Empecé a pensar que en una era de velocidad no hay nada más estimulante que avanzar despacio. En una era de distracciones, nada puede ser un lujo más exclusivo que prestar atención. Y en una era de movimiento constante, no hay nada más importante que quedarse quieto”. Con esas palabras el escritor Pico Iyer cerró en 2014 una charla TED que hasta ahora ha sido vista 3,7 millones de veces y que derivó en un libro: El arte de la quietud.
Son palabras precisas y cada vez más relevantes. Extrañamente, El arte de la quietud es el único libro traducido al español de este celebrado autor nacido en Oxford en 1957, hijo de padres indios, que se crió en los Estados Unidos (estudió en Harvard, en Oxford y en Eton), que trabajó como periodista de la sección de noticias internacionales de la revista Time y que, desde hace tres décadas, vive entre California (donde está la casa de su madre) y Nara, Japón, donde comparte un apartamento pequeño con su pareja, una mujer llamada Hiroko.
Mientras daba vueltas al mundo, Pico Iyer ha escrito 17 libros brillantes: los primeros fueron crónicas de viajes con una mirada muy sagaz sobre la cultura global (Jan Morris, una firma legendaria entre viajeros, dijo: “Pico Iyer es un escritor sin igual”); los que vinieron después responden a un estilo más personal, más meditativo y más reflexivo, con influencias de la filosofía budista y de autores como Henry D. Thoreau, el monje trapense y poeta Thomas Merton o el poeta y cantante canadiense Leonard Cohen.
Por ejemplo, en The Half Known Life: In Search of Paradise, un libro de 2023, Iyer viajó por Irán, Corea del Norte y otros sitios para preguntarse cómo encontrar la paz en medio de las dificultades y por qué tantos aparentes paraísos se convierten en zonas de guerra.
Su nuevo libro, que acaba de aparecer, se titula Aflame. Learning From Silence (que podría traducirse como “Ardiente. Aprendiendo del silencio”). Certero y poético, es una exploración del silencio y del vacío, quizás cercana a la que hizo Pablo D’Ors en Biografía del silencio. “Leer Aflame puede ayudar a mucha gente a llevar una vida de mayor compasión y a tener una paz mental más profunda”, nos advierte desde la contratapa el Dalai Lama (quien a su vez ha sido perfilado por Iyer en 2008, en un libro sobresaliente: The Open Road).
Aflame está basado en 33 años de retiros de silencio en un monasterio de la orden camaldulense en Big Sur, California, adonde Pico Iyer fue y continúa yendo. “Aquí el mundo no se borra, solo vuelve a sus proporciones adecuadas”, escribe en este libro. “No es cuestión de encontrar algo, sino de dejar que todo lo extraño desaparezca. No existe el tiempo muerto cuando todo está vivo y lleno de posibilidades”.
–Lleva mucho tiempo yendo a los retiros de silencio. ¿Por qué escribió este libro justo ahora?
–Nunca he visto un mundo tan distraído como el actual, lo que significa que estamos perdiendo nuestro “yo” más profundo en un tsunami de cosas. Y nunca he visto un mundo tan dividido como el actual: nos dividen ciertas palabras y ciertas creencias. El silencio, en cambio, está más allá de eso y puede unirnos como si fuera un remedio. Por último, nunca he visto un mundo tan desesperanzado. Hoy hay mucho de qué preocuparse: guerras, tecnologías descontroladas, cambio climático, ansiedad. Por todo esto he esperado 33 años para escribir este libro. Como escritor quiero arrojar luz, calma, confianza y claridad. Eso es lo que encuentro en los monjes camaldulenses, pero incluso quienes no somos religiosos (y yo ni siquiera soy cristiano) queremos confiar en el universo.
–¿Entonces es optimista aunque las cosas se vean complicadas en el mundo?
–Soy muy optimista. Estamos demasiado inmersos en el día a día y casi todas las noticias son malas, pero si retrocedo un poco, cuando pienso en mi vida veo que el planeta ha avanzado más allá de lo que uno podría imaginar en términos de tecnología, en cuanto a la identidad global de las personas, en cuanto a los derechos de las mujeres o de las personas de piel oscura. Estamos hipnotizados por lo que pasó hace seis minutos y no podemos ver que el arco de la historia en muchos sentidos avanza. Es importante tomar distancia: este momento puede ser malo pero es solo un momento en una serie de momentos.
–¿Qué ha descubierto sobre usted mismo al hacer silencio?
–Creo que todos tenemos un yo social y un yo silencioso. El yo social aparece cuando necesitamos comunicarnos, pagar nuestros impuestos o hacer nuestro trabajo. Pero no podemos perder nuestro yo silencioso, que probablemente es indescriptible. Hoy estamos tan atrapados en la distracción que perdemos el contacto con lo más verdadero de nosotros mismos. Por eso busco el silencio. Cuando lo encuentro, descubro que el mundo es mucho más rico de lo que imaginaba. Salgo de mi mente y recuerdo lo inseparable que soy de todo lo que me rodea. Soy una gota en el océano, y eso es reconfortante, porque el océano durará mucho más que yo. No estoy encerrado en mi pequeño ser; soy parte de algo más grande. Además, la soledad del silencio es una puerta a un sentido profundo de comunidad y de compasión: al estar solo reúnes lo que tienes para compartir.
