, porque vivís vidas ajenas, en general.
-Sí, y además, estas redes sociales han creado una cultura de performance, de show off, de mostrarse en lugar de vivir. Así que la gente llega al momento ya, en lugar de saborearlo y vivirlo plenamente, ya con la idea de, ¿cómo va a lucir esto en Instagram? ¿Qué tipo de ángulo, qué tipo de foto debemos sacar? ¿Grabamos un video? Claro, estás proyectando a las redes en lugar de estar ahí en el momento viviendo plenamente lo que sea, ¿no? Puede ser leer cuentos a tu hijo, compartir una copa de vino con tu pareja, dar una vuelta con el perro, qué sé yo, lo que sea. Si todo pasa por ese filtro de, ¿cómo esto va a parecer en Instagram?
-Hay una cultura del parecer y no del ser.
-Totalmente, bien dicho.
-Hablando de velocidad, ¿cuándo es virtuosa la velocidad? ¿Cuándo decís, acá sí vale la pena correr, aquí sí vale la pena no ser lento?
-Bueno, depende. Otra vez, no te puedo decir, ok, 40 kilómetros. No, es más, todo es en función del contexto, ¿no? Así que, si estás en el trabajo, estamos en un entorno laboral ahora, si hay un deadline muy estricto, no queda otra. Tener que ir rápido para llegar a cumplir con ese deadline. Pero si rebobinamos un poquito en el mismo día, a lo mejor, tres, cuatro horas antes, cuando tu cuerpo te mandaba un mensaje diciendo, yo tengo que descansar un poquito, me tocaría, qué sé yo, comer un sándwich o una ensalada, fuera de la oficina, dejamos la pantalla. Pero no, vos te quedas ahí, aferrado al ordenador, al asiento, y terminás agotado, con las pilas descargadas. Y a lo mejor, entregás el trabajo a tiempo, pero un trabajo de menos calidad. Volvemos a ese momento de antes, ¿no? Si te levantás y das una vuelta, o hablas, no sé, charlas con un amigo, o llamas a tu pareja, o pasas, no sé, a un parque por acá, o sentás en el césped para pasar 5 minutos, 10 minutos en la naturaleza, que te va a tranquilizar, agudizar tu concentración, recargar las pilas, volvés al escritorio y a lo mejor terminás el trabajo antes del deadline ¿no? Y con mejor calidad. Pero el tema es que estamos tan convencidos de que lento es malo, lento es improductivo, lento es perezoso, es pura fiaca. Esto nos impide, aun cuando sentimos en los huesos, hasta las médulas, que nos haría bien pisar el freno y bajar unas revoluciones, no lo hacemos por culpa, por vergüenza, por inercia, por hábito, porque el compañero de trabajo al lado está ahí aferrado a decirnos, él no se levanta. Así que, ¿me animo? No, no, ok, me quedo, yo también me quedo, me quedo laburando, pero entre comillas a veces, ¿no?
-Bueno, ahí entra otro de tus hallazgos, que es el estar bajo presión, ¿no? La idea esta de padres, madres, todos bajo presión en esa rueda, ¿cómo se evita o cómo se desanda esa rueda de la presión en la vida cotidiana?
-En la vida cotidiana, de la familia, decís vos, de la familia. Bueno, en cuanto a los chicos, hemos transmitido el virus de la prisa a la próxima generación, ¿no? Es cierto que tienen muchas pantallas, agendas abultadísimas y todo. Primer paso es, vuelvo a lo de antes, ¿no? Cortar la agenda. Hay que reivindicar también el aburrimiento. Esto yo creo que es importantísimo en las familias.
-Reivindicar el aburrimiento, ¿por qué?
-El aburrimiento, porque el aburrimiento es un superpoder. Toda la historia, cuando un chico le decía a su padre, che, mamá, me aburro, o estoy aburrido, era el problema del chico, o sea, tu mamá te decía, ve, andá a jugar, busca un amigo, o usa la imaginación. Hoy, ¿qué pasa? Un chico te dice, claro, ¿dónde está la tableta, otra actividad extracurricular? No. Tienes que parar en ese momento y dejar espacio para que florezca el aburrimiento, porque el aburrimiento es lo que hace volar la imaginación. Y esto lo sabemos de los estudios. No cabe la mínima duda que hay un vínculo muy profundo y muy íntimo y eterno entre la lentitud y la creatividad. Y los grandes pensadores de la ciencia, del business, de todo, de las artes, siempre lo han entendido. Y es por eso que cuando le preguntas a la gente cuándo suelen surgir sus mejores ideas, nunca te contestan cuando estoy haciendo malabares con 42 mails o corriendo para cumplir con un deadline muy estricto. Te dice, la respuesta número una a esa pregunta en todo el mundo es en la ducha, o, qué sé yo, paseando por el barrio, algo muy lento, ¿no? Por eso los psicólogos hablan del slow thinking, el pensamiento lento, que es el pensamiento más creativo. Y, de hecho, comparto otro dato que descubrí hace poco, que cuando un chico o un adulto está bajo presión, estamos en ese estado frenético, estresado, mirando el reloj y deadline y todo eso, ¿qué pasa? La creatividad cae. Desaparece. Cuando se hace así, tac, tac, tac. Pero no solamente en el momento. Ese efecto de aniquilar la creatividad gracias a la presión temporal, la prisa, dura 48 horas, dos días. Así que estás sacrificando dos días, seas niño, seas adulto, dos días de creatividad ¿en el altar de qué? Del apuro, con mucha frecuencia, de la prisa sin sentido.
