Si algo caracteriza a la política exterior de Donald Trump es la imprevisibilidad. El que hoy es su mejor amigo puede convertirse mañana en su peor enemigo, y viceversa. Sino basta con preguntarle a Volodimir Zelensky, Vladimir Putin o Narendra Modi. Y aunque, hasta ahora, Nicolás Maduro siempre estuvo en su lista negra, en sus primeros meses de gestión, el presidente estadounidense pareció enviarle algunas señales de distensión: autorizó a Chevron para retomar operaciones en Venezuela, pactó un acuerdo para el intercambio de prisioneros y migrantes con mediación de El Salvador, y concedió alivios temporales a ciertos sectores económicos.
Sin embargo, Trump dinamitó cualquier atisbo de indulgencia en las últimas semanas con una serie de medidas de alto impacto. Primero, elevó a 50 millones de dólares la recompensa por la captura de Maduro. Poco después, la fiscal Pam Bondi anunció la confiscación de 700 millones de dólares en bienes vinculados al mandatario venezolano. Pero el giro más drástico llegó cuando la Casa Blanca comunicó el envío de un grupo anfibio al Caribe como parte de su ofensiva contra los cárteles de droga.
Visiblemente desconcertado, Maduro calificó el despliegue estadounidense como una señal de que “el imperio se ha vuelto loco” y proclamó el lunes la movilización de más de 4,5 millones de milicianos, lo que elevó aún más la tensión. El viernes reforzó su mensaje con la convocatoria a una jornada de “alistamiento nacional” en plazas públicas y cuarteles durante este fin de semana. Una respuesta que, según el internacionalista venezolano Luis Peche, debe leerse más en clave retórica que real: “Maduro no llegó ni siquiera a cuatro millones de votos en las últimas elecciones, con lo cual es poco probable que tenga la capacidad de armar a millones de personas. Más bien utiliza a su base como escudo, como elemento disuasorio ante un posible escalamiento”, señaló a LA NACION.
Aunque generó alarma, la decisión de la Casa Blanca tampoco fue del todo sorpresiva. Trump ya había dejado varias pistas. En su primer día de mandato firmó la Orden Ejecutiva 14157, que advertía sobre los riesgos “inaceptables” que representan los carteles para la seguridad nacional y fijaba como objetivo su “eliminación total”. Ese marco legal abrió la puerta a una militarización del combate al narcotráfico, por lo que la participación del Departamento de Defensa no resulta extraña.
El paso más significativo fue la decisión de equiparar a organizaciones criminales latinoamericanas con grupos terroristas internacionales. Así, estructuras como el Tren de Aragua o el Cartel de los Soles fueron incluidas en la misma categoría que Al Qaeda o el Estado Islámico, y sus miembros catalogados como “combatientes enemigos”.
“Un acto de teatro político-militar”
La gran incógnita es si estas operaciones quedarán circunscritas a maniobras puntuales en el Caribe y otros puntos de América Latina, o si terminarán abriendo la puerta a una intervención directa en Venezuela.
El exembajador estadounidense John Feeley relativizó ese escenario y desestimó la posibilidad de una invasión. “Estados Unidos está montando un acto de teatro político-militar”, dijo a LA NACION, al señalar que Trump “no tiene los votos aquí para lanzar otra guerra extranjera”.
Feeley considera más factible, en todo caso, una demostración de fuerza acotada: “A lo mejor pueden lanzar un misil para que caiga en el eje Esequibo, simplemente como demostración”. Y agregó, con ironía: “Si yo fuera Nicolás Maduro, estaría más que agradecido a Donald Trump. ¿Cuál es el mejor motivo para unificar a un país, después de elecciones robadas y con tanto desacuerdo interno con su régimen, que una amenaza existencial de un gringo con colmillos, misiles y helicópteros?”.
Coincide con este punto Benjamin Gedan, investigador en la Universidad Johns Hopkins y ex director para América del Sur en el Consejo de Seguridad Nacional de Barack Obama. “Veo poco probable una invasión a Venezuela. El rechazo casi universal en Latinoamérica no sería un desincentivo para Trump, pero sí lo sería la formidable logística de ocupar un país tan extenso y complejo, con la presencia de guerrilleros y narcotraficantes bien armados. Pero no descarto por completo la posibilidad de alguna acción militar. Después de todo, el despliegue de buques de guerra muestra que, como suele decir Trump, todas las opciones están sobre la mesa”, advirtió.
El megaoperativo incluye los destructores USS Gravely, USS Jason Dunham y USS Sampson, 4000 marines, aviones P-8 Poseidon de vigilancia marítima, los buques USS San Antonio, USS Iowa Jima y USS Fort Lauderdale y al menos un submarino nuclear. Según fuentes oficiales, se prolongará durante varios meses, con presencia constante en aguas y espacio aéreo internacionales.
Para Feeley, el despliegue resulta desproporcionado en relación con la misión declarada de interceptar cargamentos de droga procedentes de Venezuela. “Es como dar un martillazo para matar a una hormiga. Y por eso dudo que vayan a matar a ninguna hormiga en Venezuela”, remarcó.
