La historia de los últimos dos navajos que protegieron el mayor secreto militar de la Segunda Guerra Mundial

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Thomas Begay y Peter MacDonald, los últimos code talkers navajos, son hoy el testimonio vivo de un legado que desafió la historia militar y la memoria estadounidense (AP/Dominio público)

En el 80º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial, Thomas Begay y Peter MacDonald son los únicos supervivientes de un grupo que cambió la historia militar: los code talkers navajos. Estos veteranos, exmarines ya ancianos, desempeñaron un papel esencial al transmitir mensajes secretos durante las batallas más intensas del Pacífico, valiéndose del Diné Bizaad, su lengua materna, para asegurar la confidencialidad de las operaciones aliadas.

Su historia, retomada por National Geographic, refleja tanto la importancia estratégica de su labor como el profundo impacto cultural y humano de su servicio.

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército estadounidense recurrió a hablantes de choctaw, cherokee, ho-chunk, comanche y osage para confundir a las fuerzas alemanas. Estas lenguas, casi siempre no escritas y carentes de referencias, resultaban imposibles de descifrar para el enemigo.

Tras ese éxito, los militares buscaron nuevos idiomas originarios, descubriendo que el Diné Bizaad, con su complejidad tonal y riqueza cultural, era especialmente impenetrable para forasteros.

Siendo apenas adolescentes, MacDonald y Begay asumieron la responsabilidad de llevar el Diné Bizaad al corazón de la estrategia aliada, comprobando que su idioma materno podía ser la más sólida de las barreras (Peter MacDonald/Ronald Begay)

Vivencias y formación de los code talkers

La mayoría de los code talkers eran adolescentes al alistarse en los Marines. Peter MacDonald tenía 15 años y Thomas Begay unos 17. Este último creció hablando solo Diné Bizaad hasta que, a los 13 años, fue enviado a un internado en Fort Defiance, donde aprendió inglés.

El ataque a Pearl Harbor lo marcó: “Estábamos en el campo de fútbol cuando un compañero avisó que los japoneses habían atacado Estados Unidos y que venían a matarnos”, relata Begay. Decidió enlistarse movido por el deber de proteger a Nihimá (“Nuestra Madre”, forma navajo de referirse a América).

Tras pasar los exámenes, Begay fue trasladado a San Diego y luego a Camp Pendleton, donde aprendió código Morse, semáforos y técnicas de comunicación. Aunque esperaba ser artillero aéreo, fue asignado a una clase especial junto a otros jóvenes navajos. Allí, un sargento les reveló su verdadera misión: serían code talkers.

Tanto Begay como MacDonald recibieron instrucción de dos de los 29 navajos que crearon el código en 1942. “Cuando nos dijeron que la tarea era proporcionar comunicaciones secretas, sentí más seguridad al estar con otros navajos, hablando nuestro idioma durante la guerra”, comenta MacDonald a National Geographic. La magnitud de la responsabilidad fue comprensible solo con el tiempo.

El entrenamiento era riguroso: los códigos se guardaban bajo llave y no se permitían notas ni discusiones fuera del aula. Los reclutas, ya fluidos en Diné Bizaad, aprendieron rápidamente cerca de 400 términos especializados. Cada letra del alfabeto se vinculaba con una palabra navajo de igual sonido inicial.

Por ejemplo, para “Iwo Jima”: I: A-chi (intestino); W: Gloe-ih (comadreja); O: Ne-ahs-jah (búho); J: Tkele-cho-g (burro); M: Na-as-tso-si (ratón); A: Wol-la-chee (hormiga). La clave residía en la singularidad del idioma, que impedía cualquier transcripción o interpretación enemiga.

Según el historiador David Hatch, ni la tecnología más avanzada del momento habría descifrado el código, ya que requería un profundo conocimiento cultural.

El adiestramiento de los code talkers exigió disciplina total: los jóvenes debieron memorizar cientos de términos específicos en un entorno de confidencialidad absoluta, forjando una hermandad bajo presión constante (National Archives)

El código en acción: batallas y consecuencias

El 19 de febrero de 1945, Thomas Begay desembarcó en Iwo Jima en una de las batallas más sangrientas del conflicto. Su misión era enviar coordenadas cifradas a los oficiales navales de Estados Unidos, empleando el Diné Bizaad como código indescifrable. “Sentí mucho miedo”, rememora sobre aquellos días donde la supervivencia era incierta.

La percepción de seguridad entre los operadores de radio se perdió rápidamente: esa misma noche, dos compañeros murieron y tres resultaron heridos. Begay permaneció varias semanas en la isla, garantizando la comunicación constante con el U.S.S. Cecil desde la primera línea de batalla.

