Lluís Nacenta: “Por más que nos insistan machaconamente, la inteligencia artificial no es capaz de hacer una innovación genuina”

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Reconocido investigador en la intersección entre arte y ciencia, Lluís Nacenta (Barcelona, 1976) se cuestiona si la inteligencia artificial (IA) puede ayudarnos a entender mejor el mundo. Por primera vez en nuestro país, brindó un seminario y clínica de obra en el marco del programa Medialab del Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA) y participó del ciclo Desplazamientos, coorganizado por el CCEBA, Fundación Williams, Oficina de Proyectos, Museo Moderno, Central Affair y La Escuelita. Antes, dio una serie de conferencias en el Centro Cultural Parque de España, en Rosario, y también en Córdoba.

Licenciado en Matemáticas por la Universidad Politécnica de Cataluña, en Música por el Conservatorio del Liceo y con un máster en estudios comparativos de literatura, arte y pensamiento y un doctorado en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra, Nacenta desarrolla su actividad profesional entre la curaduría, la gestión cultural, la docencia universitaria, la escritura y la música. En su nuevo libro Cálculo de metáforas (Penguin Random House), reflexiona sobre cómo la inteligencia artificial ha quebrado los límites entre el lenguaje y las matemáticas.

El catalán Lluis Nacenta estuvo en Buenos Aires disertando sobre arte, tecnología y estética

—¿La IA puede generar un criterio estético propio o siempre estará condicionada con los datos humanos con los que fue entrenada?

—La IA nunca va a poder crear un criterio estético propio. Creo que el mundo científico y técnico no es lo suficientemente honesto en poner en valor la gran cantidad de trabajo humano que está en la base y en el funcionamiento operativo de la inteligencia artificial. Todos los proyectos artísticos interesantes que se hacen con IA son proyectos de cooperación entre humanos y sistemas digitales, donde la parte humana sigue siendo fundamental. Lo que pasa es que, lógicamente, los grandes gurús de la tecnología nos lo cuentan como “mi robot escribe novelas y pinta cuadros”. Porque probablemente desde el punto de vista de la ingeniería eso se ve así, pero desde una cultura artística, desde un conocimiento de la historia, no puedes dejar de subrayar el gran papel humano en el arte tecnológico. Además, la IA no es la primera tecnología que hemos tenido. Hay que fijarse en qué ocurrió con la imprenta, con el cine, con Internet. Hay que analizar cuáles fueron las transformaciones artísticas que esos medios trajeron consigo. Y lo cierto es ¿alguien dudaría de la importancia del humano en el cine? Sería absurdo. No creo que nadie pueda sostener que el humano es menos importante en la fotografía que en la pintura. Del mismo modo, el humano en el arte con la IA sigue siendo importantísimo.

—¿Se vislumbran cambios profundos en la producción artística por el uso de la IA?

—Sí, sí. Es difícil saber exactamente cuáles van a ser, pero va a haber cambios profundos porque la capacidad de automatización, la capacidad de análisis de inmensos bancos de datos (que sobrepasan la capacidad de cualquier cerebro humano), la velocidad de procesamiento, todo eso es nuevo y sin duda tendrá un impacto importante.

—¿Qué impacto tiene la IA en la experiencia estética?

—Lo tiene porque es una mediación constante. Por ejemplo, ahora ha ocurrido algo nuevo, que es que ya no podemos dar crédito a ninguna imagen, ni siquiera a un video que veamos. Esto es nuevo en nuestra experiencia estética. Tú como periodista sabrás muy bien que nunca te puedes fiar del todo de lo que estás leyendo, sino que tienes que saber dónde lo estás leyendo, quién lo escribe, tienes que tener en cuenta el contexto para saber qué tienes que comprender del texto en sí mismo. Pero hasta ahora, en el periodismo decían que la fotografía era la garantía de veracidad del texto o el video era la garantía de veracidad del texto. Eso ya se ha terminado. Ya no hay ninguna garantía de veracidad en ningún menú. Creo que eso es una transformación estética importantísima y que va a dar un papel reforzado al proceso de edición.

