Los cambios de estrategia de Estados Unidos en Asia están causando desequilibrios políticos y militares en el continente, beneficiando a China, su principal rival en el nivel global. Pekín siempre aspiró a comandar el respeto de los países de Asia y a ser considerada como la potencia preeminente en el nivel regional. Las recientes decisiones del gobierno norteamericano con respecto a India y Pakistán parecen acelerar y concretar las aspiraciones de Pekín. Es importante para la Argentina comprender esta reconfiguración geopolítica en Asia, un destino muy importante para nuestras exportaciones agroganaderas y con un enorme potencial para las crecientes exportaciones energéticas (GNL) y mineras (litio, oro y cobre).
Si bien China es desde hace tiempo la mayor potencia en los niveles económico, tecnológico y militar en Asia, hay otras naciones con fortalezas en estos campos. Allí están la segunda, la tercera y la cuarta economías del mundo -China, Japón e India-. En lo tecnológico, Japón se destaca en el campo civil, Rusia en el militar e India realiza grandes progresos. En cuanto a defensa, Rusia es una superpotencia nuclear, mientras China, India y Pakistán también poseen armas nucleares y vastas Fuerzas Armadas. Por su lado, Japón posee importantes fuerzas de autodefensa.
Ante este escenario con varios polos de poder, EE.UU. actuó como un “balanceador offshore”, para defender sus intereses en la región y contener la influencia de Pekín. Washington no tuvo históricamente como objetivo establecer una hegemonía regional en Asia, pero sí trabajó con potencias locales para contener y balancear el ascenso de un potencial hegemón en el continente. En las últimas décadas el foco estuvo puesto en China, para evitar que tenga una aplastante presencia militar. Esta estrategia se traduce en iniciativas diplomáticas y económicas, y el apoyo militar a sus socios regionales: Japón, Corea del Sur, Filipinas y Tailandia. Pero últimamente India se había convertido en un potencial y atractivo socio, dados sus conflictos fronterizos con China y su rápido crecimiento. A su vez, EE.UU. se enfocó en la seguridad en el Indo-Pacífico, trabajando con los países de Asean y apoyando al Quad, junto a Japón, Australia e India.
Pero Washington provocó un notable desbalance en Asia, con un brusco cambio de estrategia y alejándose repentinamente de Nueva Delhi. Algunos observadores afirman que esta ruptura comenzó luego de la mediación de EE.UU en el conflicto armado entre India y Pakistán de este año. Mientras Pakistán -que se defendió militarmente en forma muy efectiva- reconoció esta mediación, India nunca lo hizo. Esto indignó a Trump, quien invitó al jefe del Ejército pakistaní, Asim Munir, a almorzar en la Casa Blanca. A partir de allí, y dada la importancia geopolítica de Pakistán y su frontera con Irán, Trump decidió acercarse más a Islamabad, en detrimento de Nueva Delhi. A su vez, impuso una tarifa del 50% a las exportaciones indias, incluido un 25% por sus importaciones de petróleo ruso. Ante esto, India dejó de confiar en EE.UU. y se vio forzado -a regañadientes- a acercarse a China. El accionar de EE.UU. también desactivó en la práctica el Quad. A su vez, Moscú -histórico proveedor de armas a India- ya se había acercado a Pekín, a causa de las sanciones de Occidente tras su invasión a Ucrania. De este modo, China se ha beneficiado, sin hacer demasiado, del desbalance causado por las decisiones de EE.UU.