“Un día, agarré un cuadernito para plasmar ideas y dibujé una puerta redonda. No sé de dónde salió, pero me imaginaba un lugar diferente: un hogar de cuentos, un refugio que nos cobijara.” Así entramos a la casa (y a la historia) de Virginia Escribano, interiorista y productora de contenidos, que por años estuvo a cargo de Aires de Bohemia, una tienda y escuela de oficios que marcó un antes y después en la escena deco porteña.
Pegar el volantazo
Con dos hijos, un proyecto exitoso y un departamento en Colegiales, su vida parecía resuelta para todos… Menos para ella. “En un momento de mucha exigencia y colapso, alquilé una quinta en las afueras que inició un proceso de cambio. La naturaleza me fue mostrando un camino en el que yo me podía sentir mejor. Perseguí ese sentir, y terminé comprando un lote en un barrio permacultural Me atrajo la idea de vivir en la naturaleza, cerca de personas con búsquedas similares».
Esa porción de tierra en Escobar se convirtió en un lienzo en blanco donde Virginia imaginó no sólo ambientes, sino toda una nueva vida para ella y su familia. “Me llevó a redefinir lo que es el confort. Antes vivía en un depto muy lindo y cómodo, pero empecé a valorar otras cosas y priorizar más el bienestar: un mate al sol de la mañana, caminar por calles de tierra, estar en contacto con las estaciones».
“Cada revoque es diferente, hay rajaduras, la casa está viva y siempre demanda atención. Vivir acá nos obliga a involucrarnos con el día a día. La casa es nuestro estilo de vida”.
Esta búsqueda la interiorizó en técnicas de construcción y formas de habitar que generaran el menor impacto posible en el entorno natural; una filosofía de vida que terminó influyendo desde en su alimentación hasta en su forma de encarar la jardinería. “Ahí conozco la construcción en barro, y me descubro alineada con esos valores”.
Cuando decía que me iba a hacer una casa de adobe, ¡todos pensaban en un ranchito! Pero yo aposté por incorporarle diseño; mechar mis ideas, referencias y gustos a la hora de proyectar.
Virginia Escribano
“Al reinventar mi vida, decidí que mi lugar de trabajo sea éste. Así empecé a dar talleres de arquitectura sustentable, permacultura y jardinería asilvestrada para compartir mis vivencias y aprendizajes con quienes quieran recorrer un camino similar.”
La divina cocina
Una de las decisiones fundamentales fue darle protagonismo la cocina, destinándole una planta octogonal en el centro de la casa.
La inspiración fue una carpa tipi, a partir de la cual surgen los distintos espacios como pétalos de una flor. “Combinamos aberturas de demolición con otras DVH, ventanas cenitales y un jardín interior para que el adentro dialogara con el verde. Pequeños gestos cotidianos para vivir más en contacto con los ciclos naturales”.
“No es sólo una cocina integrada: es el ambiente principal. Quería que todos los ambientes desembocaran acá”.
“Predomina una idea de austeridad, pero austeridad bien entendida: lo justo y necesario, liviano a la vista y fácil de ordenar, porque somos un montón”.
Despertar con el sol
El dormitorio principal es el único ambiente que hay en planta alta, separado del resto. Si por for fuera las paredes están revestidas con madera de laurel, por dentro la ambientación gira en torno a la gran ventana circular junto a la cama, que deja entrar la copa de los árboles y el amanecer.
“No hay persianas, me levanto con la luz de sol. Lo primero que veo al abrir los ojos es todo ese verde”.
El jardín de las delicias
“La casa está envuelta en naturaleza. Eso también se lo dio el techo vivo: reservamos la tierra que se sacó cuando se hizo la platea, para poder conservar ahí un banco de semillas que estaban acá desde antes. Gracias a eso, el techo tiene una gran biodiversidad, es parte del terreno”.
Más allá del diseño interior, el fuerte del proyecto siempre fue el entorno que le brinda el paisaje, casi como un habitante más de la casa. En ese terreno, Virginia sumó un molino, un gallinero, un invernadero, y diversos sectores con plantas nativas y pastizales, algunos de los cuales dieron lugar a un jardín de mariposas.
“No estamos aislados, seguimos siendo parte de un determinado sistema, pero acá hay más margen para encontrar ciertos aires y pausas. Nuestros fines de semana son para cuidar el jardín y cocinar, no para ir al centro comercial”.