El fantasma de la invasión de Panamá
La última intervención militar directa de Estados Unidos en América Latina fue la invasión a Panamá en diciembre de 1989, durante el gobierno de George H. W. Bush. La operación “Causa Justa” movilizó a 27.000 soldados con el objetivo de capturar al general Manuel Antonio Noriega, acusado de narcotráfico. Desde entonces, si bien Washington ha mantenido una fuerte presencia militar y de inteligencia en la región, como con el Plan Colombia en los años 2000 o la Iniciativa Mérida en México a partir de 2008, no ha vuelto a recurrir a una acción bélica tan directa en el hemisferio.
Más de tres décadas después, el paralelismo con Venezuela surge inevitablemente. Al igual que entonces, el narcotráfico y la connivencia de altos mandos con redes criminales son el argumento central. El hecho de que Estados Unidos haya elevado este mes la recompensa por la captura de Maduro bajo cargos de narcoterrorismo y las recientes declaraciones del director de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA), Terry Cole, quien acusó el jueves al régimen de Venezuela de colaborar con las guerrillas colombianas para traficar niveles récord de drogas a Estados Unidos, refuerzan esa narrativa.
Las condiciones, sin embargo, son muy distintas. A diferencia de Noriega, Maduro cuenta con Fuerzas Armadas numerosas y el respaldo de países como Rusia, China e Irán. Panamá, pequeño y aislado, era estratégico por el canal pero carecía de aliados de peso. Venezuela, en cambio, está hoy en el centro de una disputa geopolítica atravesada por el petróleo, la migración y la competencia entre grandes potencias. Por eso, aunque la retórica de Trump y el despliegue militar evocan aquel antecedente, el escenario actual se parece menos a una operación relámpago y más a un tablero de alto riesgo, donde un movimiento en falso podría desatar una crisis hemisférica.
🇨🇴🇺🇸🇻🇪 | Gustavo Petro: «Los gringos están en la olla si piensan que invadiendo Venezuela resuelven su problema». pic.twitter.com/zxRifZea7T
— Alerta Mundial (@AlertaMundoNews) August 20, 2025
De hecho, los gobiernos de Colombia, México, Brasil y China expresaron su preocupación a lo largo de la semana. “Nos oponemos al uso o a la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y a que potencias externas interfieran en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto”, declaró el jueves la vocera del Ministerio de Exteriores chino, Mao Ning, en una rueda de prensa en Pekín.
Un día después, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, sostuvo una conversación telefónica con la vicepresidenta venezolana Delcy Rodríguez, en la que reiteró el respaldo de Moscú frente a la presión internacional.
En contraste, desde el exilio, algunos referentes de la oposición venezolana recibieron las medidas con entusiasmo. Una de las voces más enfáticas fue la de María Corina Machado, quien difundió el viernes un video en el que celebró la decisión como “un paso para cortarle una fuente de ingreso” al chavismo y la interpretó como una señal de que la comunidad internacional mantiene la presión sobre el régimen de Maduro.
#ÚLTIMAHORA María Corina Machado respaldó acciones de EE.UU. contra Maduro: «Se trata de desmantelar una estructura criminal» https://t.co/oNgM5Z53as pic.twitter.com/oMlIBCFFPN
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La estrategia (o falta de)
Pero, más allá de la declarada guerra contra el narcotráfico, surge la pregunta de si existe una estrategia más coherente detrás del brusco giro de Washington hacia Caracas. Según el internacionalista Luis Peche, la política de Trump se despliega en dos planos que parecen contradictorios. “Por un lado, hay un ala aislacionista que sostiene: ‘Vamos a entendernos con Maduro, prioricemos lo económico; no tiene sentido involucrarnos en un conflicto político con un potencial aliado comercial, más allá de las cuestiones democráticas’. Esa visión parecía imponerse con la reactivación de licencias y los recientes intercambios de prisioneros”, explica.
“Sin embargo, la contraofensiva de las últimas semanas refleja el peso de otra corriente, más cercana a los republicanos tradicionales y encabezada por Marco Rubio. Todo indica que Trump deja correr ambas líneas y decidirá con cuál quedarse en función de los resultados”.
En la misma línea, Gedan advierte que la segunda administración de Trump “ya no prioriza la defensa de la democracia —uno de los ejes de la histórica confrontación con el chavismo—, sino asuntos prácticos como la cooperación en materia migratoria”. En ese marco, la disposición del régimen venezolano a aceptar vuelos con deportados desde Estados Unidos, por ejemplo, “podría facilitar una normalización de la relación, aunque en paralelo persista la presión militar”, señaló.
Feeley es aún más categórico y rechaza la existencia de cualquier tipo de estrategia. “Esto es parte de lo que es una política exterior improvisada y de novato. No saben lo que están haciendo. Tienen que acatar todo lo que diga el presidente, y el presidente no tiene coherencia en su forma de pensar internacionalmente. Piensa en el momento y en cómo se ve frente a la cámara. Entonces, cuando tienes un autoritario con rasgos de narcisista, lo que resulta es una política esquizofrénica, que es exactamente lo que estamos viviendo en Venezuela”, dispara.
Sea cual sea la explicación, la paradoja quedó expuesta en una coincidencia elocuente: casi al mismo tiempo que los primeros buques cargados con crudo venezolano partían hacia Estados Unidos, los destructores norteamericanos zarpaban rumbo al Caribe.