Cuba y Venezuela: ¿está listo el liderazgo para operar la transición?

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La aparición de un horizonte de transición política en países sometidos a dictaduras, especialmente si se trata de largas dictaduras como las de Cuba y Venezuela -más de 65 años acumula la dictadura cubana, más de 25 la venezolana-, trae siempre aparejada una pregunta: si ante la realidad del cambio político se contará con un liderazgo que facilite a la sociedad avanzar hacia la construcción de un modelo de convivencia democrática.

Cierto cinismo cómplice, frecuente entre aquellos que prefieren continuar viviendo en dictadura -empresarios, contratistas y comisionistas enchufados; políticos sin apoyo popular listos para vender sus declaraciones contra quienes claman por libertades; beneficiarios de las prebendas del poder- sostiene que, en tanto que el liderazgo adecuado no existe, el riesgo de que la transición sea un puro caos es tan alto que lo más pragmático y conveniente en que el statu quo permanezca inalterado. En dos palabras: que la dictadura permanezca sin los sobresaltos inherentes al cambio político.

Este cinismo no es anecdótico. Va mucho más allá. Es toda una corriente propagandística alentada desde el poder, para promover una especie de pesimismo estructural ante la transición.

Ese cinismo viene provisto de argumentos, por lo general, siempre los mismos aquí y allá: se insiste en que los dirigentes de la oposición están divididos de forma activa; que carecen de la experiencia de gobierno mínima necesaria; que están vinculados a intereses ocultos y contrarios al país; y que no están realmente preocupados por la gestión gubernamental sino por hacerse con el poder y dedicarse a perseguir y ejecutar sus venganzas. Así hablan los compinches y secuaces del poder: convierten algunas medias verdades, como las innegables diferencias de criterio entre unas organizaciones y otras, en factores insuperables e irreconciliables.

Quienes han estudiado los procesos de transición con el debido rigor, lo explican: se trata de un tiempo vertiginoso, de giros y movimientos acelerados, de continuas novedades y soluciones inesperadas. En un plano mayor, los propósitos generales se mantienen -establecer las bases de un Estado y una sociedad plenamente democráticos-, pero en sus ejecutorias, en los pasos para restablecer un estatuto real de libertades, en los espacios que las transiciones despejan para la creación intelectual y artística, en el ambiente de esperanza, de innovación, en la aparición de las energías que toda reconstrucción demanda, lo inesperado no solo es inevitable sino deseable. Lo imprevisto puede ser portador de ideas y oportunidad para el surgimiento de nuevos liderazgos y organizaciones que muy probablemente actuarán como catalizadores de la transición.

Y es que la transición, luego de dictaduras tan prolongadas, no se limita solo a lo político: la transición es también económica, social, cultural, institucional, educativa, comunicacional, comunitaria. Abarca todas las dimensiones de la vida pública. Los Guillermo Fariñas, Berta Soler, José Daniel Ferrer, Alina Bárbara López o Luis Manuel Otero Alcántara en Cuba; o los Edmundo González Urrutia, Delsa Solórzano, María Corina Machado, Andrés Velázquez o Juan Pablo Guanipa en Venezuela, son solo una franja del talento que requerirán los distintos y complejísimos requerimientos que generará la transición.

A la pregunta de lo que la transición requerirá en ambos países sugiero: harán falta organizaciones y liderazgos constructivos en comunidades, barrios y organizaciones sociales; participación de expertos, academias y universidades, que sean factores influyentes y determinantes en las decisiones ejecutivas en todos los niveles del Estado.

Harán falta empresarios con disposición a invertir y a tomar riesgos. Organismos multilaterales que apoyen con recursos y capacidades técnicas los macroproyectos de reconstrucción (por ejemplo, la ruinosa red hospitalaria o las ruinosas instalaciones escolares del sistema educativo público venezolano, cuya precariedad resulta casi imposible de describir).

Hará falta, por supuesto, resetear las instituciones de todos los poderes públicos, así como las empresas del Estado (incluyendo en ello de forma muy destacada a Petróleos de Venezuela), para erradicar la corrupción, devolverles su cualidad de instituciones al servicio de la sociedad y los ciudadanos. La lucha a favor de la meritocracia y contra el clientelismo no se materializa a punta de decretos sino que deriva de la cultura política e institucional y se fortalece con los instrumentos de la contraloría social.

¿Pueden todas estas tareas estar bajo el dictado, la gerencia y los controles de una cúpula política, por muy buenas que sean sus intenciones, por muy reconocidas que sean sus capacidades, por muy meritorios que sean sus equipos de trabajo?

Sostengo que las capas de liderazgo que necesitan Cuba y Venezuela para afrontar sus respectivas transiciones está listo. Surgirá del urgente y profundo deseo de cambio que hay en ambos países. Surgirá del mismo lugar desde el que se ha levantado la voluntad de ir hacia la democracia. Surgirá de las calles. No hay lugar para el pesimismo. Los ciudadanos están listos.

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