La leyenda del Negro Casimiro, el “padre del tango” que dejó una de las primeras piezas del género y que Canaro firmó por él

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Para indagar en el origen prostibulario del tango sirve comenzar por el título de las canciones. Descubrir que “Cara sucia” o “La cara de la luna” no se llamaron originalmente así avalan la teoría. El ámbito hacía que los muchachos tuvieran “la idea fija” a flor de piel. Al punto que todo se tradujera en canciones.

Aquella canción atribuida a Casimiro Alcorta no tenía que ver con la suciedad de un rostro, hablaba de otro tipo de falta de higiene, justamente en ese ámbito prostibulario de donde salieron otros temas de aquella época, como “El entrerriano”, de Rosendo Mendizábal, que fue la primera pieza publicada (1898) considerada tango (refiere a un hacendado de Entre Ríos que frecuentaba un piringundín porteño). De ese tiempo también se pueden rescatar hitos como “El choclo” de Ángel Villoldo, que pasó de ser una referencia al maíz a una exaltación del sentir tanguero -ya pasada por el tamiz de los años y la pluma de otros letristas y compositores: Juan Carlos Marambio Catan y Enrique Santos Discépolo-.

La grabación que Francisco Canaro hizo del tango de Casimiro Alcorta

Entre otras cosas, a Casimiro Alcorta se lo recuerda especialmente por temas como aquel titulado “Concha sucia” que, años después, con los arreglos y la grabación de Francisco Canaro, se hizo conocido como “Cara sucia”. Sin embargo, la leyenda es más grande que la canción. A Casimiro Alcorta (o El Negro Alcorta) se lo considera uno de los precursores del tango.

Era un afrodescendiente -lo mismo que Rosendo Mendizábal y Gabino Ezeiza– que tomó su apellido de Amancio Alcorta, compositor y político nacido en Santiago del Estero, a principios del siglo XIX. Los abuelos de Casimiro, que eran esclavos, trabajaron para Alcorta, durante la primera mitad de ese siglo, cuando el estanciero cumplía funciones de gobierno en el norte argentino. Se establece Santiago del Estero, 1840, como el lugar y el año de nacimiento de Casimiro. Aunque algunos indican que fue en Buenos Aires. De hecho, fue allí donde este descendiente de esclavos comenzó a ganar su buena fama de musiquero, entre 1870 y 1890, empuñando un violín, en compañía de un misterioso clarinetista y guitarrista del que solo se sabe que era llamado Mulato Sinforoso. Solían tocar el Scudo d’Italia, en la casita de Laura y en El Prado Español, entre otros salones.

A Casimiro le pertenecen otros tangos como “La yapa” y “Entrada prohibida” y quizás la inspiración de tantas melodías que luego, ya en los comienzos del siglo XX, otros “legalizaron” en partituras y las sacaron del mundo marginal, aunque sin la firma de “El Negro” Alcorta.

Quien revuelva archivos de partituras de principios del mil novecientos encontrará una que figura como “Cara sucia”, con “arreglos y música de Francisco Canaro y letra de Juan A. Caruso”. Al parecer, estaba inspirada en la pieza de Casimiro, pero no se le daba crédito. Ya en 1917, Canaro hizo conocer su versión del tema, en una grabación.

Canaro, que buscaba el éxito en cada cosa que se proponía (desde hacer un violín de lata que le marcaría el rumbo hasta sus actuaciones en París), hizo propia esta pieza aunque no figure dentro de sus clásicos. En la portada de la partitura publicada aparecía la cara de un chico, porque la primera asociación que se hace con cara sucia es la de un muchachito con la cara marcada por jugar en la calle. Este tango también se conoció como “La carterita”, por Genaro Vázquez. Y otro que cambió de dueño (anterior a este éxito que Alcorta nunca pudo disfrutar) habría sido ”Entrada prohibida”, que llevó la firma de Luis Teisserire, tres años después de la muerte del Casimiro.

Cara Sucia.

Los hurgadores de papiros concluyen que la primera mención que se hace de Casimiro en un trabajo que indaga en la historia del tango corresponde a una publicación en la revista Crítica, de septiembre de 1913, con la firma de José Antonio Saldías, con el seudónimo “Viejo Tanguero”. Muchos años después y tras tantos estudios, el poeta y ensayista José Gobello llegó a esta conclusión: “No pocos tangos firmados por músicos ilustres no son sino viejas melodías anónimas, convenientemente arregladas. Alguien escribió aquellas melodías. Sus anónimos autores –músicos de las ‘academias’ según todo lo indica- fueron los verdaderos padres del tango. Al parecer el más representativo de todos ellos fue El Negro Casimiro. Por eso, no resulta arbitrario decir que el negro Casimiro fue el padre del tango”.

De algún modo, para que resultara apto para todo público el tango terminó siendo domesticado. Y así como “Cara sucia” originalmente refería a las partes íntimas femeninas, por “academias” (en la definición de Gobello) no se debe considerar a instituciones educativas sino a salones de usos múltiples sin habilitaciones, disfrazados de pistas de baile.

La historia de Casimiro es digna de una película porque también se destacó en el baile. Y fue en aquellos tiempos en los que ni siquiera existía la frase “sacarle viruta al piso” cuando conoció a “La Paulina”, una italiana que fue su pareja de danza y de vida, durante sus últimos años.

En el portal TodoTango se la define como una mujer que no pasaba inadvertida: “Una tana rubia, de especial belleza, por más señas, que al parecer enloquecía a los bulliciosos concurrentes en los espesos bailongos del porteño local conocido como Scudo d’Italia, de Corrientes casi Uruguay, que acabó siendo la compañera de ‘El Negro Casimiro’ y en cuyos brazos, dicen que éste murió, y fue sin duda una de las más famosas bailarinas primerizas del tango”.

Hace poco más de dos décadas se estrenó la obra de Andrés Gavajda, El día que conocí a Casimiro. El inventor del tango, que refiere a este personaje. Esta era la sinopsis de presentación de la pieza teatral: Un espectáculo “en donde su personaje narra cómo, en una oportunidad, cuando recluyéndose en una biblioteca para olvidar a un amor reciente, se le aparece el fantasma de Casimiro Alcorta, un negro de la prehistoria del tango. Éste lo lleva a su época para ‘presentarle unas minas’ y ayudarlo ‘a no sufrir por mujeres’. De ésta manera, el intérprete asiste a la vida nocturna ‘clandestina’ del Buenos Aires anterior al 1900. Casimiro, bonachón y buen mozo, violinista ‘inventor’ de melodías y cafiolo, conoce la noche y su filosofía, dando cátedra. Él es ‘ganador’ con las mujeres y vitoreado por los hombres por su inventiva con el violín. Pero, ya entrando en los cincuenta se enamora de una joven italianita, Paulina, a la que salva de las manos de Valeriano, un hombre de avería. Ésta (la más bella de las bailarinas) lo va a terminar alejando de esos lugares, dejando el Negro para siempre ésta vida licenciosa. Termina su vida como cochero de una familia adinerada”.

Más allá de las licencias poéticas que pueda tomar el autor, y la distancia que ha tomado de la historia real, valió la pena el rescate de un personaje que ayudó a darle forma a una música y a una cultura ya centenaria.

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