Cómo se vivió la votación en el corazón de La Matanza, el distrito clave de la elección

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El asentamiento Las Achiras, donde Javier y Karina Milei encabezaron la foto con la bandera

En los postes de madera que sostienen el alumbrado, en los cimientos de los puentes que cruzan la ruta, en las paredes que primero se pintan de blanco para después delinear un apellido, por todos lados, algún afiche impreso o alguna mayúscula a mano reproducen algunos de los nombres que están en las boletas de los cuartos oscuros de este domingo que es electoral en la Provincia.

A lo largo y a lo ancho de La Matanza los carteles nombran al intendente Fernando Espinoza, al gobernador Axel Kicillof, a la vicegobernadora y candidata testimonial Verónica Magario. Algunos, incluso, mencionan a Cristina Fernández de Kirchner como candidata a diputada provincial por la Tercera Sección, que abarca este enorme partido bonaerense y que, con más de 5 millones de personas habilitadas para sufragar, es la segunda más numerosa de todas las que componen la Provincia. Ni la lluvia ni la condena a prisión borraron de algunos puentes los carteles con la cara y el nombre de Cristina.

En este distrito gobernado por el peronismo desde el regreso de la democracia, en medio de toda la señalética del oficialismo hay apenas un gran cartel con la cara y el nombre de Maximiliano Bondarenko, ex integrante de la Policía bonaerense y principal candidato de La Libertad Avanza en esta sección electoral. El anuncio, enorme y violeta, es visible desde la avenida General Paz.

Además de los letreros electorales, están los de la gestión de la intendencia: anuncian que Espinoza instaló alarmas vecinales, que sumó patrulleros, que construye un hospital para mascotas. Y dicen que La Matanza es el corazón de la Provincia.

El domingo electoral es, sobre todas las cosas, un domingo: hay (muchos) perros durmiendo al sol, asados en la vereda y a la vera de la General Paz. Hay venta de churros en las esquinas más transitadas, música en algunos parlantes que amenizan los asados en la vereda y, sobre todo, el silencio de las siestas en muchos rincones matanceros.

“Acá no llegamos al 50% del padrón”, le dice una delegada electoral a Infobae en la escuela Baldomero Fernández Moreno de Rafael Castillo, pasadas las cuatro de la tarde. La última mesa en abrir allí lo hizo a las diez menos veinte de la mañana, y de las nueve que funcionan en esa escuela, menos de la mitad contaba con las autoridades necesarias a la hora de inicio del comicio. Sólo Unión Patria tiene un fiscal en cada mesa de esta escuela: La Libertad Avanza tiene uno general, y Somos Buenos Aires tiene uno que va y viene entre distintos centros de votación.

“Hubo tensión a la hora de abrir las mesas porque es difícil para la Policía forzar a quien se acerca a votar a que sea autoridad”, cuenta esa misma delegada. En una escuela de Isidro Casanova, donde las paredes del barrio se tiñen de aurinegro por la camiseta de Almirante Brown, Darío se convirtió en presidente de mesa cuando llegó a donde le tocaba votar y no había autoridades. “Quedé presidente por ser el primer votante, le estoy poniendo onda”, le cuenta a Infobae. Los oficiales de Policía encargados de la seguridad de ese establecimiento le convidaron facturas temprano.

En esa escuela, una pregunta resuena más que cualquier otra: “¿Dónde está la boleta de Axel?”. Según pudo saber Infobae, muchos electores preguntaban cuál de las listas disponibles era “para votar por Axel” (Kicillof). “Había siempre alguien explicando que la boleta es la de Unión Patria, que está encabezada por Magario”, describe Darío.

En su recorrida por Ciudad Evita, Isidro Casanova, González Catán, Rafael Castillo y San Justo, Infobae no encontró mesas con más de cinco personas haciendo fila para emitir su voto. En la escuela que más participación tuvo, ese porcentaje alcanzaba el 65% a cuarenta minutos del cierre del comicio. Sin embargo, el promedio en las escuelas recorridas oscilaba entre el 50% y el 55%.

“Tengo 86 años, me vine de Chaco a los 20. No estamos bien en La Matanza, y hace mucho tiempo que están los mismos”, dice María Elba, que este domingo al mediodía cocinó ravioles para tres de sus hijos y dos de sus diez nietos. “Yo estoy bien, pero a mi alrededor hay barrios sin cloacas, hay mucha inseguridad y muchos problemas de educación. Vine a votar porque quiero que esto cambie”, cuenta María Elba. Bautista, el nieto de 17 años que la acompañó a votar, sostiene: “No hay manera de que el peronismo no gane en La Matanza”.

