Una palabra peronista está instalada en medio de los días críticos que vive el Gobierno: “conducción”. ¿Sin conducción puede haber gobernabilidad política y macro? ¿Y triunfo electoral? A sólo seis días de una elección clave y a menos de dos meses de una elección nacional con consecuencias determinantes para el proyecto mileísta, se complica la trama del desorden en el ejercicio del poder. Del orden en la calle y en la macro que definió el primer año de gestión libertaria al desorden en año electoral. Justo cuando la “angustia inflacionaria” quedó, al menos por el momento, en el pasado reciente, otras angustias dominan la coyuntura. Votantes y mercados tienen nuevos motivos para inquietarse. Sin conducción, no hay paraíso mileísta de mercado y consumo.
El Gobierno enfrenta una elección nacional con el desorden instalado en varios niveles: en la macro, con la suba del dólar y las tasas; en la política, con la falta de control del Congreso; en la campaña, con la derrota en Corrientes; en la agenda, con la incapacidad para tomar la iniciativa de una narrativa de esperanza futura; en la identidad anticasta de la gestión, con sospechas de corrupción que van desde el caso fentanilo contaminado al affaire Andis, y en los sótanos del poder, con los audios de Spagnuolo viralizados como si fuera la voz de un influencer de TikTok. El momento no podría ser más delicado. Pero lo es.
Porque los frentes no sólo se multiplican; también se diversifican: llegan ahora a terrenos inéditos en la historia política argentina. Desde ayer, con las denuncias del Gobierno ante Comodoro Py, se acumula una serie de sospechas inquietantes, según la denuncia oficial: “operación de inteligencia ilegal”, “influencias extranjeras con patrones similares atribuidas a operaciones de intereses rusos y chavistas”; objetivo de “desestabilizar el proceso electoral”. La incertidumbre escala a esferas desconocidas aún para la Argentina que está acostumbrada a correr los límites de lo concebible.
Argentina y una de espionaje global
Desde el viernes, cuando se conocieron audios ilegales con la voz de Karina Milei que habrían sido grabados dentro de Casa Rosada, y con la denuncia del Gobierno para evitar la divulgación de todo audio registrado ilegalmente entre esas paredes rosadas, el proceso político argentino acaba de aterrizar en otra matriz: la del espionaje internacional al estilo Estados Unidos elección 2016, cuando Estados Unidos denunció interferencia rusa en la elección presidencial.
Dice el escrito sobre la operación denunciada: el objetivo “es influir ilegítimamente en la opinión pública, alarmar y desinformar a la población, desestabilizar los principales indicadores de la política económica y, de este modo, influenciar el proceso electoral en las próximas elecciones legislativas”. La denuncia del Gobierno apunta tácitamente a un concepto: “golpe blando” contra la institucionalidad política, el proceso electoral y contra la institucionalidad macroeconómica, cuyos indicadores serían víctimas del enrarecimiento del clima político a partir de los audios divulgados.
Con esa estrategia, el oficialismo intenta controlar parte de los audios, los grabados en Casa Rosada, con el argumento de la custodia de un bien superior: la institucionalidad democrática de la Argentina que esos audios violarían.
Ahora se suma, además, una lógica global y con autocracias destacadas, Rusia y Venezuela, como los principales involucrados, además de una serie de actores locales mencionados puntualmente. Voces del Gobierno señalan que habría una conexión entre el lanzamiento en junio del canal de streaming Carnaval Stream, donde se vienen publicando los audios que tienen en alerta al Gobierno, y la intención de opacar y manipular el proceso electoral.
¿Cómo dar el volantazo narrativo que logre enderezar el rumbo de la gobernabilidad? La pregunta alcanza a cada uno de los frentes de problemas que enfrenta el Gobierno. En relación a los audios ilegales, ¿cómo ganar el control del escenario cuando la logística de divulgación de los audios escapa completamente al control del Gobierno? Está difícil. La oposición dura mueve su ficha y talla con su lectura: que el Gobierno contraataca con sus propias operaciones. Contra Spagnuolo como el chivo expiatorio de un sistema de peajes mileístas dentro del mercado regulado de medicamentos, o construyendo una opereta propia que conecta a los protagonistas de Carnaval con maniobras de interferencia electoral global.
Operetas versus verdad
Mercados y votantes están obligados a realizar una operación simbólica compleja: separar la paja del trigo, es decir, diferenciar la “opereta” del contenido de la opereta, y las supuestas operetas opositoras de las oficialistas. Y también, las operetas en general de supuestas operetas de la interna oficialista, los caputistas versus los karinistas, con los Menem incluidos. Como en la guerra, la verdad ha muerto.
No todo audio es sólo una opereta: en el caso de los audios de Spagnuolo, la justicia investiga la posibilidad de que la corrupción y las coimas del Andis mileísta, que involucrarían a Karina Milei y “Lule” Menem, sean efectivamente verdad, más allá del oportunismo electoral de su divulgación. En el caso Spagnuolo lo más grave es la corrupción denunciada, mucho más que la ilegalidad de los audios.