—¿Y cómo es esa nueva estética en el arte? ¿Qué características tiene según tu criterio?

—Creo que las artes visuales aún están en un estado inicial de trabajar con imágenes sintéticas, mientras que la música lleva medio siglo haciéndolo. Es pronto para verlo: ahora las imágenes con inteligencia artificial no son interesantes. Son imágenes hiperreales, muy brillantes, con unos colores saturadísimos: tienen algo que te fatiga la retina. Pero yo creo que eso es porque estamos en un momento en el que se quiere demostrar la potencia de la máquina. En cuanto eso se desactive y no haya ningún problema en reconocer la naturaleza sintética de la propia imagen, entonces se trabajará más estéticamente.

—¿Hay un nuevo paradigma de obra colectiva, humano-máquina, que exige repensar autorías?

—Claro, eso sería muy interesante. Ahora se hace de manera abusiva y sin pedir permiso, para sustituir al artista. Pero estaría bien, podría ser una buena fuente de ingresos. Que tú, como artista, pudieras decir: soy un artista reputado, mi mundo estético es interesante para ser incorporado a inteligencias artificiales y, por lo tanto, eso es una fuente de ingresos para mí. Eso sería muy interesante. De la misma manera que el músico cobra cada vez que su canción suena en la radio, eso podría ser una transformación del mercado del arte muy interesante. Lo que pasa es que no hay muchas voces que apunten en esa dirección.

—¿Qué capacidades creativas puede alcanzar la inteligencia artificial? ¿Hay innovación genuina o es recombinación de lo ya existente?

—La inteligencia artificial no es capaz de hacer una innovación genuina, por más que nos lo insistan machaconamente los gurús de las grandes multinacionales digitales. Porque esto es una cuestión matemática: lo que hace la inteligencia artificial es extrapolar en base a lo que conoce. Pero extrapolar no es crear. Es hacer pequeños desplazamientos en base a lo conocido. Hay razones matemáticas, técnicas, para sostener que la inteligencia artificial no es capaz de innovar. Sí que es cierto que si yo le pido a una inteligencia artificial generativa la imagen de un gato, el gato que va a dibujar no es idéntico a ninguno de los que yo le he dado en su entrenamiento. De ahí viene la idea de que es creativa, porque no ha cogido ninguno de los 10 mil gatos con los que yo le he alimentado, sino que ha creado su propio gato. Crear es imaginar un animal que no existe, y la inteligencia artificial es, por naturaleza, incapaz de eso.

—No puede superar a un ser humano ni equipararse a él.

—No, en absoluto. Es que hay que ir con cuidado. Es verdad que son los discursos dominantes, los discursos tecno-entusiastas, de la gente que tiene intereses económicos, en los que todos usamos cada día ChatGPT, Midjourney y Dalí. Pero la creatividad humana es algo francamente poderoso y misterioso; muy difícil de modelar con software. Recuerdo los comentarios de Deleuze sobre el paso de Marcel Proust a Samuel Beckett: eso es inimaginable. Los editores, los directores de museos, los humanos que buscan quién será el siguiente gran artista: es imposible de saber. La creatividad humana tiene un aspecto imprevisible fundamental y la inteligencia artificial solo sabe trazar previsiones que se derivan directamente de lo ya conocido. Eso es muy importante para el mundo del arte donde todo el tiempo está ese fantasma. Hay un alarmismo que me parece infundado. Para mí hay una razón última: ¿qué experiencia quieres tener como espectador del arte? ¿Quieres experimentar, vivir la pieza creada por un humano? ¿Deseas que haya un humano al otro lado de la cadena? Hay un hecho fundamental de leer una novela o ver un cuadro: es que hay un misterio humano, hay alguien allí con quien tienes una conexión misteriosa, pero profundamente relevante. Me parece que el amante del arte, el que ama la pintura, la literatura, la música, no va a renunciar fácilmente a eso. Para que eso se pierda, tienes que convertir el arte en entretenimiento. Entonces ahí sí. Pero no me parece que todo el contexto sólido y articulado –con una trayectoria histórica importante— de gente que ama el arte vaya a renunciar fácilmente a que el arte se degrade a entretenimiento.

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