El cuadro robado: un nuevo héroe de la clase trabajadora inventado por Pascal Bonitzer

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El cuadro robado (Le tableau volè, Francia/2024). Dirección: Pascal Bonitzer. Guion: Pascal Bonitzer, Iliana Lolic. Fotografía: Pierre Milon. Edición: Monica Coleman. Elenco: Alex Lutz, Léa Drucker, Arcadi Radeff, Nora Hamzawi, Louise Chevillotte, Arcadi Radeff, Laurence Côte. Duración: 91 minutos. Calificación: apta para mayores de 13 años. Nuestra opinión: muy buena.

Crítico de la prestigiosa revista Cahiers du Cinema y guionista de directores importante del cine francés como Jacques Rivette y André Techiné, Pascal Bonitzer heredó el humor refinado y la melancolía de la nouvelle vague, dos características que aparecen en esta película que toma como punto de partida un caso real pero abre un delta de subtramas que le permiten al director abordar temas muy diversos: la siempre conflictiva convivencia entre estratos sociales diferentes, la ambición y la avaricia, la ingenuidad, el azar, las rispideces de los vínculos familiares y el racismo latente en la Europa contemporánea, entre otros.

André Masson (Alex Lutz) es un importante subastador de una gran firma internacional que alude obviamente a casas como Christie’s o Sotheby’s (en esta ficción se llama Scottie’s). Un día se encuentra sorpresivamente con una pintura de Egon Schiele (figura clave del expresionismo austríaco) detectada en la modesta casa de una familia de clase trabajadora y, naturalmente, sale disparado a buscarla con su exesposa, otra especialista en el tema, como circunstancial socia.

La cotizada obra llegó hasta allí después de un derrotero bastante común en la época de la Segunda Guerra Mundial, cuando el nazismo se apoderó de todo tipo de pertenencias de familias judías que, tras la caída de Hitler, tuvieron muchos destinos disímiles.

Un heredero de los propietarios originales de la valiosa colección Wahlberg lo reclama desde los Estados Unidos, pero el foco de Bonitzer, si es que este film tiene uno solo, no es tanto esa trama legal surgida como consecuencia de una violenta expoliación (la que llevó planificadamente adelante el régimen nazi), sino las debilidades, contradicciones y dudas existenciales de los personajes.

En El cuadro robado interactúa una fauna muy diversa: un profesional cuyo talante recuerda al del célebre Rastignac creado por Balzac, con el ascenso social en la París de la Restauración Borbónica (a principios del Siglo XIX) entre ceja y ceja; una asistente mitómana con quien tiene una relación muy tensa; una ex que se enreda amorosamente con la abogada de la familia que tiene en su casa una obra maestra sin ni siquiera sospecharlo; un joven tan agobiado como su madre por esa anomalía, que de repente y sin ningún aviso podría transformarlos en millonarios. Y hay más…

Las relaciones que se tejen entre todos ellos son la verdadera savia de esta película, que apela más de una vez a la sátira y cuando se pone más seria evita la gravedad. Bonitzer logra algo que con justicia se le reclama muy seguido al cine contemporáneo simplemente porque no es tan común encontrarlo: resolver con eficacia todo aquello que en la historia tiene el espacio de un apunte pero que no está allí gratuitamente o para ser liquidado con un trazo grueso. Con escenas sintéticas pero muy bien trabajadas, el veterano director consigue profundizar en esos pliegues de la narración sin necesidad de ser siempre explícito.

Tan dinámico como cáustico, el film registra con agudeza el insalvable choque de clases que provoca el sistema capitalista, incluso proyectándolo por momentos al grotesco, como en la hilarante escena inicial o en otra en la que, ya cerca del certero epílogo, los ricos demuestran una vez más que su mayor grado de empatía está normalmente asociado al paternalismo.

También sobrevuelan el relato asuntos espesos como el manejo de las expectativas, la entereza para afrontar las frustraciones e incluso la sabiduría que, gracias al paso del tiempo, le permite afirmar a un padre desencantado que la vida es “sacar provecho, dejar ir, reducir todo”. Eso es justamente lo que hace Martin Keller, el joven plebeyo que le otorga al dinero un valor puramente práctico y conserva con orgullo su pertenencia de clase; el working class hero de Pascal Bonitzer.

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