Fue uno de los galanes por excelencia de nuestras telenovelas. Hasta que sintió que necesitaba desafiarse y aceptó otro tipo de personajes, muy diferentes al héroe que acostumbraba hacer. Ahora Antonio Grimau volvió al culebrón con Déjame amarte, una obra de Irina Alonso que puede verse el primer fin de semana de septiembre en el Centro Cultural 25 de mayo (Avenida Triunvirato 4444, CABA), con entrada gratuita.
En una charla íntima con LA NACION, el actor habló también de sus inicios y de cómo su vocación le salvó la vida varias veces, incluso cuando falleció su hijo Lucas, hace quince años. Mientras conversa, de fondo se escuchan tangos de Carlos Gardel, uno de sus ídolos. Su departamento es cálido y está lleno de pinceles, pinturas de varios colores y cuadros que pinta en sus ratos de ocio. Antonio se entrega a la charla y bucea en sus recuerdos.
-De alguna manera volvés al culebrón, después de tantos años…
-Sí, pero desde otro lugar. En la historia soy un cantante y, como dice la directora y autora, Irina Alonso, Déjame amarte es un culebrón musical. Es un guiño entrañable y divertido acerca de lo que fue la fotonovela y luego el teleteatro. Yo llegué a hacer fotonovelas cuando era más joven y era muy gracioso el sistema, y eso se ve reflejado en este espectáculo que también tiene mucho humor. Es un género que merece un homenaje ya que ha atravesado el mundo, ha deslumbrado y emocionado a millones de personas. Es un premio al querido culebrón.
-¿Y cómo es hacer otra vez un género que te dio popularidad y tantas satisfacciones?
–Trampa para un soñador, que hicimos con Cristina Alberó, fue la novela que realmente me dio la mayor popularidad. Hace dos años hicimos La ternura con Cristina, en un teatro de Mataderos, y a gente sigue con una fidelidad increíble, aunque pasaron 40 años. No hay más que agradecer profundamente. Lo mismo pasa ahora con Déjame amarte, porque a la salida me esperan para saludarme y me dicen “ siempre lo veíamos en Trampa para un soñador”… Es realmente emocionante. Lamentablemente, ahora la industria audiovisual está destruida.
-Uno de tus últimos trabajos en televisión fue Sandro de América, en el 2018.
-Sí, y Puerta 7, que iba a tener otras temporadas, pero eso no sucedió después de la pandemia. Sandro de América fue una convocatoria inusitada y emocionante. De un compromiso muy grande porque era representar al personaje que admiré toda mi vida por un montón de razones, hasta por una cuestión geográfica. Porque yo soy de Lanús, él era de Banfield, y yo pasaba por su casa cuando todavía no había empezado en la actuación y pensaba “alguna vez voy a conocer a Sandro”. Me sorprendió que Adrián Caetano me convocara para interpretar a Sandro porque no tengo ni el carisma, ni la sonrisa, ni la fisonomía, pero me dijo que no me quería un imitador sino un actor. No se equivocó porque la gente compró a ese Sandro.
-Tuviste el aval de sus admiradoras y de su mujer, Olga Garaventa.
-Sí, sus nenas me aceptaron. Cuando grabamos en el Gran Rex convocaron a las nenas para que hicieran lo que ellas acostumbraban a hacer cuando él actuaba en ese teatro. Yo pensé que iba a ser terrible, que me iban a ver como a un intruso y a rechazarme, y fue todo lo contrario. Un ídolo es sagrado. Fue un desafío enorme. También me enteré de que me vio su viuda, Olga Garaventa. Yo ya estaba loockeado y dijo: “ay, Dios mío, ¡es Roberto!”. Fueron avales importantes para mí. Pero sí, extraño mucho la ficción. Hice un streaming donde interpreté a San Martín y una publicidad para un banco. Nada más, porque no hay propuestas…
-Alguna vez contaste que esta vocación te salvó la vida varias veces. ¿Cómo fue eso?