-Hablando de prisa y sin sentido, no tenemos prisa, pero sí tenemos sentido. Como periodista, ¿a quién te gustaría entrevistar que no entrevistaste aún o ya soltaste?
-No, yo lo que pasa es que no trabajo como periodista como antes, no todos los días. Pero mis libros son muy periodísticos. Y entrevisto y hago reportaje, viajo, etcétera. Siento que una vez periodista, siempre periodista, ¿sabes? Lo llevo en las muelas. Sí. Así que sí, a mí me gustaría, ¿sabes? Me gustaría entrevistarle a Donald Trump. No sé cómo me saldría, mal, a lo mejor.
-¿Pero sería tu última entrevista?
-No sé, si la última entrevista de mi vida, no, no quisiera que fuera Donald Trump. Pero se me ocurre ahora que capaz interesante, ¿no? O Putin, ¿viste por lo que está ocurriendo en el mundo con la cumbre, etcétera? Zelensky, capaz los tres, ¿no? El triunvirato sagrado, Zelensky, Putin, Trump.
-Todos juntos, una mesa redonda.
-Imagínate.
-¿Y eso entraría en “Elogio de la experiencia?
-Mmm, no tanto. A ver, veremos. ¿Qué es el elogio de la experiencia? Bueno, es mi último libro y trata de forjar una nueva narrativa alrededor del envejecimiento, porque lo que pasa es que estamos ahora en una edad dorada de envejecer, nunca ha sido el mejor momento en la historia humana para envejecer. Estamos viviendo más tiempo, mejor que nunca. Lo que pasa es que hemos heredado el culto a la juventud, con lo cual la mera idea de envejecer provoca asco, vergüenza, culpa, miedo, e incluso mucha mucha negación. Si vos entrás en Google Search yo miento sobre mí, la respuesta número uno que aparece no es mi peso, mi sueldo, mi altura, ni siquiera cuánto porno veo. La respuesta que aparece es la edad. El culto a la juventud nos hace sentir tan mal por envejecer que mentimos sobre nuestra edad, mentimos en el trabajo, mentimos en Tinder, mentimos a nuestros seres queridos, mentimos a nosotros mismos, fíjate.
-¿Pero por qué?
-Te cuento, una amiga mía hace poco festejó su cumpleaños número treinta y nueve por cuarta vez.
-¿Y por qué lo hacemos?
-Por muchas cosas. Yo creo, volviendo al tema de la juventud, ese culto a la juventud explica gran parte. Es que una de las cosas que cambian cuando envejecemos es que desaceleramos físicamente de de cierto modo. Mirá, a Messi, por ejemplo, con treinta y pico años, no corre, no puede correr tan rápido que el gran Messi de hace diez años, Y esto en una sociedad que pone en el pedestal la velocidad y odia y la la lentitud, yo creo que eso genera angustia, nos hace pensar, yo no quiero envejecer porque voy a estar lento y lento es malo. Yo creo que hay otros motivos, no hay otras razones, pero yo creo que es uno de los factores que explica este culto a la juventud.
– ¿Y qué pasa con lo estético, con esa idea de de personas que se operan tanto que pierden las facciones?
-Las facciones, la posibilidad de sonreír o de llorar, porque la cara queda siempre la misma. Eso es caer en el extremismo, ¿no es cierto? Es como, eso es como el libro de Oscar Wilde, ¿no? El retrato de Dorian Gray. Sí, eso lo escribió hace más de un siglo. ¿Y qué da? Total actualidad. De lo trágico del del culto a la juventud, que el hecho de que nos empuja a sacrificar lo más humano, lo más brillante, lo más único, lo más idiosincrático, lo más bello, ¿no? Que es la cara, nuestra cara. Cada arruga es un cuento ¿no? Es un recuerdo de alguna sonrisa o alguna aventura. Es un recordatorio de todo lo que has vivido. Y esto me parece tan triste, que la gente quiera borrar todo eso para tener una máscara, porque lo que lo que la mayoría termina teniendo es más que una cara una máscara que le parece a otra máscara, a otra, porque van todos al mismo cirujano, salen con la misma nariz, con la misma boca. Lo más importante en la vida es la conexión humana, ¿no? Y una gran herramienta de la comunicación humana es la cara, la movilidad, la experiencia de la cara, las expresiones y todo. Y si no, quitamos todo eso, es como, ya estamos en una epidemia mundial de soledad, ¿no? Y esto corre el riesgo de empeorarlo, ¿no?