Diego vive en Ciudad Evita. Es obrero textil, cortador de prendas. “Quedé desempleado hace dos meses porque se abrieron las importaciones y la empresa en la que trabajaba empezó a comprar producto terminado, todo de China. No me indemnizaron. Arranqué en otro lugar pero enseguida se desarmó el proyecto porque los inversores decidieron también comprar productos importados. No tengo ideología, siempre voy votando lo que en ese momento me parece mejor para el país, y ahora mismo me parece que lo mejor es lo que cuide la universidad pública para mis dos hijos porque yo sin trabajo no les puedo bancar otra cosa”, le cuenta a Infobae.

El menor de sus dos hijos, Nicolás, escuchó este domingo el aplauso que les dan a los que votan por primera vez. “Estaba nervioso, tenía miedo de hacer algo mal, pero me respondieron las preguntas que hice y me emocioné un poco cuando me aplaudieron”, explica. Estudia Nutrición en la Universidad Nacional de La Matanza y sostiene: “Pensé bastante el voto, y tuve en cuenta la situación laboral de mi papá a la hora de decidir”.

Nicolás tiene 28 años y un hijo de tres. Es obrero de la construcción y ahora vive en el centro de Rafael Castillo. “Acá no se puede estar en la calle, hay robos todos los días, todo el día, sobre todo en los barrios más al fondo. Vine a votar porque es mi deber, pero no creo que nadie pueda ni quiera cambiar las cosas”, dice, con su hijito a upa. A pocas cuadras, un nene revisa la basura en descomposición que se acumula en los alrededores de un curso angosto de agua: busca cualquier pedacito de cable que pueda servir para vender algo de ese material.

José e Inés se mueven con la ayuda de un andador por el patio cubierto del Colegio Santa Rosa de Lima, frente a la plaza de San Justo y a metros de la Municipalidad de La Matanza. “Vine porque es mi obligación si quiero que las cosas cambien”, asegura José, de 86 años. Se mueve con dificultad pero, sobre todo, con convicción. Inés, su esposa, agrega: “Queremos que las cosas cambien en La Matanza, por eso vinimos”. Una de sus nietas los acompaña en la caminata lenta, y agradece la ayuda que les dieron para que pudieran votar con el mejor esfuerzo posible.

En la canchita de fútbol que le sirvió de fondo a la foto que Javier y Karina Milei se sacaron junto a varios candidatos provinciales de La Libertad Avanza, con una bandera que dice “Kirchnerismo nunca más”, este domingo no hay ni foto política ni fútbol.

El campeonato del asentamiento Las Achiras, en Villa Celina, se juega en otro terreno menos embarrado. Sí hay, en este rincón del asentamiento, sopa de chairo, ceviche y los colores de la bandera boliviana en varios de los carritos que venden comidas típicas del país vecino. En esta zona de Las Achiras, la mayoría de sus habitantes son de esa comunidad.

La foto de campaña, que emuló incluso la tipografía del exhaustivo informe que la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) presentó al Poder Ejecutivo y que fue la base de la acusación judicial que permitió condenar a los máximos responsables de la última dictadura, generó sensaciones encontradas en el barrio.

“No sé para qué vino el Presidente. Yo me enteré al otro día que había estado por acá. Vino, hizo la foto y se fue. Entiendo que fue para mostrar que acá las cosas están mal, sí, pero a nosotros nadie de ellos se nos acercó a preguntar cómo estamos, qué necesitamos para estar mejor”. Lo dice Itatí Viera: nació y se crió en Las Achiras, y en enero de 2016 asesinaron a Mauricio, su único hijo, cuando intentaban robarle la moto en Villa Celina. “Yo tuve Justicia porque los condenaron, pero está lleno de casos que quedan en la nada. Pero vienen, hacen la foto y se van, y así las cosas no cambian”, dice Itatí.

“Acá estamos voto a voto. Hay que esperar los resultados finales porque está muy parejo”, una fiscal de Fuerza Patria en el barrio El Talita de González Catán. Alrededor de la escuela Nº 124, algunos van y vienen en caballo, otros aprovechan el domingo electoral para asomar una mesa y vender budín de pan, café o sandwichs a los que se acercan a votar. “Pero pensábamos que se iban a armar filas más largas, vino poca gente a votar, hay mucha gente muy cansada”, dice Patricia, que improvisó su puesto con caballetes y un tablón.

Hay asado en la vereda, perros durmiendo al sol, carteles que impulsaban a la candidatura de Cristina y que impulsan la de un ex policía que repite que “el que las hace las paga”, asentamientos que crecen a los dos lados de la ruta, paredes pintadas con el nombre del intendente, de la vicegobernadora que no ejercería el cargo para el que se presenta, y del gobernador. Hay nenes que revuelven la basura, el silencio de las siestas y casi un millón novecientos mil habitantes en este territorio en disputa, este pedazo de la Argentina en el que la madre de un hijo asesinado en medio de un robo espera lo obvio: que alguien se acerque y pregunte “¿cómo están?”.

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