El Gobierno al desnudo: un strip-tease que nadie quería ver

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Durante este año y medio mantener la honestidad intelectual ha sido tan fácil como preservar la castidad en un prostíbulo. En vísperas de una elección trascendente –era municipal pero las “fuerzas del cielo” la han transformado en un plebiscito de vida o muerte- el problema se extrema: los sensatos de a pie, los republicanos de verdad, están acorralados y con temor a un “día después” potencialmente dañino para la economía. E intuyen que la única esperanza para un gobierno que llega debilitado por sus propias soberbias e impericias y su agresiva estupidez, consiste en que el miedo al kirchnerismo despierte al decaído y vacune al engripado. O dicho en otros términos, que muchos “mabeles y raúles”, “viejos meados” y “ñoños de las formas” olviden agravios y también la comparsa gestionaria y el cachivache político y moral, eviten la deserción cívica y eludan el “voto testimonial”; se tapen la nariz o finjan demencia, y voten por los lunáticos actuales para que no triunfen los anteriores en este frenopático de película. Y aun así habrá que ver cómo actúan los otros sectores desencantados de las clases menos favorecidas, que habían depositado ilusiones en la motosierra y ya descubrieron que su filosa hoja dentada no ha dejado de podar sus bolsillos. Sólo Dios sabe cuál será el dictamen de las urnas en la provincia de Buenos Aires. Pero lo cierto es que la opinión pública ha presenciado durante esta campaña de casi dos meses un strip-tease escalofriante, donde el oficialismo nacional se ha ido despojando prenda a prenda de sus presuntas virtudes e imposturas, y ha quedado desnudo en su impotencia para estabilizar la economía, gobernar la política y edificar un modelo de valores éticos alejados de la “casta”. Fueron sesenta días penosos donde el mileísmo pareció dedicado con ahínco a devastar la confianza en su propia gestión.

Cuando referentes de la ortodoxia como Broda, Arriazu y Cavallo se apresuran en alertar acerca de los graves errores de la macro y de la política monetaria -con sus parches, yerros, volantazos e improvisaciones-, y terminan coincidiendo con las advertencias de profesionales de alta gama como Melconian, Dal Poggetto, Lacunza, Redrado y Laspina, y con empresarios de diversos rubros que manifiestan su preocupación en público o en privado, hay que llegar a una simple conclusión: la credibilidad del “mejor gobierno de la historia” está dañada. Traduzcamos todo esto a un proverbio posible: mucho cuidado porque cuando todos son “econochantas” probablemente el econochanta seas tú.

Un sujeto sin mayorías dedicado día y noche a traicionar propios y aliados, hostigar centristas y generar antagonistas rabiosos, obtiene estos resultados obvios y evitables

No sólo se llega al período comicial con un dólar histérico, un riesgo país muy alto, renovado estancamiento y consumo raquítico, sino con un estruendoso escándalo de presunta corrupción que ha resultado verosímil para la mayoría social y que puede ser un fósforo de indignación en el polvorín de la mishiadura. A la inquietante idea de que, en realidad, los “ensobrados” estaban en las entrañas de la administración pública se suma la indigencia táctica que demostraron los muchachos del León –en la adversidad se calibra la calidad de un equipo gubernamental- al surcar una crisis de este tamaño y al intentar responder a un carpetazo de manual: en todo momento los libertarios actuaron como culpables, desde el silencio estupefacto del principio –cuando no sabían exactamente qué decir ni qué iba a pasar-, hasta cuando balbucearon una narrativa destartalada y poco convincente, e incluso más tarde, cuando arremetieron judicialmente no contra los sospechosos de adentro y de afuera del Estado, sino contra la prensa, requiriéndole a un juez cuestionado censura previa y allanamientos a periodistas. Todos fueron testigos de esa sinuosa vacilación -parecían en nocaut técnico- y también de ese arranque virulento, donde insinuaron tener mucho pero mucho que ocultar. Incluso se dio cuenta de todo este drama la desmoralizada tropa propia, que no sabía dónde meterse ni a qué preámbulo acudir. A imagen y semejanza del kirchnerismo –conjura mata trastada-, recurrieron a una conspiración internacional en la que nadie creyó: no eran la sinarquía ni los “kukas”; el Gobierno se desestabilizaba a sí mismo, y a una velocidad de vértigo.

A todo eso se añaden, por supuesto, las pesadas secuelas de pretender copiar la praxis peronista con el objeto de derrotar al peronismo, y no sólo en su turbia faena “recaudatoria”: la ciudadanía pudo apreciar cómo, en el acto de cierre de Moreno, al líder que venía a oxigenar la política lo protegían siniestros matones de distintas barras bravas que usualmente trabajan para los barones y sindicalistas más rancios. Copiar la praxis del enemigo –ya lo hemos dicho- puede ser eventualmente eficaz. Pero a la corta o la larga, te convierte en el enemigo. El involuntario strip-tease continuó con el increíble empeño puesto por los hermanos Milei para no perderse una serie de derrotas provinciales donde la consigna era “violeta o nada”. El resultado de esa “genialidad” fue nada. O algo peor: una enemistad resignada pero peligrosa por parte de gobernadores e intendentes que podrían haber acompañado al oficialismo, y que puestos contra la pared retiraron toda colaboración. En el Congreso Javier Milei prácticamente logró la unidad nacional. La unidad contra él, sus caprichos, sus leyes injustas e inviables, y contra el trasnochado concepto antidemocrático de que es sostenible el imperio de la vetocracia. Un sujeto sin mayorías dedicado día y noche a traicionar propios y aliados, hostigar centristas y generar antagonistas rabiosos, obtiene estos resultados obvios y evitables. Una parte de la sociedad, harta de la decadencia, le pidió que fuera contra todos, y que no quedara ni uno sólo, pero hoy comienza a darse cuenta de que sin una estrategia realista de acuerdos se harán imposibles la estabilización, la gobernabilidad y las reformas de fondo. Pase lo que pase en octubre, y quizás el Gobierno logre un triunfo que compre más tiempo para arreglar los desperfectos que él mismo provocó, el modelo del odio sistémico ha demostrado su fracaso. Kirchneristas rasgándose las vestiduras en nombre de la república y republicanos defendiendo lo indefendible, añaden color (negro) a un show de obscena deshonestidad intelectual que no nos ha ahorrado ningún disgusto. Ocurrió en un ambiente de hipocresías cruzadas donde muchos cedieron a la tentación de prostituir sus principios. Triste.

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