–Aflame es uno de sus libros más logrados. ¿Cómo fue el proceso de escritura?
–El desafío fue reducir 4000 páginas de notas y condensarlas en algo directo y sencillo como un haiku. En estos tiempos la gente tiene poca capacidad de atención, por eso tuve que dejar de lado una parte del material, hermoso y emocionante, para contar la historia de una manera muy clara y concisa. Traté de que cada pasaje resonara como una campana; mi esperanza es que un lector pueda tomar cualquier párrafo y, si está nervioso o se siente fastidioso, pueda bajar la velocidad de su actividad y volver a una parte más silenciosa y profunda de sí mismo, incluso eligiendo una página al azar, aunque por supuesto yo quisiera que la primera vez que el lector lea el libro se sienta atrapado en la historia lo suficiente como para leerla hasta el final.
–Traducir el silencio a palabras no es un ejercicio para escritores novatos. ¿Cómo lo hizo?
–Creo que eso lo hice dejando espacio en blanco entre las escenas. Hay mucho espacio en blanco en las páginas de Aflame y todo parece estar en silencio. Así que la idea es casi que el lector escuche lo que no se dice y sienta a un nivel sensorial que está en ese lugar situado más allá de las palabras. Intenté ser lo más económico posible. Creo que algo que he aprendido de mis monjes y es que cuantas menos palabras se dicen, mayor es el impacto. Cuando un monje habla, suele decir una sola frase, sin “eh”, sin “ah”, sin titubeos: una frase perfecta. Lo que dice es rico porque se siente como si viniera de un pozo de 25 metros, y se puede oír todo el silencio que hay debajo y a su alrededor. Incluso he escrito sobre el monje [y cantante] Leonard Cohen, que fue un mago de las palabras pero que, cuando hablaba, lo hacía con pocas palabras. En Japón se habla del dedo que señala a la luna: no hay que concentrarse en el dedo si no se quiere perder la belleza de la luna. Así que, como escritor, lo único que puedo hacer es usar palabras para señalar el silencio y lo que está más allá de las palabras.
–¿Podría contarme sobre sus orígenes? ¿Cómo han influido en su literatura?
–Nací en Oxford, Inglaterra. Mis padres eran de la India y nos mudamos a California cuando yo tenía siete años. Pero desde los nueve años fui a una escuela en Inglaterra. Tres veces al año volaba desde el verano del amor hippie de California a un internado inglés del siglo XV. Me acostumbré al pasaje entre culturas y hoy creo que ese movimiento está lleno de emoción y de posibilidades. Así fue que obtuve tres pares de ojos, tres maneras de ver, tres perspectivas: podía ver California con ojos ingleses o Inglaterra con ojos indios. Cuando era un niño, esto era muy raro. Yo era el único chico de piel oscura en todas las aulas. Ahora, cuando vuelvo a la que fue mi escuela, casi todos los alumnos vienen de China, Rusia, Nigeria o de algún otro sitio: el mundo se ha vuelto más interesante y el patio de recreo es un lugar de aprendizaje tan importante como el aula. Para la mayoría de la gente, el hogar hoy es un collage, un mosaico compuesto de lugares. Vivimos en tiempos fluidos y esa es otra razón por la que soy optimista sobre el mundo.
–Ha mencionado recién algunos asuntos del presente. ¿Cómo ve la inteligencia artificial? ¿Es una amenaza para la humanidad o es el beneficio que tanto buscábamos?
—No sé mucho sobre inteligencia artificial. Como escritor, creo que mi desafío es seguir sorprendiéndome. La inteligencia artificial no logrará producir un artículo perfecto de Pico Iyer porque cada vez que escribo, suelo intentar cosas que nunca había hecho. Y la IA solo trabaja con el pasado. Así que, cuando la gente se preocupa por lo que la IA les hará a los escritores o a los artistas, creo que hay un modo de preservarse y este es no repetirse. Como ocurre con todas las tecnologías, el reto es el mismo de siempre: asegurarnos de no ser sus esclavos, sino sus amos. Esto se aplica también a los teléfonos celulares. Viajo mucho, trabajo como periodista y nunca he usado un celular porque no confío en ellos. Creo que ya tengo suficientes distracciones en mi vida. Son tiempos difíciles para el periodismo y la escritura, pero el periodismo como forma de testimonio sigue siendo urgente porque en esta era de información sabemos cada vez menos del mundo. Y menos aún de los países sobre los que más oímos hablar. En Estados Unidos oímos hablar mucho de Irán, de Corea del Norte o de Cuba, por ejemplo. Pero solo oímos sobre política, armas nucleares y economía. Escuchamos muy poco sobre la vida cotidiana en esos lugares. Así que varias veces me propuse ir y experimentar esos sitios de primera mano: confío más en mis sentidos que en las noticias.