-Uy sí, muchas veces. Crecí en una familia humilde y jamás imaginé ser actor. Mi vida es un culebrón. La cenicienta o el ceniciento que accede a algo impensado. Tuve una infancia muy feliz, fui un niño mimado, pero a mis 11 años fallecieron mi hermana mayor, mi papá y mi mamá. Todos en siete meses. Y de ser Los Campanelli pasamos a ser tres hermanos y una hermana que vivía en Paso de los libres (Corrientes) y con quien teníamos poco contacto. Mi hermano se convirtió en mi tutor. Estudié hasta tercer año del industrial con especialidad en motores Diesel, que era el futuro. Pero no era lo mío, no soportaba el olor a nafta. Entonces mi hermano me dijo que si no estudiaba tenía que trabajar. Y eso hice. Trabajé en un bazar, en una fábrica de fideos, fui peón de obra. Y en una fábrica de zapatos en Barracas descubrí mi vocación. Un día vi un aviso en un diario en el que buscaban actores para conformar un elenco teatral en un club deportivo en Almagro, el Charles Chaplin. Me acompañó un amigo, Pepe Elizalde. Pero llegó hasta la puerta porque ya era de noche y en el fondo del pasillo se veían unos tipos con libretos y le dio miedo. Yo entré y me quedé cuatro años (risas). Estaban ensayando Los fusiles de la madre Carrar, de Bertolt Brecht. Me dieron un monólogo para aprender en media hora. Lo leí y cuando me tocó subir al escenario lo hice con una naturalidad y una comodidad insólitas. Me encantaba leer en la escuela y siempre levantaba la mano para hacerlo. Ya me había picado el bichito porque mis hermanas y mi madre escuchaban radioteatro y a mí me fascinaba. Fue ese teatro que me invitó a descubrir los libros, la música y me formó durante cuatro años en muchos aspectos. En un momento llegué a ser protagonista y dije “esto es demasiado fácil”. Evidentemente en mí había un actor nato.
-¿Cómo llegaste a la televisión?
-Cuando tomé conciencia de que todo me resultaba fácil, me propuse estudiar y fui a la escuela de Juan Carlos Gené. Cuando egresamos nos dijo que estábamos formados debidamente para la profesión de actores y que el objetivo era vivir de la actuación. Nada de venta de libros ni otra cosa. Si había oportunidad en El circo de Marrone, pues bien, siempre que sea con dignidad. Y eso me quedó grabado. Mi primer trabajo fue cuando yo estudiaba con Gené, a pesar de que no le gustaba que uno actuara hasta que no hubiera terminado el curso completo. Y yo merodeaba Canal 7 en ese entonces y un día un actor chileno me presentó a Carlos Gandolfo a quien le interesó que yo estudiara con Gené. Estaban haciendo La biunda, de Carlos Carlino, pero Gené no nos dejaba trabajar (risas). Cuando fui a la clase le conté, le dije que había una posibilidad de hacer un papelito en un programa que dirigía Gandolfo y me dijo “¡Hágalo!” Ese fue mi primer bolo en televisión, tenía que decir “¡Vivan los novios!” en una fiesta de casamiento. Tendría unos 22 años. Cuando egresé, empecé a repartir fotos en los canales. Para ese entonces estaba haciendo una obra que se llamaba El deporte de mi madre loca y fue un fracaso, una experiencia desastrosa porque no iba nadie (risas). Ese fue el primer intento en teatro.
-Y no te diste por vencido.
-No. Al tiempo hice la obra Papa frita, que fue mi primer trabajo pago. Yo me sentía en el mejor de los mundos y Alfonso De Grazia, que estaba haciendo Matrimonios y algo más, me dijo que Hugo Moser estaba buscando a una pareja de actores desconocidos para una tira de media hora. Yo estaba desanimado porque pateé los canales durante dos años y nunca pasó nada, pero fui. Y fue terrible porque paró la grabación del programa para tomarme una prueba. Había doce primeros actores, entre ellos Susana Giménez. Yo tenía mucha vergüenza (risas), porque era muy tímido. Enseguida Alfonso me dijo “vos no tenés una compañera que es actriz… andá a buscarla”. Si claro, era Leonor (Manso). Nos habíamos conocido en el Instituto de Arte Moderno, unos años antes, y vivíamos a cuatro cuadras del canal, así que fui a buscarla. Le insistí porque estaba lavando ropa, se arregló y volvimos al canal. Fue increíble porque me acerqué a Moser, le dije que había traído a mi compañera por sugerencia de Alfonso, la miró y dijo “queda contratada”. Ni prueba de nada le hizo. Fue mágico. Juntos hicimos Un cachito de vida, por tres meses.
-Ese fue el empujoncito que necesitabas…
-Si. Después Martha Reguera estaba haciendo Muchacha italiana viene a casarse, necesitaba un reemplazo para Ovidio Fuentes, y me llamó a mí. Y ella se fue a Canal 9 y me llevó; terminé reemplazando a Luis Dávila en Estación Retiro, como protagonista con Susana Campos y Beatriz Díaz Quiroga. Me acuerdo que le dije que era muy joven yo, pero ella me respondió que no me preocupara. Me presentó a Alejandro Romay, que también pensó que era demasiado joven, pero aceptó la propuesta de Martha. Y a los pocos días estaba frente a cámaras con uniforme de aviador y canas pintadas con témpera. Y después vino Alta comedia y no me bajé de la rueda. Mi profesión me dio un cúmulo de cosas favorables, y seguridad en mí mismo.
-¿Y qué otras veces te salvó la vida?
