Imaginemos por un momento que Diego Armando Maradona no hubiese sido el 10 más grande de la historia, sino el CEO de una multinacional o una empresa argentina grande. Ya me los imagino a los accionistas en Nápoles tratando de entender cómo alguien podía ser al mismo tiempo un genio del management y un caos viviente. Porque si algo nos dejó Diego Maradona es esa extraña mezcla tan argentina: tocar el cielo con las manos y, en la misma jugada, enterrarse hasta el barro.
Maradona CEO no necesitaría un MBA en Harvard. Su currículum diría: campeón del mundo, creador de milagros imposibles, líder carismático, inventor de la gambeta como estrategia corporativa. ¿Quién necesita un curso de “Liderazgo adaptativo” cuando puede mostrar el gol a los ingleses en el 86? El case study de su management no se daría en Stanford, sino en las canchitas de Fiorito, porque ahí es donde se aprende lo esencial: sobrevivir con nada, reinventarse con todo, y no pedir permiso nunca.
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La cultura organizacional
La empresa de Maradona tendría una cultura organizacional hecha de potrero. Nada de mission statement redactado por consultoras a 1000 dólares la hora. La misión sería simple: salí a ganar, aunque no tengas los recursos. Y la visión: si nos subestiman, mejor; gol de media cancha. El código de conducta, directamente, no existiría: se reemplazaría por la picardía criolla. El gerente de Compliance se volvería loco, pero la moral de la tropa estaría en las nubes. Una empresa bien criolla.
Porque Diego entendía de engagement. Sus equipos lo seguían no por el bonus de fin de año, sino porque él transmitía algo que ningún plan de incentivos puede comprar: fe. Obvio, como buen líder carismático, hay admiración. Y en el caso de Maradona se nos extinguiría la capacidad de razonar cualquier cosa que el ídolo proponga. Y cuando el líder cree, el resto se prende fuego con él. Eso sí: también existía la otra cara. Un vestuario (o directorio) dividido, crisis de egos, alianzas frágiles. La argentinidad al palo.
Estrategia: la mano de Dios
En términos de estrategia, Maradona CEO tendría dos modos de operar. Uno, la “mano de Dios”: ganar aunque sea con recursos no del todo… ortodoxos. La otra, el “gol del siglo”: demostrar que, aun cuando el mundo cree que estás perdido, podés gambetear a todos y llegar al objetivo. Ambas estrategias son arriesgadas, pero profundamente efectivas. Y, como buen argentino, Diego sabía que en este país el manual de Porter se respeta hasta cierto punto, el punto en el que el propio Porter no sabría qué hacer en este contexto. Entonces, mejor improvisar. En la Argentina, donde los planes estratégicos duran menos que un ministro de Economía, improvisar es la única ventaja competitiva. La improvisación como modelo de negocios: ¿quién dijo que no era sustentable? En la empresa maradoniana el proceso de selección miraría las siguientes competencias: agilidad, flexibilidad total, capacidad de atar con alambre cualquier cosa e improvisar todo lo que se pueda.
El directorio y los accionistas
¿Cómo funcionaría el directorio de Maradona? Fácil: él hablaría 40 minutos sin que nadie lo interrumpa, mezclaría anécdotas de Nápoles con citas de Perón, y terminaría gritando “¡La pelota no se mancha!”. Los accionistas, entre confundidos y emocionados, lo aplaudirían de pie. Porque Diego tenía algo que ningún CEO con PowerPoint tiene: autenticidad. Y esa, aunque incomode a las Big Four, es la moneda más escasa en las empresas de hoy.
Eso sí, los informes trimestrales serían un escándalo. Las métricas cambiarían de un mes al otro según el humor del jefe. La volatilidad marcaría la cancha y el CFO viviría al borde de un ataque de nervios. Y si algún inversor osara criticar al management, Maradona le respondería a su manera cuando nadie creía que lograría la clasificación del equipo nacional: “Que la sigan chupando”.
Gestión de crisis
Maradona CEO sería un experto en crisis management, aunque más por experiencia que por método. Se equivocaba, caía, se levantaba, volvía a caer y volvía a levantarse. Nassim Taleb, acuñó el concepto de Antifrágil. La antifragilidad de Taleb se trata de la propiedad de un sistema para progresar al ser expuesto a shocks, fallas y la aleatoriedad que caracteriza a nuestro mundo. Maradona es la antifragilidad llevada al apogeo. A diferencia de los manuales de management que venden resiliencia en cinco pasos, Diego la practicaba en vivo, con las cámaras encendidas y el mundo opinando. Su empresa, por momentos, sería un manicomio. Pero, paradójicamente, siempre sobreviviría. Porque la argentinidad al palo es eso: caer mil veces y seguir estando de pie, aunque sea tambaleando.
Legado y sucesión
La gran pregunta para cualquier empresa familiar o multinacional es la sucesión. ¿Quién podría suceder a Diego? Nadie. Y ahí está el problema. Como muchos fundadores argentinos, Maradona no pensó en herederos. La compañía era él. Su talento era irrepetible, su estilo imposible de delegar, y su personalidad un problema para formar un sucesor. Lo que dejó fue un mito, y los mitos no se gestionan: se veneran. Como buen líder carismático, Diego construyó todo alrededor de sí mismo. Y cuando se fue, quedó un vacío que ninguna consultora de executive search podría llenar.
Maradona CEO sería el espejo perfecto de la Argentina: brillante y contradictorio, apasionado e indisciplinado, capaz de lo mejor y de lo peor en la misma jugada. Una empresa con él al mando sería un cóctel de genialidad y riesgo permanente, de épica y de quilombo. Un lugar donde todos nos sentiríamos en casa, porque, en el fondo, eso somos los argentinos: sobrevivientes creativos en un país que nunca te da la pelota redonda.