Reseña. Archipiélago, de Mariana Enríquez

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Archipiélago, el libro en el que Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) cuenta su historia como lectora, es hipnótico. Escrito con la velocidad de una caída libre, cada libro o escena de lectura en la que se detiene adquiere una dimensión inmensa. Enríquez es al mismo tiempo la lectora fanática –están los peregrinajes a casas de escritores–, la antisolemne –la que va del rock y el cine a la literatura–, la lectora visceral que, a pesar de los premios, no deja de preguntarse, maravillada, cómo hacen los otros. ¿Cómo hace Emily Brönte para que el paisaje de Cumbres Borrascosas no se olvide jamás? ¿Es por la palabra moor, que Enríquez encuentra en inglés la primera vez que lee el libro; todo el libro está traducido al castellano menos esa palabra, como si su significado fuese intraducible? ¿Y Stephen King? “Leo a King como un mitólogo, un realista y un mago”, dice.

El libro está organizado en islas. En “La isla de la nada”, la primera, está la poética de lectura que marca la vida: Michael Ende y La historia interminable (1979). En Bastián, el protagonista que encuentra un libro y rápidamente se convierte en personaje principal de la historia de ficción, la autora distingue “la entrega absoluta a la narración, sin distancia y con candor.”

“La isla de los caminos” es la de la poesía. Pero al gran Rimbaud le dedica todo un apartado; lo mismo a Sylvia Plath en “La isla de la melena roja”. Escribe Enríquez: “En Sylvia Plath leí a una mujer. Y no hablo de literatura femenina, ni literatura de mujeres, no hablo de géneros en ninguno de los sentidos, ni siquiera hablo de poesía. Quiero decir que leí a una persona que era una mujer.”

Es que leer es para Enríquez “una conversación con alguien que te entiende.” Hay algo muy genuino en el lector, la lectora de género. Se trata de alguien que no tiene pose: simplemente ama leer policiales, o ciencia ficción, o terror. Elvio Gandolfo lo sabía muy bien –habla de esto en El libro de los géneros recargados– y por eso su nombre aparece más de una vez. Si bien Enríquez lee todo –la lista que se detalla al final del libro ocupa doce páginas y son solo los favoritos– es sobre todo la ficción enrarecida y el terror –y el subgénero de los vampiros y los fantasmas– lo que le interesa. Y ahí deslumbra: es tanto lo que conoce, tan específico. Es notable cómo traspone la matriz del género a otras lecturas. Moby Dick, por ejemplo, es “un compendio de magia negra, un libro de los muertos”. Lo que más la aterra, según dice, es el terror náutico.

Enríquez tiene la verborragia de quien no puede parar de leer, de escribir, de mirar partidos de tenis –otra de sus pasiones– y Archipiélago es un libro generoso. Leerlo es conocer un poco más el universo particularísimo de esta escritora, ella misma ya un personaje de culto.

Archipiélago

Por Mariana Enríquez

Ampersand

300 páginas, $ 18.900

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