El sistema de comunicación de los code talkers navajos surgió como respuesta a la necesidad de mensajes seguros. De los más de 44.000 indígenas estadounidenses que participaron en la Segunda Guerra Mundial, solo un grupo selecto de jóvenes navajos, como Begay y MacDonald, fue entrenado para transmitir mensajes vitales mediante un código basado en su idioma ancestral.

Este sistema, jamás descifrado por las fuerzas japonesas, resultó crucial para las victorias en el Pacífico y salvó miles de vidas.

National Geographic señala que ningún otro cifrado militar de la época igualó su eficiencia y precisión, razón por la que el programa se expandió hasta sumar más de 400 integrantes. Hoy, únicamente Begay, quien integró la Quinta División de Marines, y MacDonald, de la Sexta, pueden contar la historia.

Al finalizar el entrenamiento, los code talkers recibieron sus destinos. Begay fue enviado al frente y MacDonald a buques de mando durante invasiones claves como la de Okinawa, la mayor ofensiva anfibia de la guerra.

En ese sentido, MacDonald traducía mensajes al instante, transmitía órdenes a las unidades terrestres y retransmitía respuestas confidenciales a los comandantes. “El almirante y el general dirigían las operaciones desde el barco, con redes de comunicación en inglés y navajo activas todo el día”, explica. Asimismo, un marinero estaba siempre a su lado para entregar o recibir mensajes secretos.

La rendición de Japón el 2 de septiembre de 1945 supuso el final del conflicto. Begay y MacDonald recibieron la baja honorífica como cabos en 1946. Sin embargo, el regreso estuvo marcado por el silencio: debían guardar secreto sobre su labor, ya que el código seguía clasificado para uso militar.

La sociedad desconocía su aporte, lo que profundizó el sentimiento de marginación. “Nuestro regreso fue agridulce”, afirma MacDonald, quien agregó: “Muchos volvimos sin empleo, sin ganado y sin reconocimiento”.

Mientras tanto, la Nación Navajo se enfrentó a nuevas dificultades. La Ley de Reducción de Ganado de 1934 obligó a sacrificar rebaños con el argumento de controlar el sobrepastoreo. Para las familias de Begay y MacDonald, esta medida significó una traición, ya que el ganado, además de alimento, posee un valor espiritual central.

La resistencia a la reducción se saldó con pena de cárcel, según recuerda MacDonald. Los medios solo mencionaban a los “pobres navajos”, sin revelar el papel decisivo del código en la victoria del Pacífico, ya que seguía clasificado.

Los locutores de código, como George H. Kirk y John V. Goodluck, transmitían mensajes cifrados desde las trincheras con equipos militares, garantizando comunicaciones inmediatas y protegidas en plena ofensiva aliada (National Archives)

Reconocimiento, legado y preservación cultural

El programa de code talkers permaneció en la sombra hasta 1968, cuando el gobierno de Estados Unidos lo desclasificó y comenzó a reconocer la contribución de las minorías en la guerra. Desde entonces, los veteranos pudieron compartir sus historias. El primer reencuentro oficial se celebró en 1969 en Chicago y poco después se fundó la Asociación de Code Talkers Navajos.

En 1971, el presidente Richard Nixon les rindió homenaje; en 1982, tras una carta de Begay al congresista Eldon Rudd, el presidente Ronald Reagan declaró el 14 de agosto como el Día Nacional del Code Talker Navajo. Finalmente, en 2001, el Congreso de Estados Unidos otorgó medallas de oro a los 29 creadores del código y de plata al resto.

Durante las batallas en el Pacífico, los code talkers transmitieron más de 800 mensajes sin errores. El impacto de su labor llevó a la creación de la Agencia de Seguridad Nacional tras la guerra, con el fin de prevenir nuevos ataques. Desde entonces, el gobierno invirtió miles de millones de USD en tecnologías de cifrado, aunque la formación lingüística sigue considerándose fundamental para la defensa, como lo demuestra la existencia del Defense Language Institute desde 1963.

Para Begay y MacDonald, el legado de los code talkers trasciende el campo militar: su servicio contribuyó a preservar la cultura navajo. Mientras otras lenguas indígenas corren peligro de extinción, el Diné Bizaad sigue vivo en unas 170.000 personas.

“Nuestro idioma es más que palabras: sin él, perdemos nuestra identidad y nuestra mayor fortaleza cultural”, señala MacDonald a National Geographic.

Al repasar su experiencia, Begay considera que su labor como code talker le permitió honrar la tradición guerrera de su pueblo. MacDonald confía en que las próximas generaciones comprenderán el sacrificio realizado. Ambos esperan que el mundo valore la entrega de quienes defendieron su tierra y su cultura hasta el límite de sus fuerzas.

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