Al mismo tiempo, no toda opereta tiene alguna base de contenido sólido y relevancia pública. Los audios ilegales que contendrían la voz de Karina Milei en Casa Rosada no orientan hacia ningún ilícito, al menos hasta el momento. En este caso, la gravedad está en la vulneración del lugar más custodiado de la Argentina, la Casa Rosada: esos audios resultan más una señal del poder de un aparato paraestatal de espionaje, capaz de intimidar al poder mismo. Y de llegar al corazón del poder presidencial.
Dice el escrito presentado ante la Justicia Federal sobre el objetivo de la operación denunciada: “influir ilegítimamente en la opinión pública, alarmar y desinformar a la población, desestabilizar los principales indicadores de la política económica y, de este modo, influenciar el proceso electoral en las próximas elecciones legislativas”. Pero la denuncia del Gobierno se vuelve peligrosa para el mismo gobierno.
Escuchas y “profesionalismo”
Es una hipótesis gravísima que desemboca directo en las dudas acerca de la capacidad del Estado y la gobernabilidad mileístas a la hora de controlar la seguridad. También, acerca de su capacidad de gestión del secretismo de Estado: con los audios de Spagnuolo y sobre todo con los de Karina, el mileísmo quedó a la intemperie. En la cúspide del poder, la transparencia es una utopía que no debe alcanzarse nunca: todo poder, por definición, es opaco. Pero no debe ser oscuro.
Figuras conocedoras de los pasillos más opacos del poder hacen una comparación con la gestión de Sergio Massa como ministro de Economía: proliferaron y todavía están vigentes las sospechas de peajes indebidos para obtener las legendarias Siras. Lo planteó directamente el jefe de Gabinete, Guillermo Francos, a principios de julio: “No sé si algún juez lo investigará, pero para obtener las SIRA se pagaban coimas”, dijo. Sin embargo, no hubo ni una escucha ni una denuncia firme sobre eso. Para la política no es demostración de transparencia massista sino del peor “profesionalismo”: el que es capaz de poner disciplina en los sótanos de las internas y del poder.
Por un lado, le permite a Milei y su círculo de poder retomar la iniciativa en la agenda y buscar el apoyo de la opinión pública por la desmesura de lo que denuncia: pone al mismo Gobierno y a la democracia como víctimas de una megaoperación de inteligencia extranjera. Una especie de denuncia anticasta que salta de lo local a lo global: Milei como el outsider que viene a acabar con toda apropiación del Estado, y por eso se vuelve blanco perfecto de semejante ataque.
Pero por otro lado, esa denuncia exhibe a plena luz del día la incapacidad del Gobierno para custodiar a la institucionalidad argentina de manipulaciones de las operaciones que afloran desde los sótanos de la democracia, y de la injerencia internacional en supuesta connivencia con actores locales surtidos por esos sótanos.
De Macri a los Menem y los sherpas del poder
Ahí llega la pregunta sobre la pérdida de control de la agenda por parte del oficialismo pero aplicada ahora a la gobernabilidad política mileísta. Hay un problema de origen: el triunfo electoral inesperado de un outsider como Milei encierra los problemas con los que convive su gestión: ¿cómo aprender a gobernar y ganar territorialidad? Entre Macri y Pro, y los primos “Lule” y Martín Menem, Milei delegó todo en Karina y optó por los descendientes del clan Menem. Hoy muchos se hacen una pregunta: ¿Milei eligió a los sherpas políticos equivocados? ¿O fue un error conveniente? Esa pregunta viene de los observadores más críticos y desconfiados que conocen la relación entre política y el uso del Estado como botín.
La derrota contundente de la Libertad Avanza en Corrientes daba ayer letra contra el otro triángulo de hierro, el que integran Karina Milei y los dos Menem: su intransigencia impidió una alianza con el seguro ganador, el radicalismo del gobernador Gustavo Valdés.
Más allá de las sospechas de corrupción, la estrategia llevada adelante en Corrientes dejó expuesto al mileísmo justo cuando necesita controlar la percepción pública: el candidato libertario a gobernador por Corrientes apenas obtuvo el 10% de los votos. Y el candidato del oficialismo radical, el 52%. “Quedó demostrado que las exigencias de Karina y Lule estaban sobrevaloradas. Los tipos eran inflexibles con condiciones inaceptables”, subraya un alto dirigente nacional de Pro. Detrás de esa intransigencia, el dirigente ve “soberbia e ignorancia”: “Valdés quería tenerlos a todos adentro, pero Karina y Lule querían todo. No conocen a los actores políticos: Valdés, o Nacho Torres en Chubut, no se dejan boludear. Están más rayados que Milei”, sintetiza. El gobernador de Corrientes habilitó la participación de todos los aliados con sus propios colores y banderas. “De hecho, fue con el amarillo Pro”, señala el dirigente macrista.
En esa primera prueba correntina, además de Valdés, el otro ganador fue Macri y Pro, que integró la alianza con Valdés y metió una diputada provincial, Sofía Bambrilla. El sherpa que Milei desechó hizo una movida de política territorial exitosa. Esto recién empieza.