–¿Todavía se considera un escritor de crónicas de viajes? ¿O es un escritor sin género, que busca historias en los viajes?
–Nunca me he considerado un escritor de crónicas de viajes. Viajar es simplemente una forma de investigar temas que a uno le interesan. Cuando empecé a escribir me interesaba la mezcla de culturas y viajar fue la mejor manera de explorarla. Últimamente, he estado viajando por Jerusalén, Benarés y otros lugares, pero viajar siempre ha sido, apenas, un medio para abordar las preguntas que a uno le preocupan en casa. Aunque cuando estoy en casa me estanco en mis hábitos y me distraigo con otras cosas. Dentro de dos semanas estaré en Uzbekistán y seré un anónimo en la calle: será para mí un estado de gran receptividad y ahí podré escuchar y recordar lo que más me importa, con más claridad que cuando me encuentro en casa.
–Este tipo de cosas propuso en su famoso ensayo “Why We Travel” (“Por qué viajamos”) y en sus charlas TED. Allí juega con la paradoja. Ha hecho de ella un método para aproximarse a las cosas. ¿Cuál es el poder de la paradoja?
–Encontré un buen método en la paradoja porque no quiero reducir el mundo a respuestas. Fue Japón el sitio que me ha liberado del pensamiento en blanco y negro, y me ha recordado que los extremos están entrelazados. Cuando llegué a Japón, hace mucho tiempo, escuché que la vida se trataba de participar alegremente en un mundo de sufrimiento. Es decir, el sufrimiento siempre estará presente, pero no excluye a la alegría. China es la fuente de todo esto y siempre ha sabido que no se trata tanto de contradicciones como de complementariedades. De hecho, siento que el corazón del mundo es una paradoja que no tenemos que resolver, aunque deberíamos encontrar la manera de vivir con ella. Probablemente sea como con nuestras parejas, nuestros amores. ¿Cómo encontramos la manera de estar con una pareja todos los días? Esa es la pregunta. La paradoja ha sido el centro de mi pensamiento y, como dije, en Aflame las palabras son la única manera de acercarse al silencio.
–Usted visitó tres veces la Argentina. ¿Hay algún escritor argentino que lo haya influenciado?
—Sí, bueno, claro, ya en mi adolescencia Borges me influyó enormemente. Todos mis amigos leían a Borges en los años 70. De hecho, él era bastante anglófilo, amaba a Kipling y a Chesterton, y si alguno de mis amigos del colegio o de la universidad iba a Buenos Aires, lo buscaba para leerle literatura inglesa. Cuando él viajó por los campus del oeste de los Estados Unidos se volvió una figura muy importante para todos nosotros. Hay una pequeña editorial en la India que hace poco publicó una serie completa de sus entrevistas traducidas al inglés. Y es fantástica. No sé si a Borges se le podría llamar “paradójico”, pero creo que vivió en un lugar que estaba más allá de las simplicidades.
–Por último, aunque, paradójicamente, quizás este sería un principio posible: ¿cómo se presentaría ante los lectores argentinos? ¿“Pico Iyer es un escritor que…”?
–Es una pregunta difícil de responder. Creo que Pico Iyer es un escritor que ha estado explorando el mundo global y sus posibilidades, el alma y los paisajes interiores, y a la vez preguntándose cómo podemos mantenernos enfocados y orientados en un planeta cada vez más confuso. En realidad, pienso que mi escritura busca ideas sobre la disolución de las fronteras y busca mostrar cómo yo, siendo un niño en Inglaterra, tenía tanto para aprender de un escritor argentino como Borges, y cómo los argentinos tienen también la oportunidad de aprender de escritores de… todo el mundo. Cuando estuve en la Argentina percibí un discurso intelectual que era un tesoro excepcional e importante, y creo que si me presentara ante los lectores argentinos, diría: “Puedo mostrarles el mundo, desde Irán hasta Corea del Norte y Yemen, pero también puedo intentar responder sus preguntas respecto a cómo equilibrar la esperanza y el realismo, y cómo ver el mundo tal cual es, sin perder el optimismo”.
CRONISTA DEL MUNDO Y DE LA INTIMIDAD
PERFIL: Pico Iyer
Pico Iyer nació en Oxford, Inglaterra, en 1957. Obtuvo una beca para la universidad de Eton y luego una beca Demyship para el Magdalen College de Oxford, donde se especializó en literatura inglesa.
En 1980 se convirtió en profesor asociado en Harvard, donde obtuvo una segunda maestría y recibió un doctorado honoris causa en Letras y humanidades.
Como periodista especializado en crónica internacional y de viajes escribió durante más de treinta años para Time, The New York Times, The New York Review of Books, Financial Times y Los Angeles Times, entre otros medios.
Es autor de 17 libros, traducidos a 23 idiomas. Sus cuatro charlas TED recientes han recibido más de once millones de visitas. Vive entre California y Japón.