El viaje de una familia que unió Perú y Centroamérica en Florida con platos como el ceviche y el lomo saltado

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Latin Food Blessing nació de la historia personal de Sara Tito (Perú) y Antonio Méndez (Guatemala), quienes se conocieron en Costa Rica.  (Composición: Infobae)

La historia de un restaurante no siempre comienza en una cocina. A veces nace en un viaje, en un encuentro inesperado o en una decisión tomada lejos de casa. Eso ocurrió con Latin Food Blessing, un espacio gastronómico en Estados Unidos que reúne en sus mesas una parte de Perú y otra de Centroamérica. Su origen está ligado a una historia personal que cruzó fronteras, mezcló tradiciones y, con el tiempo, se convirtió en un proyecto familiar.

El camino de Sara Tito Futimán, peruana de 57 años, y Antonio Méndez, guatemalteco de 59, empezó en Costa Rica. Allí coincidieron mientras ella estudiaba y él trabajaba. Fue en ese país donde se casaron y recibieron a su primera hija, Cecia. Desde entonces, su vida se movió entre viajes, emprendimientos y nuevas apuestas. “Ya ha pasado mucho tiempo”, recuerda Méndez al hablar de sus 26 años de matrimonio.

Con el paso de los años, la pareja transformó su recorrido en una propuesta gastronómica que hoy forma parte del paisaje culinario de Gainesville. El restaurante no solo ofrece un menú con ceviche y lomo saltado; representa también la experiencia de dos personas que convirtieron la adversidad en oportunidad y que hicieron de la comida un puente cultural.

La cocina, más allá de su sabor, cuenta la historia de un matrimonio que unió artesanía y gastronomía, y que encontró en Florida un espacio para compartir la herencia culinaria peruana con nuevos comensales.

De los mercados a la cocina

Antes de la cocina, ambos se dedicaron a la venta de artesanías en ferias internacionales.

Antes de abrir un restaurante, Tito y Méndez trabajaban en la venta de artesanías. Durante su tiempo en Costa Rica viajaron a Europa y Estados Unidos para participar en festivales, donde ofrecían piezas hechas a mano. En 2001, llegaron a Miami con la misma intención, pero un huracán cambió sus planes. Sin dinero para regresar, solo pudieron comprar un auto, lo que les permitió trasladarse hasta Cayo Hueso.

“Y ahí es donde comienza la historia”, comentó Méndez. En ese lugar continuaron con la venta de artesanías en plazas locales, mientras ampliaban su familia con el nacimiento de su segunda hija, Abigail. Con el tiempo, ambas hijas se mudaron a Gainesville para estudiar, y en 2018 los padres decidieron seguirlas.

El intento de vender arte en esa ciudad no resultó como esperaban. “Es un lugar con poco turismo”, explicó Méndez. “La gente que nos compraba ya no quería comprar más”. Ante esa dificultad, pensaron en otra alternativa: la comida.

Comenzaron con licencias básicas y productos simples en mercados de agricultores, como empanadas y guacamole. La respuesta del público fue inmediata. “A la gente le gustó y siempre nos decía que abriéramos un restaurante”, señaló Méndez.

Un restaurante en pandemia

Comenzaron ofreciendo empanadas y guacamole en ferias; el éxito los motivó a abrir un local en 2020. (facebook)

La pareja encontró un local en 2020, justo cuando la pandemia de COVID-19 afectaba al país. Pese al riesgo, decidieron continuar. “Queríamos poner una mezcla de Centroamérica y Sudamérica, pero lo que más priorizamos fue lo peruano”, expresó Tito.

Ella, descendiente del pueblo quechua en los Andes peruanos, vio en la cocina una forma de compartir sus raíces. Incorporaron al menú platos emblemáticos como el ceviche y el lomo saltado. “Son platos de nuestra bandera”, resaltó.

Méndez recuerda que cuando finalmente pudieron abrir en enero de 2021, la respuesta fue alentadora: “Aunque no lo crean, sí que vendimos. Como era nuevo, la gente quería conocerlo”.

Desde entonces, el restaurante funciona como un proyecto de familia. Méndez se encarga de la cocina, Tito apoya en distintas áreas y Abigail atiende a los clientes. El local incluso tiene una figura peculiar: una llama de peluche bautizada como Llamberto, que Abigail nombró cuando tenía 15 años y que se convirtió en parte de la identidad del lugar.

Latin Food Blessing también enfrentó retos. Una inspección de salud obligó a cerrar el local por algunas horas tras reportes de fallas en un congelador y problemas de higiene. Tito aclaró que las cucarachas se hallaron en un equipo fuera de uso y defendió que los trabajadores cumplían con las medidas de limpieza.

El equipo se completa con colaboradores que refuerzan la propuesta del restaurante. Sarita, originaria de Huancayo, Perú, habla quechua y se asegura de que cada visitante disfrute la experiencia “como si estuviera en el Perú”. Marissa, la segunda chef, nació en San Martín, Tarapoto, y es especialista en preparar el lomo saltado, con más de cinco años de experiencia en la cocina.

“Don Antonio”, como lo llaman, además de ser copropietario, se ocupa de que los cocineros tengan todo lo necesario en la cocina. Por otro lado, Carlos y Abby atienden llamadas, reciben pedidos y publican en las redes sociales los especiales del día, extendiendo la presencia del restaurante más allá de sus mesas.

El espacio, decorado con artesanías creadas por la pareja, no solo ofrece comida sino también piezas a la venta, lo que conecta con la primera etapa de su historia. Para Tito, el restaurante es una invitación abierta: “Si quieren aprender más sobre la comida peruana, deberían venir a probarla. El sabor es muy diferente, único… es delicioso”.

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