-No me gusta hablar de esto, pero cuando perdí a mi hijo Lucas (falleció en el 2010) yo estaba haciendo El anatomista y (José María) Muscari me propuso suspender las funciones por el tiempo que necesitara. Le pedí una semana y no lo hice por el espectáculo sino por mí. Necesitaba meter la cabeza en el laburo. Otra vez me salvó la vida. Y me salvó de una adolescencia muy dura con tantas pérdidas familiares. La vida es una de cal y una de arena.
-¿Hoy tienen una buena relación con Leonor?
-Estupenda. Tanto, que hace pocos años hicimos Danza macabra, y fue una hermosa experiencia. El trabajo no nos unió tantas veces pero si algunas, por suerte.
-Tenés otras hijas y nietas….
-Sí, Antonia que estudia traductorado público de inglés, y Luciana que vive en Merlo (San Luis) y es coaching ontológico y me dio cuatro nietas hermosas: Brisa, Valentina, Zoe y Olivia. No voy a San Luis tanto como quisiera, pero pasamos las fiestas juntos, siempre.
-Cuando hay baches laborales, ¿qué hacés?
-Pinto. Tomé clases en la Escuela de Bellas Artes y pinto. He vendido alguna que otra pintura, y en casa hay varias. Y hago algún mueble. No me gusta estar tirado en un sofá viendo televisión. Algo para hacer me invento.
-¿Nunca pensaste en retirarte?
-¡No! Me impresiona mucho cuando veo eso reflejado en otros compañeros. Es lo que no quiero. Lo mío es tener salud y fuerzas para seguir porque personajes hay. Es posible que sigamos con Déjame amarte en otros barrios de Buenos Aires. Y en septiembre vamos a hacer algunas funciones de un espectáculo que se llama Cafetín de tango. Patricio Pérez, líder de The Beats, me propuso junto a Cristina Alberó, hacer una semblanza de Julio Sosa con textos de Florencia Aroldi, en el Palacio Libertad. Además, hay una propuesta de Carlos Rottemberg para hacer en el verano en Buenos Aires. La obra se llama Vamos los pibes y hasta ahora estamos Raúl Lavié, Cacho Santoro y yo. Ojalá se concrete.
-Con Cristina formaste una de las parejas icónicas de nuestra televisión…
-Hicimos Trampa para un soñador, Quiero gritar tu nombre, teatro en Buenos Aires, temporada en Mar del Plata y gira en Miami, donde se veían mucho nuestras novelas. Aprovechamos el éxito. E hicimos La ternura hace un par de años y ahora volvemos. Tenemos muy buena relación… Sé que en el imaginario de la gente estaba que fuimos pareja en la vida real, pero eso no sucedió. Aunque sí somos muy amigo. El único problema es que yo sentía que me estaba eternizando en el galán, que tiene fecha de vencimiento y quería continuar trabajando. Me preocupaba eso.
-¿Cómo lograste no eternizarte en el galán?
-El salto fue mi intención de diversificarme. En la obra Vidas privadas estaban Arnaldo André y Solita Silveyra, y dirigía José María Paolantonio, a quien le dije que quería trabajar. Y me respondió: “pero Antonio vos sos un galán de las tardes de Canal 9 y en esta obra el personaje que queda es el de un perdedor”. “No me importa, yo quiero hacer teatro”, le dije. E hice pareja con Mirtha Busnelli.
-Te animaste a salir de la zona de confort.
-Sí. Y otra oportunidad grande fue en el Teatro San Martín cuando el director era Emilio Alfaro y estaba Alberto Ure que me convocó para hacer Los invertidos. En esa obra me descubrieron los directores que me interesaban como Barney Finn, Hugo Urquijo, Villanueva Cosse… Ahí pasé a la vereda del actor galán de televisión que además podía hacer teatro. Nunca me faltó el trabajo. Hoy soy más selectivo, más quisquilloso con la elección final porque no es el afán de trabajar por trabajar sino hacerlo con algo que realmente me movilice. Mientras pueda sostenerme económicamente, esa es mi manera.
-¿Y sos ahorrativo?
-Sí. Un actor tiene que ser ahorrativo. Es imprescindible.
-¿Cómo se vivía la competencia entre galanes?
-Muchos dicen que este ambiente es una verdadera selva. Hace poco me pregunté cómo pude haber atravesado la profesión con total paz y tranquilidad. Nunca sufrí embates de ningún tipo, nadie me pegó un codazo ni quiso estar en la foto antes que yo. La conclusión fue que siempre lo hice de la manera más lucida, porque nunca jodí a nadie y me imponía por mi trabajo. Mi arma siempre fue el laburo. Ese fue mi escudo. No competí ni tuve necesidad de luchar con nadie por un lugar.
-Un galán como vos, ¿hoy está en pareja?
-Si el tipo fue un galán cómo no va a tener un amor (risas). Renunciar al amor es renunciar a la vida, de algún modo.